TEATRO DE ENTRE SIGLOS
Escribe Erick Weis
Nadie que haya nacido en el Perú durante los últimos años de la década del ochenta (o posterior a esta época) ha tenido la oportunidad de ver las puestas originales de “El caballo del libertador” (1986), “Pequeños héroes” (1988) y “Vladimir” (1994), de Alfonso Santistevan. Ahora, el propio autor, junto a un equipo conformado por diversos artistas del teatro peruano, las trae de regreso, reunidas bajo el nombre “Trilogía”.
Uno de los puntos más resaltantes de esta propuesta radica en haber programado, de manera consecutiva, el montaje de las tres obras dentro del mismo escenario (Centro Cultural de la PUCP). En menos de un trimestre, el espectador tiene la oportunidad de verlas y ponderar qué tanto de ellas queda aún latente en este Perú que todavía parece tropezar con muchos errores del pasado reciente.
La primera obra en estrenarse para esta temporada ha sido justamente la última en haber sido escrita (1993) y montada (1994). “Vladimir”, en primera instancia, parece estar levemente alejada de sus otras dos compañeras: a diferencia de “El caballo del libertador” o “Pequeños héroes”, no parece tratar directamente la época del conflicto armado interno. ¿O sí?
EL SUSTENTO DE UNA PERIODIZACIÓN
Uno de los temas más polémicos alrededor del trabajo de la CVR sobre la periodización de lo que se conoce ahora como conflicto armado interno (y que otros optan por nombrar de otra manera) ha sido el hecho de incluir como parte de este fenómeno a la dictadura de Alberto Fujimori. Dentro de su periodización, estos veinte años son divididos en cinco etapas. La última, que va de setiembre de 1992 a noviembre del 2000, fue nombrada “Declive de la acción subversiva, autoritarismo y corrupción” (1).
En su Informe Final, la CVR sustenta la inclusión de estos años ya que, según sus investigaciones, la dictadura de Fujimori había creado su propio aparato de violencia al arraigarse en el poder por medio del uso de la fuerza militar para posteriormente asegurarlo gracias a la manipulación de medios de comunicación y a la inmensa red de corrupción que solo sería descubierta a inicios del s. XXI.
Así, “Vladimir” no nos ubica en un fuego cruzado entre militares y terroristas, pero sí lo hace en esta última etapa caracterizada por esta violencia imperceptible en los años 90: Sendero Luminoso y el MRTA eran cada vez más débiles, pero el gobierno dictatorial se fortalecía a espaladas de la mayoría. Sin embargo, sí existe un rasgo que hace que el texto de Santistevan, cuya dirección recae en Alberto Isola, difiera de los otros dos montajes: “Vladimir” debe ser una de las primeras obras peruanas del s. XXI que justamente aborda los cambios de paradigma en los modos de ver, pensar y “hacer” la vida en este cambio de siglo. A pesar de haber sido escrita en 1993, hay una serie de características en el contenido de la obra que ahora, en retrospectiva, nos permite hacer esta afirmación. Veamos.
EL PESO DE LA HISTORIA
Vladimir (Miguel Dávalos) se presenta como un muchacho que parece no terminar de aceptar que está pasando por un proceso importante en su vida. Su madre (Alejandra Guerra), mujer de temple y luchadora de izquierda, está a punto de viajar a Estados Unidos, la tierra que representa las antípodas de su pensamiento. Sin embargo, el protagonista de la historia no está dispuesto a realizar los cambios que se necesitan para que el nuevo destino de su pequeña familia comience. Es justamente aquí, en este contexto de nuevas necesidades, donde se desarrolla la historia de este “hijo de la revolución”: el siglo XXI.
Esta hipótesis está constituida sobre la base de una de las propuestas más interesantes en la investigación histórica moderna. En el libro “Historia del s. XX” (cuya traducción literal del inglés sería “La edad de los extremos: El corto siglo XX, 1914 – 1991”), Eric Hobsbawm defiende una corriente que sustenta que los cambios de siglo no suceden simplemente por una cuestión cronológica, sino que están, en realidad, ceñidos por acontecimientos cuyo impacto en la sociedad crea un verdadero giro en nuestro modo de ver el mundo. Iniciado con la I Guerra Mundial, el fin del siglo pasado comienza con la caída del Muro de Berlín en 1989 y termina de concretarse con la disolución de la Unión Soviética en 1991.
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En el Perú, las consecuencias de estos sucesos no tardaron en llegar. El paso del tiempo nos ha permitido saber que la última década del s. XX fue también un proceso de virajes en nuestro país: modelos políticos e ideológicos fueron dejados de lado para abrazar el progreso económico que ofrecía el nuevo liberalismo (propuesto por Vargas Llosa, ejecutado por Fujimori). Vladimir ha comenzado a soñar, desea entrar en un concurso de fotografía en una época post fujishock y en pleno autogolpe; su madre, que también estuvo soñando por tanto tiempo, acaba de aterrizar con la decisión de “traicionar” su esencia. El joven parece, justamente, representar este pasaje de un modelo a otro: ha decidido anhelar como antaño, sí; pero se ha embarcado en una empresa de carácter individual.
Estamos en un momento donde nadie parece tener dinero suficiente para nada. La madre de Vladimir ya ha resuelto que la necesidad es más importante que cualquier consigna idealista. Sin embargo, durante el viaje que ofrece la obra, el conflicto interno no deja de golpear: ¿por qué no puede ser tan cínica como su esposo, otro (ex) luchador de izquierda, quien no solo ha dejado el país, sino que también formó una nueva familia en el extranjero?
Santistevan desarrolla en “Vladimir”, conscientemente o no, uno de los tópicos más importantes durante las primeras tres décadas de ese siglo: la migración. Tanto en la historia del padre (Janncarlo Torrese) ya acaecida como en la de la madre por concretarse, asistimos a lo que ya era para muchos años la única solución para poder vivir y hacer vivir dignamente durante las décadas del 80 y 90. ¿Cuánto de violencia ejercida o responsabilidad posee un mal gobierno por la separación de una familia?
Sin embargo, el abandono de ideales no parece ser compatible para Vladimir, acaba de comenzar: ha heredado esta necesidad de su madre, pero se encuentra justamente en un momento donde no parece lo más adecuado. Su madre, quien ha estado demasiado ocupada en todos los preparativos del viaje, se da cuenta de esto en el momento exacto. No quiere quitarle esta oportunidad a su hijo y halla la forma de que pueda participar en el concurso que anhela.
La conciliación y el sacrificio son finalmente los elementos necesarios para que (al menos) Vladimir pueda continuar con el sueño personal. Que su madre le haya permitido esto es lo que deja al muchacho con una leve sensación de esperanza frente a esta nueva etapa de su vida y a un nuevo siglo que quizá nadie se había dado cuenta aún que había ya comenzado.
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(1) En: http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20I/Primera%20Parte%20El%20Proceso-Los%20hechos-Las%20v%EDctimas/Seccion%20Primera-Panorama%20General/1.%20PERIODIZACION.pdf
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