OLVIDAR NO FUE PARTE DEL TRATO
En el camerino de un pequeño teatro, Aurora Colina alista a su Mamacha Dolores. Frente al espejo se sube las coloridas faldas de su saqra de Pisac, monta sobre su cabeza una peluca forjada con soguillas. Casi no se maquilla. No oculta sus arrugas, únicas testigos de su biografía. Sus pequeños labios se endurecen, resisten la historia de este Perú que le duele y contrastan con sus enormes ojos que han sabido no guardar rencor. Su pasividad me desconcierta. Seguro su nombre no te suena pero su presencia fue clave en la construcción de una nueva escena teatral en nuestra ciudad. Aquí su historia. O al menos parte de ella.
Escribe Inés Bahamonde
“¿Sabes cómo sé que el teatro sigue vivo en mí? Porque aún siento un pánico terrible antes de salir a escena.” Recaigo en su edad. Son setenta y ocho años –pienso- y la dejo sola minutos antes que la función inicie. Me acomodo con dificultad entre el público pues la sala de Espacio Libre revienta de gente. Entonces ingresa Aurora interpretando a una mamacha que, tras el cansancio de una festividad típica, donde el baile y la bebida parecen infinitas, ingresa a una iglesia a increparle a la Virgen Dolorosa por su hijo desaparecido durante la guerra interna desatada por el terrorismo. Y la reta sin miedo porque si bien la Virgen María quedó también huérfana de hijo, al menos pudo estar con él, verlo morir y sepultar sus restos. Es esta diferencia sustancial el eje motor de este monólogo que busca ser el reflejo del sufrir de cientos de madres campesinas que su único leitmotiv es encontrar los cuerpos de sus familiares asesinados. “¡¿Cuándo se acabará esta matanza fratricida?!”, replica la mamacha.
El público sale realmente conmovido después de verte, incluso llorando. ¿No te cargan las historias que te cuentan después de función?
Claro que sí y muchísimo, por eso juego con el público, bromeo, me salgo del texto y así les doy un respiro a ellos y a mí para seguir porque la obra es muy densa. Si no se van a los cinco minutos. Pero a la vez me llenan de satisfacciones sus respuestas porque nadie levanta la voz por esta gente. En Milán, Italia, una señora me agradeció en quechua, otra me contó que aún no encontraba a su esposo e hijo, y en la función de la Alianza Francesa, para el festival “Palabra de mujer”, se me acercó un señor bastante mayor diciéndome que había trabajado en la zona de emergencia durante la época, que había visto todo lo que mi personaje narraba. ‘Tenía un nudo en la garganta, me hubiera echado a llorar’, me dijo. Y yo casi, escuchándolo a él.
EL CURSO DE LAS COSAS
“Alonso Alegría, en 1961, cuando dirigió “El jardín de Mónica” de Sara Joffré, dijo de mí que era la única actriz que podía subir de cero a veinte en emoción y volver a cero”, me dice Aurora con su inmensa y envidiable memoria, capaz de recordarlo absolutamente todo. En este flashback, cuenta que se vinculó al teatro gracias a un cartelito que encontró colgado en un teléfono en San Marcos, donde ella estudiaba educación. Era la convocatoria del famoso Teatro Universitario de San Marcos (TUSM), uno de los pocos semilleros actorales de la Lima de los 50. Postuló, ingresó, ensayó y se presentó. Tras la última función de esa su primera experiencia teatral, el director les pidió narrar a sus discípulos lo que habían sentido durante dicho proceso. Ella, algo avergonzada por sendos discursos que sus compañeros habían brindado, respondió: “yo he sentido como un hilito de babita entre mi boca y la del público, muy tenue. Que el público jalaba el hilito y yo me iba, yo jalaba el hilito y el público se venía… pero eso no es lo que usted ha preguntado, ¿no?”. ‘Tú vas a ser actriz’, sentenció el maestro. De hecho, Aurora es la única que quedó sobre las tablas de ese grupo. “Y hasta ahora siento el hilito”, afirma con la sonrisa ladeada. Sus ojazos, que miran a la nada, vuelven a iluminarse.
En 1962, su mejor amiga, la recordada Sara Joffré, se saca una bolsa de viaje del Instituto Internacional de Teatro de 300 dólares. Ambas deciden viajar a Inglaterra a ver teatro. Claro que el dinero no es suficiente, así que Aurora se presenta donde Mr. Harryman, del British Council en Perú, pues sabía que podía brindarles los pasajes en barco. Tras ingeniosos argumentos y gracias a la frescura que caracterizaba a ambas, lo consiguen. Y así, tras un mes de viaje en el “Reina del mar”, anclan en Liverpool. Son recibidas por un no muy bien organizado petit comité que se supone debía fungir como guía. Resueltas, ellas mismas deciden buscarse el hospedaje, el trabajo y las citas con autores, directores y actores. Vivir viendo y aprendiendo del teatro era su consigna.
Pero el tiempo avanzaba, un año había transcurrido y no tenían planes de volver aún. Así que solicitan un permiso de estadía y trabajo que les fue concedido. Entre risas, Aurora cuenta que “primero trabajamos como camareras en una casa de viejitos de las jóvenes católicas, y por supuesto nosotras no lo éramos. Fue una experiencia lindísima. Luego encontramos un anunció en una revista de teatro que pedían una india piel roja para un circo en Suecia. Yo no creo que haya nadie en Londres con más cara de piel roja que yo, así que mandé mi foto”. Y sí, la aceptaron. Así que ambas se fueron de gira por 16 ciudades suecas protagonizando un número de arco y flecha, adornadas con plumas, con vestido de cuero a lo Pocahontas, al mejor estilo Wild Wild West.
Ciudad que pisaban, ciudad que conocían a través de su teatro. Era una regla. Incluso albergaban la esperanza de conocer a Ingmar Bergman, hecho que comentaron con un pueblerino quien tuvo la brillante idea de colocar la búsqueda de las indias latinoamericanas en un periódico local. La noticia llegó a oídos del cineasta quien llamó al circo diciendo que los esperaba en Estocolmo. Pero la noticia no embargó de la misma emoción al director de la carpa, quien las despidió por el escándalo. Obviamente decidieron ir solas a su encuentro pero Bergman ya nos las recibió. Él quería el show de circo completo. “Fue una travesía deliciosa que duró casi dos años. Luego nos fuimos a España para finalmente regresar al Perú.”
EL CAMINO RECORRIDO
Es difícil hacer un recuento ordenado de la trayectoria de la Colina así como de los grupos en los que participó. Intentándolo, empezaremos colocando en la línea del tiempo su ya comentado ingreso al TUSM en 1955 y donde permanecería tres años. En 1958 decide tomar un curso de teatro escolar en La Cabaña, espacio donde funcionaba la INSAD (la ahora ENSAD, solo que en ese momento tenía el rango de instituto, no de escuela). Gracias a amigos que ahí conoció, descubre el Club de Teatro de Lima, volviéndose una asidua visitante de su espacio. Sin embargo, en 1959 decide matricularse en el INSAD como estudiante, dirigido entonces por Mario Rivera. Aunque no terminó (estudió solo un año porque la currícula y dinámica no la satisfacían), de su promoción son Sara Joffré y Ofelia Lazo.
Su carrera profesional -ya no con montajes como estudiante- empezaría con la invitación que le hace Reynaldo D’Amore para montar “La importancia de llamarse Ernesto”, de Oscar Wilde. Con él empezaría una larga e importante amistad así como una serie de proyectos, entre ellos “El gesticulador”, de Rodolfo Usigli, con la actuación Leonardo Torres Descalzi. Es gracias a D’Amore que Aurora conocería a Alonso Alegría, director del grupo «Alba». El maestro le había recomendado a ella y a Sara que vieran “Ratones y hombres” de John Steinbeck, dirigida por Alonso en el teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), con Edgard Guillén y Alicia Saco en el elenco. Contentas con lo visto, Sara Joffré le ofrece al joven director montar sus dos primeros textos: “El jardín de Mónica” y “Cuento alrededor de un círculo de espuma”. Corría el año 1960.
Cuenta Aurora que la mamá de Alegría lo apoyaba con tesón en su proyecto teatral, al punto que a veces solía entrometerse en algunas decisiones. “Ella no quería que yo hiciese de Mónica sino Alicia Saco. Pero Sara le dijo que no, que tenía que ser yo, que esa era su única condición”. Resueltos los pequeños problemas, un año después estrenaban ambas obras. D’Amore había tenido la gentileza de apoyarlos con la publicación de ambos textos, librito que se entregaba al público en cada función cual programa de mano.
Luego Alonso ganaría la famosa beca Fulbright, yéndose a la Universidad de Yale a hacer el Master of Fine Arts en Dramaturgia y Literatura Dramática. A los pocos meses, Aurora y Sara partirían a Inglaterra en el viaje supracitado. Así, en uno de los regresos que hizo Alonso al Perú durante sus años de estudio, decidieron reunirse con todo el grupo «Alba» para decidir si continuaban o no. Eligieron separarse.
NUEVAS BASES
En el 64, junto con Sara y lo que quedó de «Alba», fundan Homero Teatro de Grillos. “Empezamos a hacer teatro para niños porque en Londres una actriz nos dijo ‘¿Por qué los niños ven fútbol? Porque eso les enseñan desde niños.’ Nosotras creímos que el teatro también tenía que enseñarse desde pequeños, era la única manera de formar más y mejores espectadores. Además nos encantaba el género y el que se hacía en ese entonces era muy malo”, explica Aurora. También formaron parte de este colectivo Alejandro Elliot, Víctor Galindo (a quien habían conocido en el montaje de “Esperando a Godot”, dirigida por Alegría), Jaime Castro (quien participase en “Cuento alrededor de un círculo de espuma”), Alfredo Castro, Roberto Ríos, Homero Rivera, entre otros. “Nuestro grupo no tenía nombre pero el día de nuestro debut en el Club de Tiro del Ministerio de Hacienda estábamos obligados a tener uno. Pensamos quién de nosotros tenía el nombre más extraño. Homero, por supuesto, y como el teatro es una olla de grillos así quedó”. Recuerda también que el teatro de Los Grillos, como se les conocía, era una casa de 160 m2 que compraron entre todos, ubicada en la urbanización San Joaquín, en la calle José Santos Chocano, a espaldas de la ciudad universitaria de San Marcos. Otras épocas.
El grupo duró cerca de 14 años. Después de mucho pensarlo, Aurora decidió apartarse porque su padre, recientemente fallecido, dejó la casa familiar a su nombre, espacio que ella convirtió en un centro de arte -tendencia que empezaba a ponerse en boga. Era de las primeras casonas que se adaptaban como teatro. Además todas las habitaciones se utilizaban para diferentes actividades: música, pintura, venta de artesanías, danza y hasta taller de orfebrería. Lo bautizó «Cocolido». El ahora recordado teatro «Cocolido».
“Ahí hice lo que me dio la gana. Escogía obras de primer nivel. Hubo un momento en que en mi casa se daba el mejor teatro de Lima. Estaba José Enrique Mavila dirigiendo “El Homosexual”, Coco Chiarella o Manuel Rodríguez con una versión de “Antígona”. Ahí se han iniciado como profesionales Alberto Ísola, Fernando Zevallos y hasta Celso Garrido Leca en la música. Incluso en 1976 recibí a Arístides Vargas en mi casa, antes que formara Malayerba; era el tiempo en que había sido exiliado. Hasta que un día Beto Montalvo y Pipo Ormeño me pidieron la casa para ensayar un proyecto por las mañanas, ¿qué era? “El beso de la mujer araña” (de Puig). Una adaptación extraordinaria donde cambiaban de roles en cada escena para que el discurso homosexual y político se mezclara. Incluyeron un desnudo que no era para nada grosero, al contrario, era grácil, con esa pureza que solo tiene el cuerpo humano desnudo. Mucha gente me criticó por aceptar montarla. Pero no me importó. Para mí esa puesta valió la existencia del «Cocolido» porque fue un hito en nuestro teatro. Estuvo ocho meses en temporada”, y Aurora parece una niñita traviesa narrando sus fechorías. La polémica estuvo siempre de su lado.
NADA HAY EN NINGÚN LADO
¿En el 90 te despidieron de la Universidad Ricardo Palma donde enseñabas inglés, junto a cien profesores contratados, por qué?
Porque se metieron a invadir la universidad por el proyecto de Fujimori, una gentuza que lo que quería era la plata de la Ricardo Palma. ¿Quiénes defendieron al director legítimo? Los contratados. Peleamos del 90 al 93. Como vi que la cosa se ponía color de hormiga regresé a Inglaterra. Básicamente porque no tenía trabajo.
Año en que deja de funcionar el «Cocolido», ¿no?
Así es.
¿Esta es la única razón por la que te vas?, ¿y qué hay de cierto sobre las amenazas de muerte que recibías o que te acusaran de terrorista?
Eso es completamente cierto. Era el Perú de los 90 y para mentir lo mejor era acusarte de terrorista. Y el problema de la Ricardo Palma sirvió de colchón porque nosotros peleábamos y peleábamos por defender al rector leal. Yo tenía contactos con la radio, la prensa y armábamos escándalo con mis compañeros por defender lo justo. Me mandaron a un tinterillo desde la Asamblea de Rectores. Llegó a mi casa, en la noche, preguntando qué queríamos. Le respondí que un concurso abierto con la gente que tiene los méritos. ‘Ah, pero ustedes quieren el poder’, me dijo. ‘No, para nada, para qué queremos el rectorado’, respondí. ‘Hay que ver cómo arreglamos, pues’. ‘Cómo se arreglará, no sé, rezándole a Sarita Colonia, supongo. Además por qué me viene a buscar a mí, yo no soy dirigente, solo soy una profesora’. Era como un cerdo el hombrecito, no me miraba y me citaba frases de Sendero. ‘No sé de qué me habla, le decía’. Y así se corrió la bola de que yo era terrorista. Lo mismo que mis compañeras.
¿Solo de la universidad?, ¿nunca asociaron a nadie del teatro?
No. Pero corrió la bola por todas partes. Aparte de eso, cuando yo regresé de un festival de cine que me habían invitado en San Sebastián, vi en el periódico la foto de una muchacha que yo había conocido que nos llevaba a San Marcos a hacer teatro. Parecía un zombie. La habían detenido, la habían torturado y estaba en una cárcel. Decidí ir a visitarla. No me reconocía. Ahí conocí a una alemana que había venido a hacer su tesis de teatro. Y bueno, esta se enamoró de un guerillerito, la acusaron de algo que ni entendía qué era y estaba en la cárcel con su hijita; no la visitaba nadie. Dio a luz en el Carrión esposada a la cama. Cuando fui y vi a la niñita tras las rejas… [Aurora respira honda, entrecierra los ojos, se coge el pecho] yo me contacté con la mamá, le escribía, nos hicimos amigas, me mandaba platita para su hija. Entonces visitando a ellas dos tenían la “prueba” de que yo era terrorista.
¿Y cómo reaccionó tu entorno a esto?
Mis propios compañeros de teatro lo creyeron. Hay una actriz muy respetada que no voy a decir su nombre, cuyo hijo tenía una combi. Yo le pagaba para llevar a pasear a esta criatura. Y la madre actriz le decía ‘Ay no, pero no estaciones delante del «Cocolido», qué va a pensar la gente’. A mí me daba rabia oír eso. Y comencé a escucharlo cada vez más seguido. Y en el 91 a un amigo se le ocurrió hacer una obra sobre los desaparecidos escrita por un chico ayacuchano. Estábamos denunciando lo que ocurría en el país. Yo la protagonizaba y me la llevé a un festival en Alemania. Cuando empezaron las llamadas amenazadoras decidí irme por completo. Para qué me iba a regalar. Además supongo que me matarían en la calle. Me fui definitivamente en marzo del 93.
¿No tuviste respaldo de tu gente, nadie te preguntó la verdad sobre esto?
¿Respaldo de quién? Salvo mis compañeros de la Ricardo Palma, nadie. Todos los que habían hecho teatro en mi casa se alejaron, no me hablaron más, se alejaron. El único que me preguntó fue Coco Chiarella. ‘¿En qué estás metida? Porqué me han dicho esto.’ Y le conté mi verdad. También lo hicieron Alberto y Fernando Zevallos.
¿Te creyeron?
Por supuesto. Siguieron yendo a mi casa, Coco me dirigió en obras, yo le traduje algunas.
¿Y Sara?
No. A Sara no la vi más. Y ya cuando volví en el 2007 a hacer “Los sueños de América” supe que ella también decía que éramos terrucos. ¡Y me dolió, me dolió muchísimo! Estaba como apestada para gente que yo quería mucho.
¿Y qué pasó con el «Cocolido»?
Mi casa se la dejé a los tarumbos con el único encargo que la dedicaran solo al arte. Para cuando tomé la decisión de tener que dejar mi país, Fernando tenía poco tiempo de haber iniciado La Tarumba. Él fue mi alumno, lo vi hacerse de la nada, creer en su proyecto, sacarlo adelante. Qué mejor que ellos para dejarles mi casa, mi «Cocolido». Cada vez que los visito salto en un pata porque la están usando muy bien. Además Fernando y Estela tienen el talento que yo nunca tuve, de hacerlo una industria productiva.
Volviendo a un pasado más grato, ¿qué recuerdas de Sebastián Salazar Bondy?
Muchos. Fuimos muy amigos. Él escribió la primera crítica a mi trabajo, ¡imagínate qué suerte la mía! Fue en 1956 cuando debuté en el TUSM. Salió publicada en “La Prensa” y la firmaba «Juan Eye», uno de sus seudónimos. Lo conocí en el Patio de Letras de la San Marcos al igual que a Manuel Scorza, Washington Delgado, Antonio Maurial y otros escritores sanmarquinos que estudiaban literatura. Posteriormente supe que había sido co-fundador del Club de Teatro junto con D´Amore, Ofelia Woloshin, Luis Macchi, David Stivelberg y Zulema Katz, ex-profesores de la Escuela Nacional de Teatro dirigida por Edmundo Barbero. Luego vio casi todo lo que Sara y yo hicimos. Hasta nos dejaba tarjetitas que decían “Sara y Aurora, un lugarcito para mi Jimena (su hija), para que pase las tardes con ustedes en Los Grillos”. Para mí, SSB es el inventor del teatro peruano moderno, antes solo se hacían obras de teatro extranjeras. Además era muy generoso con su material. Siempre me decía “yo soy el triste pintor de la triste clase media limeña”. Es una pena que haya muerto tan joven.
EL CORAZÓN REVENTADO
Con “Mamacha Dolores” Aurora estuvo de gira poco más de un año. La historia que cuenta es la historia reciente del Perú. En el escenario, la música ha quedado rezagada ante el reclamo incesante, casi anónimo a pesar del enorme número de familias que cargan diariamente con este pesar, el mismo que su personaje. En la sala hay un bebé de brazos que responde en balbuceos a su llamado, como diciéndole ‘estoy aquí, Aurora, no he desaparecido’. La mamacha lleva la bandera del Tahuantinsuyo reposada de en su hombro izquierdo. Y ella llora. Llora de verdad porque le importa, porque le duele, “porque he conocido esa gente que ha dado su vida, equivocados o no, por tratar de mejorar este país”. Aurora no se oculta del público, busca sus miradas, pregunta directamente, exige respuestas activas de los espectadores, entrar en ellos, que nada del texto nos sea ajeno. Entonces formamos parte de la historia, de la suya, que inevitablemente es la nuestra también. “La lucha de nuestro pueblo va transformando el dolor en esperanza y el sufrimiento en alegría de vida, ¡vida!”, cierra la mamacha. “Menos mal que me inventé una vida en el teatro”, concluye Aurora.
MÁQUINA DEL TIEMPO |
Aunque lo niegue, Aurora lo recuerda todo: años, títulos de obras, nombres de actrices, actores, directores y, por supuesto, anécdotas. Evoca memorias constantemente y pícara sonríe con ellas. Según con quién esté se guarda algunos nombres, brinda solo claves o lo cuenta todo a destajo. Entre bromas lanza un deseo: escribir sus memorias (“que se sepan cómo fueron las cosas, basta de vacas sagradas en el teatro”) y publicarlas una vez que ella haya fallecido, -más o menos como hizo Anaïs Nin con el diario sobre Henry Miller. En caso ello no ocurra (o para no tener que esperar tanto), comparte con ¡Mucha Mierda! dos recuerdos: |
Desacuerdos con un Nobel: Con Alberto Ísola hicimos algo lindo: “La historia del buen soldado Schweyk en la Segunda Guerra Mundial” de Brecht. Cantábamos, hicimos hasta un escenario de nieve. Y fue Mario Vargas Llosa a ver la obra y me dijo, ‘Muy bien Aurora pero a mí no me gusta Bertolt Brecht’. ‘Ay, no sabes la pena que le va a dar a Brecht’, le respondí. |
La claridad de Sebastián: Hacer “Los funerales de doña Arcadia” me permitió revivir a SSB, diciendo sus palabras vuelvo a verlo en todos los sitios que frecuentamos: en el ex teatro La Cabaña, en Histrión, en el bar Palermo, en la Sala Alcedo, en el Teatro Segura; siempre amable y generoso, dispuesto a escuchar a los dramaturgos jóvenes, a aconsejarlos y orientarlos en asuntos importantes o simples cosas de esta vida. Recuerdo que, una vez, luego de escuchar a una pareja quejarse de su pobreza, le pregunte:
-¿Sebastián, tú crees que sean tan pobres? -Aurora, nunca le creas al que llora pobreza. El verdadero pobre siente pudor, no se exhibe. Estos se están haciendo los indigentes. ¡Pura propaganda!» Meses más tarde me entere que el «señor pobre» era el Jefe de la CIA en el Perú. |
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Hola, soy «el inútil » como Aurora me llamaba. La visite en 89 para tres semanas en el Cocolido y nos vimos en las 90 tres veces en Londres Después desgraciadamente perdí el contacto con esa fascinante persona. Me encantaría de tomar contacto uevamente. Me llamo Reginal Hermanns y vivo hoy día en Trondheim, Noruega. ¿Cómo podría contatactarme con Aurora?
Hola, Reginald.
Le hice saber a Aurora sobre tu comentario. Está encantada de volverse a poner en contacto contigo.
Como comprenderás, no puedo pasarte su información por esta vía. Te pediría que me escribas a elianafry@gmail.com
Quedo atenta para coordinar.
Saludos (: