PUENTE INTERCULTURAL
Escribe Hane Sormani
En 1982, en un libro en el que Sara Joffré recopiló testimonios sobre la misión y el valor del teatro universitario peruano, Luis Peirano –para ese entonces ya exdirector del Teatro de la Universidad Católica– mencionaba que al teatro de esas características le caben “varias responsabilidades principales. La primera es la educar en el teatro. No solo enseñar el teatro en la historia sino hacerlo aprovechando todo lo avanzado en él como disciplina y como forma de superación de la condición humana para ofrecer un teatro vivo para la comunidad en la que funciona”. De aquí resaltamos dos ideas primordiales: condición humana y comunidad, ambas muy bien emplazadas en el discurso de la obra “Barro”, cuya historia resalta por no poseer grandes pretensiones dramáticas sino que gesta su valor en la claridad del mensaje y su proceso creativo.
Destacamos su metodología de trabajo porque tuvo siempre claro el público al que se dirigía (adolescentes escolares), algo poco frecuente al montar una obra pues si bien la temática de cada espectáculo perfila una audiencia, guardamos la esperanza de que sea visto por la mayor cantidad de personas, en detrimento tanto de una correcta estrategia de comunicación como de quebrantarse ante expectativas irreales.
PENSAR JUNTOS
Sucede que el orden con el que se creó “Barro” responde al vínculo de coproducción entre el British Council (BC) y el Programa de Formación de Públicos del Gran Teatro Nacional (PFP-GTN), de cuyos primeros frutos gozamos desde hace dos años con “Imagina Shakespeare”.
Y es que desde que el BC regresó al Perú en 2014 es notorio su apoyo a las artes escénicas, como bien se constata en las últimas ediciones de los festivales Sala de Parto o FAE-Lima. “Las artes escénicas son un vehículo y una herramienta que nos permiten reflexionar sobre quiénes somos y a dónde vamos. Nos abren la puerta a conocimientos y sentimientos dentro de un espacio creativo. El teatro se ha vuelto unos de esos pocos espacios donde compartimos genuinamente la emoción de estar frente a mundo análogo y muy humano. Además, a través de las artes escénicas podemos fortalecer otras áreas artísticas y de creación como la dramaturgia, la música, la danza, escenografía, dirección, producción, etc.”, nos dice Luisa Michelsen, arts manager del BC, responsable del Programa de Artes de dicha institución. Agrega que este “incluye como focos principales el desarrollo de capacidades del sector cultural, el arte como herramienta de transformación social, el desarrollo de nexos internacionales entre países de la región, del Perú y el Reino Unido, y contribuir con generar acceso al arte y cultura a los más jóvenes”.
Asimismo, el PFP-GTN tiene como prioridad las actividades artísticas y educativas, enfocando su agenda en el trabajo con y para adolescentes, siendo completamente natural la convergencia entre estas organizaciones. En este contexto es que se suman la directora Vanessa Vizcarra (a quien mucho ayudó el haber estudiado en Londres un Máster en Texto y Performance) y la dramaturga y novelista inglesa Nell Leyshon, logrando así la cooperación entre artistas de dos nacionalidades, intención que quedó medio inconclusa cuando se trabajó “Imagina Shakespeare”, pues en este montaje todos los involucrados fueron teatristas peruanos: lo único británico era el nombre y la innegable influencia del afamado escritor de Stratford-upon-Avon.
DESCUBRIENDO AL INTERLOCUTOR
Tocaba, entonces, enfocar el trabajo en adolescentes de Lima Metropolitana, que, como explica Vanessa Vizcarra, conllevaba a “tratar de señalar un discurso escénico que le hable a ese perfil, a un adolescente de colegio secundario que abarque Lima en toda su diversidad. Lo que se organizó a partir de ahí fueron dos encuentro, dos workshops, a los que se convocaron a un aproximado de 20 chicos de diferentes colegios ubicados diferentes zonas de la ciudad. A estos talleres fuimos Fernando Escudero –quien hacía de moderador–, Nell y yo. Nosotras ya nos habíamos conocido y habíamos dialogado con Melissa Giorgio y Luisa Michelsen sobre los objetivos del proyecto. Estos eran sintetizar intereses, inquietudes, preguntas e incluso lenguajes de este perfil de adolescente limeño en edad escolar para, a partir de ahí, crear una obra de teatro que les hable a ellos y de ellos. Siendo nosotras ni adolescentes y en el caso de la dramaturga, ni limeña, pero siendo bien conscientes que no lo éramos. Para eso entramos al taller, también, para estar en un lugar de pura escucha”.
Socializar el material recopilado no fue tarea sencilla. Para ello, Nell –mujer de casi 60 años y con mucha experiencia trabajando con jóvenes– partió de una pregunta clave: ¿cuáles son los puntos de encuentro y de diferencia entre adolescentes de nacionalidades distintas? Entre la variedad de temas surgidos, Vizcarra resalta algunas ideas claras y que mucho dicen de la sociedad que estamos forjando. “Uno de los puntos de diferencia era la sensación o la convicción de que las personas estaban bastante definidas por su identidad, por su identidad física y externa. Es decir, estos chicos se hacían una idea clara y preconcebida de las personas a partir de cómo se veían, de su raza, de su identidad de género y su identidad sexual, de sus signos externos de pobreza o riqueza, de si pertenecían a colegios privados o públicos. Había mucho prejuicio en su vínculo con el otro. Eso fue algo que movió mucho a Nell. Lo segundo tenía que ver con una necesidad enorme de ser escuchados. La tercera, con vínculos internos de dinámicas adolescentes del tipo quién lidera, quién ‘bullea’, quién es ‘bulleado’ y algunos temas adyacentes como las redes sociales.”
PALPITAR PARA RECONOCERSE
Con el texto en su versión final y el elenco escogido, la directora debía ahora afrontar una serie de retos artísticos. A su disposición tenía la inmensidad del Gran Teatro Nacional pero no al 100% de su capacidad. Detalla Vanessa que “la intención del PFP-GTN sí era generar algo que tuviese dinámica, mucho movimiento, que no fuese estático en el escenario, que pudiese tomar la platea, mover a los chicos. El baile fue algo que se incorporó muy rápidamente. También determinaron mis decisiones artísticas las limitaciones de producción. Contrario a lo que se puede pensar, no había un presupuesto gigantesco y hubo que ajustarse a otros montajes que sucedían en el GTN a nuestra par. A eso sumarle que la obra tenía que ser movible, debía funcionar en la cancha de un colegio o en cualquier parte de Lima en que hubiese que montarla, como se hizo en Comas o Punta Hermosa. Claro que me hubiera encantado usar el GTN en toda su capacidad pero no podía tener mayor soporte técnico ni un elenco más grande que cinco, seis actores”. Así que para potenciar dichas aristas estéticas, se incorporó al equipo a Fernando Castro y Diego Sakuray de la Compañía de Teatro Físico, quienes tuvieron a su cargo la dirección de movimiento; a Francisco Haya de la Torre y Erick del Aguila, que compusieron la música original; a Diego Vizcarra, quien preparó los visuales; y a Mencía Olivera para el vestuario.
Es cierto que, tras una primera mirada, “Barro” podría parecernos elemental. Sin embargo, y a pesar que no somos el público objetivo, Vanessa consigue ser muy sutil en las imágenes construidas, en el discurso construido, alejándose en todo momento de moralejas ramplonas. En absoluto subestima al adolescente que tiene al frente sino que lo incita a indagar en su entorno. Buena parte del mérito lo tiene, también, Verony Centeno, joven actriz que nos viene sorprendiendo gratamente (como en la reciente “Ñaña”, escrita y dirigida por Claudia Tangoa, o en “Parientes lejanos”, obra en que por primera vez la vimos trabajar y donde también fue dirigida por Vizcarra). Esta vez encarna a este ser indescifrable y amorfo, cubierto de barro, capaz de mostrar su fortaleza al defender sus diferencias como una ingenuidad genuina que aparece en el conflicto que no asume como propio. “Eso que ha llegado al colegio, ¿qué es? ¿Es femenino o masculino? ¿De dónde viene?”, la atosigan con preguntas entrometidas. “Yo no te he hecho tantas preguntas”, responde. Así, superado los escollos que plantea el conflicto dramático (la presión social sostenida en la apariencia externa y en un sistema de pensamiento establecido), escuchamos que de ella proviene un sonido persistente, un latido que se torna armonioso cuando el resto de personajes encuentra su voz, reconoce su verdad. Este corazón que canta está compuesto de puños que se transforman en manos disímiles, con sus propias marcas, que ahora se abren para recibir al otro.
“Lo mejor de la obra es el conversatorio que sucede después de función”, cuenta la directora con bastante emoción. “Ya que el PFP-GTN realiza gratuitas y lleva a alumnos de todas partes del país, descubrimos que muchos estaban asistiendo por primer vez en sus vidas. Cuando lo piensas bien, esto implica mucha responsabilidad. Pero nos han pasado cosas hermosas como, por ejemplo, que un grupo de chicos de un colegio decidiera hacer su propia versión de “Barro”, y nos invitaron a ver su presentación frente a todo su colegio. Una cosa como esa es oro.”
Aquí calzan perfecto las palabras con las que Sara Joffré abre el libro que mencionamos al comienzo de este artículo: “Me motiva la inocencia de los que creen que el teatro puede ser uno de los caminos que nos lleven a una vida más humana”.
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