¿TE ACOSTUMBRASTE A MI CARA?

El festival Sala de Parto presentó la obra “Feos”, teatro de muñecos de mediano formato que sorprende tanto por su técnica como por la belleza de su texto, a cargo del chileno Guillermo Calderón, a partir de un cuento de Mario Benedetti. En él se plantea el papel social de la belleza así como su relatividad. Aunque parezca lo contrario, aquí nada es evidente, ni siquiera la falencias físicas. La sutileza es el artilugio que sostiene el montaje completo.

¿TE ACOSTUMBRASTE A MI CARA?

Escribe Mimí Bregante

En la fila de un cine dos desconocidos se reconocen. Se miran de soslayo pero se saben iguales. Sin embargo, ingresan solos a esa penumbra que los mantendrá ocultos (¿a salvo?) del resto por algunas horas. No lo vemos pero intuimos que ninguno estuvo muy atento a lo que veía, que ese cruce inicial se sostenía como un eco del futuro, aunque sin desearlo, con poco convencimiento aún. A la salida, y tras una conversación algo torpe iniciada por él, deciden irse juntos a un café.

Así es el inicio de «Feos». Y lo que desde ahí sigue es una extensa conversación sobre la belleza y su lugar social. Ya el nombre de la obra interpela al espectador a revisar sus cánones estéticos. Por tanto, en esta maravilla dialógica, los protagonistas, evidentemente deformes, harán un crudo pero honesto recuento de la herida dejada por esta sociedad poco humana, cuyo principal valor (casi una virtud) es la belleza física, donde la mujer nunca fue sujeto sino objeto. Y esta, la herida que realmente les afecta, es la única que no les vemos. Pero es también la herida en la que nos reconocemos a partir de una sutil dualidad que no se escinde del todo: el hermoso texto de Guillermo Calderón, a pesar de su crudeza, es potente y cala por su sutileza. Así que es imposible no identificarse con la cantidad de situaciones planteadas por los personajes, que si bien tienen un halo de tristeza, saben ser divertidas y anecdóticas. La otra arista implica un proceso de identificación algo más severo pues nos lleva a preguntarnos, ¿cuántas veces hemos sido nosotros quienes los hemos dañado? ¿Cuántas veces nuestros comentarios, miradas o tratos los han juzgado, conscientemente o no?

«Siempre hay un roto para un descosido», dice el refrán. Pero si la frase ha subsistido como una verdad (doliente) durante décadas es porque “la naturaleza humana no precede a la cultura: los humanos no evolucionamos de manera idéntica sino que cada cual adquiere un sistema de valores en función de la cultura en la que ha crecido”(1). Toca entonces reconocer que si no hemos forjado, al menos hemos normalizado un estado social en el que todo es apariencia y artificio. ¿Será posible enmendarlo?

EL ACCIDENTE

Sorprendente realismo en la creación de los muñecos.

La mariposa, aunque perteneciente al orden de los insectos, es tomada siempre como un símbolo de lo hermoso y lo perfecto. “Todo lo bonito es leve”, dice él. “La distancia hace la belleza o el horror –continúa–. Las mariposas, vistas de cerca, son unos bichos horribles, llenos de pelo”. Pasan las horas y las revelaciones íntimas se siguen sucediendo. “Creen que me voy a enamorar del primero que me mire, creen que soy inocente, que no tengo deseo sexual, que por ser deforme me quedé niña”, confiesa ella. “A mí me pasa lo contrario, creen que soy un pervertido”, responde él, a la vez que confiesa su virginidad.

El local va quedando vacío; el ruido de la calle, las voces de los otros se difuminan casi por completo. Y a medida que vamos intuyendo el final, Guillermo Calderón ha planteado en su texto envidiable madurez emocional para hablarnos del amor, del miedo al desamor, de la soledad. Ahora la tensión erótica es palpable y se discute. El público se pregunta cómo es posible la no existencia de un roce de piernas, de un intento por cogerse las manos. Sucede que palpable es también la duda. “Si yo estuviera con un hombre lindo la gente me miraría distinto”, dice ella en un decoroso intento de ordenar sus anhelos. ¿Su fealdad los hace “tal para cual”? “Si nos casamos estaríamos recordando que somos esto siempre”, acota él. Y aunque ella confiesa que algunas mañanas desea despertar siendo otra, incluso “vaciarse de deseos”, él la invita a su casa, a apagar la luz, a encontrarse en la oscuridad. La invita a observarse de verdad, no a imaginar pues la intimidad está ya consumada tras esas horas de conversación.

El final demuestra una valoración auténtica de ellos mismo, es decir, de lo propio por encima de la valoración externa y subjetiva. Habían sido despojados de su humanidad. Ahora poseen, tras este acto, una libertad personal como pocos a su alrededor.

EL MÉTODO

Crudeza en el afiche oficial de la obra.

Como ya mencionamos, “Feos” fue escrita por el actor y dramaturgo chileno Guillermo Calderón a partir del cuento “La noche de los feos” del poeta uruguayo Mario Benedetti. El trabajo de Calderón no es ajeno en nuestro circuito cultural: hace dos años egresados del taller de actuación de Roberto Ángeles montaron “Neva”, también de su autoría. Además, es el guionista de tres películas que hemos visto en nuestra ciudad gracias al Festival de Cine de Lima: “Violeta se fue a los cielos”, “El club” y “Neruda”.

La hermosa y nada pretenciosa dirección recae en Aline Kuppenheim (a quien también vimos como actriz en la película “Joven y alocada”), fundadora del grupo Teatro y su Doble, formado en 2005 y expertos en la construcción y manipulación de muñecos de formato mediano.

Así, al llegar al teatro encontramos otro pequeño escenario en escena que es, en realidad, una suerte de juego de espejos que permite una conjunción de técnicas verdaderamente innovadoras pues escapa del tradicional montaje con objetos. Además de los tres personajes (de tanto en tanto aparece un mozo, ciertamente acriollado, que distiende las escenas de angustia y presión), la obra se apoya en una proyección audiovisual que le da otras dimensiones (de espacio, tiempo y muchedumbre), y que sorprende porque sabe estar muy bien mimetizada con el momento teatral.

La calidad de las marionetas es también sorprendente, no solo por su tamaño casi natural que hace necesario que dos actores manipulen cada una, como por su naturalidad en los movimientos, haciéndolos harto sensible a los estímulos. Pero lo que para nosotras ha significado un acierto absoluto, vital para el éxito filantrópico de la obra, es el impecable manejo de textos, el matiz de las voces, la parsimonia del decir, los intentos de silencio; todo contribuye al proceso de transformación de los personajes, aleja el discurso del lugar común y dota al montaje de belleza, de belleza relativa, como la de sus protagonistas.

 

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1. Lucía Etxebarria y Sonia Núñez Puente, “En brazos de la mujer fetiche”.

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