¿QUÉ HA SIDO DE AQUELLOS HOMBRES?
Escribe Erick Weis
Muchas de las obras estrenadas durante los últimos once años relacionadas a algún aspecto específico de la violencia vivida entre 1980 y el 2000, parecen tener una característica constante: estamos ante protagonistas de mediana que edad que buscan en su pasado alguna respuesta que les permita avanzar en sus respectivas existencias. En “Respira” (2009) de Eduardo Adrianzén, Mario debe recurrir al pasado para hacer una decisión importante sobre su carrera profesional y su mayor miedo, el agua. En “El anhelo de Juan” (2016) de Telmo Arévalo, el protagonista necesita recordar hechos que una enfermedad no tratada le impidieron conservar cuando era mucho más joven. En “Recuerdos con el señor Cárdenas” (2017) de Patricia Romero, Laura recuerda constantemente su juventud junto a sus abuelos mientras no termina de decidir si vender o no la casa de estos.
Cada de uno de estos pasados tienen inevitables relaciones directas o tangentes con el terrorismo: son estas líneas temporales, en todas estas obras, las de mayor contenido e importancia para sus tramas. La contemporaneidad cobra relevancia únicamente cuando la decisión está por hacerse.
El guion de “La terapeuta” decide no ir por ese lado: la importancia del tiempo presente es indiscutible; es la “ella adulta” quien debe enfrentar, a través del yoga, a las cabecillas de Sendero Luminoso y el MRTA. En este sentido, el texto dialoga un poco más con obras como “Encuentro” (2017) de Leo Cubas o “La hija de Marcial” (2017) de Héctor Gálvez, donde sus protagonistas deben lidiar con secuelas de la violencia en la contemporaneidad. Sin embargo, los protagonistas de estas piezas son jóvenes: son los hijos de los involucrados en los años de conflicto armado interno los que deben resolver algún asunto pendiente.
Aquí, el texto de Gabriela Yepes parece colocarse en el medio de estas dos tendencias y decide plantear un guion que equilibra el pasado y el presente. Su protagonista tiene, en cada caso, una figura de poder a la que debe plantar cara para demostrar su valor: a un padre, en el pasado; a “Miguel, Óscar, Peter, Víctor y Abimael”, en el presente.
LA AUSENCIA DE LÍDERES
Entre el centenar de obras peruanas que dialogan con el conflicto armado interno (1), muchos son los soldados y terroristas planteados como personajes en cada una de las tramas. Sin embargo, difícilmente pueden encontrarse representaciones de los líderes: con el uso de máscaras, Fujimori y Montesinos son caricaturizados en “Sin título/técnica mixta” de Yuyachkani; el exasesor, además, vuelve a aparecer a modo de fantasma en “Purgatorio” de Vera Castaño y Malcolm Malca. Sin embargo, aquellos a los que la terapeuta debe darles clases —“Miguel, Óscar, Peter, Víctor y Abimael”— destacan por su ausencia en los guiones peruanos creados en las últimas cuatro décadas.
Vale la pena, además, mencionar que este fenómeno se extiende también en el ámbito cinematográfico. Tuvieron que pasar casi dos décadas para que Montesinos aparezca como un personaje principal en “Caiga quien caiga” (2018). Sin mayor relevancia, Abimael Guzmán se asoma tímidamente como un personaje esporádico en “La hora final” (2017) solo en el momento de su captura. Al buscar en otras películas, la ausencia de estos nombres es un rasgo constante.
Yepes toma este vacío característico y les da forma y voz a las cinco personas más buscadas durante las últimas décadas del siglo XX en el Perú: Miguel, Óscar, Peter, Víctor y Abimael interactúan e interpelan a la terapeuta desde su llegada.
LA REPRESENTACIÓN DEL MAL
Sin embargo, ¿cómo procede la autora y directora para materializar estas figuras? Las posibilidades eran múltiples. La obra podía no necesariamente direccionarse como el unipersonal que termina siendo: uno o varios actores, mayores o no, podían complementar la presencia de Alejandra Guerra sobre el escenario.
No obstante, dejar a la actriz sola frente al público desencadenó en la responsabilidad de representar a todos los personajes que se cruzan con la terapeuta. Así, los cinco terroristas son las sombras de la misma actriz creadas a partir de luces proyectadas desde distintos ángulos. Abimael Guzmán habla por primera vez en el teatro limeño a través de una voz femenina.
Esta decisión tiene una serie de ventajas. En nuestro contexto, estamos acostumbrados a las representaciones de personajes de la historia reciente como caricaturas encarnadas en los gestos de algún imitador humorístico. En complemento, si el contenido propuesto tiene un código más serio, exigimos la mayor verosimilitud posible (2). En “La terapeuta”, darle forma a los cinco presos de la Base Naval por medio de la sombra de la propia actriz va más allá de un recurso práctico: no mostrar un cuerpo le deja la responsabilidad al espectador para imaginar, suponer o indagar cómo se ven los rostros de aquellos hombres en la actualidad (3). La misma tarea se produce al escuchar a Guerra pronunciar, por medio de sus personajes, diálogos que apuntan hacia el establecimiento de personalidades en los cinco alumnos del pabellón.
Así, las representaciones no físicas no solo evitan crear algún fallo en la verosimilitud deseada desde la firma del pacto ficcional al inicio de la obra, sino que invita (y quizá obliga) al espectador a reflexionar sobre el devenir del tiempo en aquellos hombres que representaron el irraciocinio más absurdo en los años 80 y 90.
LA HISTORIA Y EL FUTURO
Como sucede en los discursos artísticos ligados a la historia reciente de otros países, es el paso del tiempo el que permite ir representando a figuras que tuvieron algún rol relevante (positivo o negativo) para la nación. Obras como “Muerte en el Pentagonito”, “Hice una obra sobre ti y por fin viniste a verla” o “La terapeuta” confirman que este fenómeno comienza a ejecutarse también en el Perú. Veremos, en todo caso, si el debate desde el ámbito teatral sobre nuestro pasado reciente opta por seguir la misma línea a lo largo de esta nueva década.
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(1) Entre 1981 y 2019 he detectado 94 obras peruanas que implican al conflicto armado interno como parte de sus contenidos. Investigación propia inédita.
(2) En las películas mencionadas anteriormente, por ejemplo, Miguel Iza logra un interesante Vladimiro Montesinos a pesar de exceso de drones en «Caiga quien caiga». El Abimael de «La hora final», en contraste, convence poco: el talco en la cabeza es evidente.
(3) Si bien, por audiencias judiciales recientes, sabemos cómo se ve Guzmán, es difícil encontrar fotos actuales de los otros cuatro personajes.