ZONA DE PROMESAS
Escribe Inés Bahamonde
“¡Vaya! Un día menos”, le dice Estragón a Vladimir a poco de iniciarse el segundo acto de “Esperando a Godot”. ¿Pero a qué se refiere?, ¿un día menos de espera, un día menos de vida?, ¿es lo mismo?, ¿y por qué parece alegrarse? No es curioso que la obra cumbre de Samuel Beckett, a sesenta y cinco años de su publicación original en Francia, siga despertando las mismas preguntas, siga reflejando el mismo hartazgo por la vida (la misma “náusea” de la que hablaba Jean Paul Sartre quince años antes) y que sus cuatro personajes sigan caracterizando las relaciones de la humanidad completa. No es curioso porque a pesar de los siglos y las religiones que no supieron dar respuesta (a la misma biblia alude la pareja protagónica), el hombre sigue preguntándose si vale la pena vivir cuando lo único certero es la muerte. Y si lo vale, ¿cómo vivir, cómo debiesen ser esos días, esos años que nos quedan para que no se sientan eternos e insostenibles como lo son para Valdimir y Estragón?, ¿cómo?
Como reflexiona Mario Cortijo, quien en esta puesta asume el rol de Vladimir, “esta obra habla del drama mayor, del drama de todos los dramas: por qué estamos vivos y por qué insistir en seguir viviendo, por qué seguir esperando esta agonía que es la propia vida. Pues parece que solo para hacer infinidad de cosas. Por ello los personajes buscan divertirse, llorar, cantar, estar felices, todo para pasar el tiempo, para esperar que pase la vida, para esperar a Godot. Tal cual sucede en la realidad: la gente trabaja, hace deporte, hace arte… llena su vida con un sinfín de actividades sabiendo que igual se va a morir”.
LA COSTUMBRE ENSORDECE
Desde que se estrenara en 1953, la obra no ha dejado de montarse en el mundo entero, repotenciando su éxito y valía cuando a su autor le adjudicaron el Premio Nobel de Literatura en 1969. En nuestro país son pocas las veces que se representó, siendo muy recordada la dupla que hicieron Alberto Ísola y Ana Cecilia Natteri. Sobran las adaptaciones. Hasta la novelista Susan Sontag hizo lo propio tomando como escenario la guerra en Sarajevo. Broadway tampoco es ajeno, y en 2013 fue noticia global que la protagonizara el actor Ian McKellen para celebrar los 60 años del Godot en las tablas.
Como vemos, suele ser una obra tomada por actores adultos, ergo, con experiencia tanto vivida como en el escenario. En la puesta que hoy vemos, el grupo no supera los veinticinco años de edad pero consiguen redimir las dos principales características que posee el texto: ser tan divertido como existencialista. Explica Mario que fue el mismo Ángeles quien les aconsejó no intentar emular la experiencia de un anciano, a sabiendas que sería imposible alcanzarlo, sino trabajar desde la soledad y desesperanza propia de su edad y generación. “Es una obra de confianza con el público para un espectador abierto a nuevas propuestas, con ganas de divertirse”, confiesa.
Añade Carl Espinal, enfundado en la suciedad de Estragón, que “Beckett era un modernista. Esta obra puede hacerse en el año 60 como en el 3000 y no va a perder vigencia porque la preocupación del ser humano es la misma: su vida. Además, los personajes de Beckett son ingeniosos pues los elabora siempre en pares para que el uno dependa del otro. A los poderosos siempre les añade un defecto, son casi impresentables”. Y la realidad siguió superando a la ficción.
DESAFÍO Y PROVOCACIÓN
Cabe señalar que el Taller de Formación Actoral dirigido por Roberto Ángeles, y del cual ellos forman parte de la XXVI promoción, dura un año y está segmentado en tres niveles eliminatorios. Así, el tercer y último nivel tiene como fin preocuparse menos por la técnica exigida en los dos primeros para dar paso a la exploración sensorial. Explica Cortijo que estas búsquedas solían iniciarse a partir de imágenes que el también dramaturgo les brindaba. “Teníamos que construir secuencias físicas o vocales que se iban complementando en el momento con lo que el compañero proponía. Esto exigía estar muy atento a los impulsos que el otro te daba y, poco a poco, teníamos que crear un estilo propio, no naturalista para empezar a armar la obra. Exploramos bastantes estilos como el payaso, el bufón, el cine mudo o la comedia física. Al final nos inclinamos por ahí, más al estilo de Charles Chaplin y Buster Keaton”, aclara, aunque es sabido que Beckett era un gran admirador del humorista inglés y que la escena del intercambio de sombreros es una suerte de homenaje a sus ocurrentes secuencias cinematográficas.
Siempre se ha señalado a Beckett como uno de los padres del teatro del absurdo (junto a Harold Pinter y Eugène Ionesco) y de cierto estilo teatral que a pesar de ser minimalista, rompe el lenguaje del teatro aristotélico. Y a pesar de haber varios intentos en la cartelera teatral limeña de seguir buscando nuevos códigos, parece primar una tendencia excesiva hacia el naturalismo, a una forma de actuación en la que el cuerpo parezca cotidiano, casi como si no actuara. Este montaje, en su combinación de estilos, en su estética sucia y exagerada, propone todo lo contrario. “Nuestro maquillaje está más cercano a la máscara del mimo pero es también bastante grotesco. Lo mismo con el personaje de Pozzo, que entra a romper este mundo vacío siendo estruendoso, cargado de elementos y con una calidad vocal muy muy sucio”, explica Carl.
Mario siente que el sentido de la obra, al hablar de la existencia misma, no puede ser ajena al espectador a pesar del código de montaje escogido. “La obra puede abrir mucho el panorama respecto a qué clase de dramas está viendo el público –explica–. Es jalarlo a un espacio de ficción profundo sin ser densos pues la obra está repleta de gags, de comedia, de inocencia, lo que solo refuerza el drama del texto. Al final te das cuenta que estos personajes terminan siendo los mismos miserables del inicio. Te deja ese sinsabor de la espera. Por es importante en la actualidad este texto, porque es importante congelar el tiempo por lo menos dos horas para ponerse a pensar sobre el sentido de la propia vida.” Como dice una línea de Vladimir: “La llamada que acabamos de escuchar va dirigida a la humanidad entera. Pero en este lugar, en este momento, la humanidad somos nosotros”. No podemos ser ajenos al otro ni creer que nuestras decisiones no afectan al desconocido. Cuánto tiempo más el ‘yo’ ha de regir nuestra sociedad.
CAERÁ LA NOCHE
Carl Espinal ya lo explicó líneas arriba: Beckett solía armar sus personajes en binomios dependientes. En “Esperando a Godot”, tan conmovedor como soberbio es reconocer como con solo dos parejas, el autor fue capaz de simbolizarnos a todos. Por un lado, Vladimir y Estragón. Aquel preocupado por las angustias intelectuales y el ideal, siendo una suerte de guía, mientras que éste está signado a resolver sus necesidades básicas y carnales; sus sentidos primarios son su única herramienta para afianzarse a la realidad. A su encuentro llegan Pozzo y Lucky, el primero un hedonista, amante de la libertad. Sin embargo posee un vasallo, Lucky, ser carente de volición, a quien no considera humano, al cual arrea como un animal doméstico atado con una soga al cuello, representado toda relación de poder dominante.
Aunque al verlo en escena es obvio, Cortijo especifica que su construcción fue basada en la apariencia física de Chaplin, con los pies en la primera posición de ballet (talones juntos y puntas separadas), y el semblante emocional de Keaton. “El rostro de Buster Keaton es como una piedra que refleja mucho dolor. Traté que el rostro neutro demostrara la desesperanza, la nada pero sin perder lo lúdico ni la capacidad de divertirse en escena. Pero sí te digo que no hay nada más difícil que actuar en un código no naturalista y ser creíble a la vez. Ese fue nuestro principal reto. Hubo que entender que ser histriónicos y extravagantes no implica que haya carencia de verdad”, añade.
Por su parte, Bernardo Scerpella, indica que su Pozzo fue construido desde las sensaciones y la sensualidad para así cubrir todo grado de reflexión que Vladimir y Estragón se esfuerzan por hacer. Por ello es tan excéntrico como ordinario y ruidoso. “La caracterización, el vestuario, la forma cómo tiene los dedos, las uñas, los dientes negros, cada parte de su cuerpo habla de un ser que no le importa tanto su vida propia como sentir. Y la sensualidad que eso conlleva, la sensualidad de la piel, la sensualidad del hambre, la sensualidad del descontrol. Construí sobre la imagen de un borracho, sobre el olor del ron. Quiero que el público sienta repulsión cuando lo vea. Tuvimos una hipótesis de que Pozzo representa los siete pecados capitales, los instintos más bajos del ser humano.”
A su vez, Carl Espinal construyó su Estragón desde la imagen física del pintor puneño Víctor Humareda. Sus cuadros expresionistas sumaran en su constructo psicológico. “En sus lienzos no habían rostros perfectos sino imaginados y es que Estragón imagina bastante, tiene un mundo dentro de su cabeza que no sabe exteriorizar. Es un ser simple a diferencia de Vladimir. Si Estragón tiene sueño, duerme; si está molesto, grita. Resuelve. Pero ahí está lo complejo porque al ver la diferencia con su par es también egoísta, quiere ser el centro de atención”, puntualiza.
Y es que esta obra, si bien está repleta de acciones blandas, como la espera misma, requiere de mucha destreza actoral para asir las muchas y precisas acotaciones que el dramaturgo indica. El espectador debe también estar atento pues aquí los procesos son muy cortos, se cambia de tema muy rápido y los silencios terminan de redondear toda premisa. Como indica Carl, es un texto donde se resalta la palabra, donde cada frase tiene un sentido muy fuerte y concreto que no puede pasarse por alto, “donde cada cosa que decimos tiene un sentido mayor”. A lo que Cortijo añade: “el teatro contemporáneo olvida la palabra y se enfoca más en el espectáculo, en que suene y se vea bien. Con esta obra en lo único que te puedes apoyar es en la palabra porque no hay nada más, solo un árbol. Nos enfocamos en la sonoridad, en que cada palabra se escuche bella y ahí está la virtuosidad para el público, que se diga ‘nunca imaginé que esa palabra podía escucharse así’. Sé que puede sonar poco modesto pero queremos dejar huella con esta obra. A pesar de no ser perfecta, es producto de muchos meses de trabajo, hemos puesto todos los conocimientos que tenemos, de todos los talleres que individualmente hemos llevado. No se monta hace mucho y sí creemos que hemos construido algo para recordar.”
Vladimir: ¿Qué? ¿Nos vamos?
Estragón: Vamos.
(No se mueven)
TELÓN.
FICHA TÉCNICA | |
Dirección | Roberto Ángeles |
Autor | Samuel Beckett |
Elenco | Mario Cortijo, Carl Espinal, Bernardo Scerpella, Alejandro Guzmán, Martín Fernández |
Temporada | 21, 22, 28, 29 de marzo, 2017 |
Hora | A las 20:00 |
Lugar | Teatro de Lucía: Calle Bellavista 512, Miraflores |
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