XIMENA, INTERNADA EN EL BOSQUE DE SARA JOFFRÉ
Escribe Inés Bahamonde
Cubierta en un hermoso vestido hecho de remiendos y harapos, la niña Mónica se pasea por el escenario construyendo su jardín imaginario. Dando brincos, recogiendo trastos, va cantando en una palangana blanca sembré violetas para ti. El verso lo repite una y otra vez pero nunca suena igual. La pequeña se las ingenia para cambiarle el matiz, descubrir un nuevo impulso, cambiarle la tonalidad, modularlo a su antojo y, por tanto, hipnotizar al público con su juego.
Esta niña de 80 años es Ximena Arroyo. Su voz es poder. La domina con rebeldía, lo mismo que a su cuerpo. Incansable, la niña-actriz se pasea sobre el escenario de la AAA –su casa- trazando universos que solo ella concibe y percibe, a pesar de la presencia de otros dos niños. Pasa su tiempo inventando mentiras, conversando con animales, recitándole a la naturaleza; detesta las preguntas pues todo sabe, no ha sentido nunca miedo pero acepta sin sonrojarse que “es lindo sentir rabia”. Mónica solo sabe contar historias. Ximena nos cuenta ahora la suya.
¿Por qué decides montar “En el jardín de Mónica”? ¿La pronta partida de Sara tuvo que ver?
Mónica era un pendiente desde que la leí hace muchos años. Y Sara siempre me decía: pero hazla flaca aunque ya sabes que yo no vendo. Varias veces estuve a punto de hacer cosas con ella y no las hice, como “Cuento alrededor de un círculo de espuma” o “Pinocho”. Entonces, en la época en que Sara parte, me desperté un día con el impulso de hacerla. Porque yo soy así, impulso. Amanecí con esa idea, incluso pensando en el elenco completo. Llegué donde Omar [Del Águila] y se lo propuse. Él se lo pensó un poco porque ya sabe cómo soy… impulso… así que dejó de aparecer unos días por la AAA. Hasta que se decidió y arrancamos.
Si bien ustedes vienen trabajando juntos hace mucho en la dirección de la AAA, ¿por qué pensaste en Omar para dirigirla?
En esta oportunidad yo creo que trabajar con Omar fue un acierto. Confío mucho en su creatividad. Me permitió tener la confianza de jugar, de explorar y de encontrar un espacio de entrenamiento muy fuerte antes de llegar al texto; porque durante meses estuvimos entrenando antes de siquiera mover el texto. Esa es un poco la línea de trabajo de Omar pero no tanto la mía. Los procesos que he tenido en los últimos tiempos no han tenido la dinámica del cuerpo. Me sentí muy bien y ya con el cuerpo listo fue más fácil la exploración.
Curioso lo que cuentas porque en el escenario se te ve muy suelta y cómoda, como si este hubiese sido tu campo de trabajo habitual. ¿Qué implicó este entrenamiento, cómo fue descubrir a Mónica desde el cuerpo?
Aunque suene un poco dramático, Sara [Joffré] estuvo muy cerca en este proceso. Incluso, por momentos, la teníamos al lado y ya queríamos dejarla pero no sabíamos cómo. Nos preguntábamos por qué habrá escrito esto, qué habrá querido decir con lo otro. Y en un punto sentimos que no teníamos que preguntárnoslo. Omar, Jamil [Luzuriaga, también actriz de la obra] y yo hemos sido muy cercanos a ella. Entonces como que Sara estaba ahí, siempre. Sin embargo, recordamos que lo que ella nos enseñó fue eso: jugar y divertirse. El “no dejarme”, no vencerme, probar sin miedo es algo que me ha acompañado sin presión en este proceso porque yo soy una persona que se presiona mucho, y justamente con Mónica, que es un personaje tan complejo, no me presioné. En todo caso, mi presión fue entregarme, no pensar.
Siendo todos ustedes tan cercanos a Sara, ¿cómo fue desentrañar el texto?, ¿cómo abarcar su universo?, ¿o el hecho de conocerla los llevó a –digamos- discutir sobre lo que entendían del texto a partir de la intimidad individual que cada uno tuvo con ella?
En un momento tuvimos que dejar a Sara en la puerta… creo que fue Omar como director. Dijimos: hay que hacer nuestra Mónica y punto, porque sí hubo un momento de discusión entre nosotros. Pero en lo que todos coincidimos, aunque si bien lo tenía en el inconsciente, es en lo vanguardista que ella fue. Esta obra fue escrita en 1961 y habla de un universo tan actual. Y con una escritura dramática tan extraña que supongo que para la época lo era aún más. Cuando nos pusimos a profundizar en el asunto, cada frasecita que descubría me permitió valorarla más, ver cómo fue realmente más valiente de lo que yo creía, porque se enfrentó, porque se lanzó a escribir como quería, sobre lo que creía y ¡caramba! la obra aún funciona. Y, encima, para niños. En una función un chico me comentó que le encantó poder escuchar la risa de un adulto y de un niño en la misma sala.
Mónica es un personaje que tiene una dualidad entre lo inocente pero con tonalidades muy oscuras: puede ser muy dura, ofensiva, irónica y, a la vez, encantadora y amigable. Aunque es un referente más contemporáneo, me trajo a la memoria a la niña protagonista de la película “Las malas intenciones”. Pero admito que al leer la obra no quedé con la impresión de que se tratase de un texto tan infantil, ¿fue intención de ustedes bajarle el tono para hacerla accesible a todo público?
Sí hubo intención de hacerla más cercana al público y esto se ha ido perfilando sin querer durante el proceso. No pasamos por alto esta oscuridad pero no la realzamos ni la sobredimensionamos. Creo que la opción fue tener una mirada optimista y eso sí lo tuvimos muy claro como grupo, y el final de la obra lo remarca. Nuestra propuesta es clara: “tú puedes crear tu propio jardín”. Sí pues, no es lo que te da el texto en prima pero sí creo que hubo una necesidad de ponerle cierto optimismo y eso que yo no soy muy optimista… jajaja. Pero en el caso de Mónica, sí sentía que tenía que pesar más la sobrevivencia, la necesidad de jugar, de salvar a alguien, de crear tu propio mundo, de que si eres fiel a lo que sueñas pues puedes salvarte. Y a mí me han salvado muchos. ¿Te soy sincera? Como cualquier actriz, siento presión sobre que mi trabajo guste, por hacerlo bien, por marcar, más en una ciudad donde no se apoya el teatro…
Y con la imagen de tu madre, Sonia Seminario, muy presente. Supongo que en una u otra forma te debe pesar.
Sí… sí y no. Creo que antes no era muy consciente de ello porque crecí en el escenario viéndola, era completamente natural para mí. Ahora no le doy mucho peso pero de hecho está. Sí, está. Pero increíblemente reconozco que con esta obra más me divierto que lo que me tenso. Y sería ideal que pudiera tener eso en todos mis procesos. Olvidarte de la aprobación. Por ahí deberíamos empezar todos los actores.
Y sobre tu trabajo individual para con Mónica, ¿cómo fue modificar tu cuerpo adulto para llegar a esta niña?, ¿cuáles fueron tus referentes, de dónde te apoyaste para encontrar estos dos mundos?
El vínculo que tuve con Mónica es mi encuentro personal con el texto. Hay escenarios comunes de mi historia con ella. Esa niña adulta o esa adulta niña… como que he sido muy consciente de eso en mí. Creo que todos lo tenemos aunque la mayoría matamos a nuestro niño interno. Pero no todos se permiten hablar. En cambio yo sí me permití salir, solté a la niña que sí recuerdo y que tiene zonas comunes con Mónica; claro que no tan fuertes como el personaje. Además, trabajo con niños desde hace mucho tiempo y niños de todos los estratos sociales, entonces como que tengo un bagaje y un conocimiento de su mirada, de su inocencia, de su malicia también. Es que poco miramos a los niños. Tuve la oportunidad de trabajar con “Retama” en una época y fue ahí donde accedí a este universo de otra manera.
Porque hasta ese momento la educación del teatro infantil era distinta. El trabajo con este grupo fue crucial para modificar mi mirada en el universo de los niños, de dejarlos más libres, de respetarlos. Respetarlos… algo tan sencillo pero que poco consideramos. Entonces todo este material que recopilo con ellos desde fines de los noventa, más los talleres que estuve dictando, me permitió soltar todo este aprendizaje en mi corporalidad.
Y ya que no sueles trabajar siempre desde el cuerpo, ¿cómo afrontas tus personajes normalmente?, ¿estás todo el día pensando en ellos?
Sí, todo el día dándole vueltas. Por ejemplo ahorita ya estoy ensayando “Silencio sísmico” de Eduardo Adrianzén y ya estoy pensando en eso a cada rato. Además tengo varias maneras: hay veces que necesito aprenderme el texto primero y después buscar la forma, otras me lo aprendo durante los ensayos. Hay algunos textos que afloran de manera intuitiva, que los repito todo el día para después soltarme. Con Mónica ha sido en la práctica, en el juego. Ha sido una delicia porque nos hemos permitido jugar con él, aportar, romper. Por ejemplo, la canción con la que iniciamos la obra la trajo Omar para ejercitar voz. Y nos pareció tan bonita que le pedimos dejarla. Omar ha sido tan flexible como exigente y se lo agradezco. Trabajamos al juego y recién al final construimos una estructura sobre la que tenemos plena libertad. Para mí es improvisar en cada función mientras que para Omar no… jajaja. Es que recién entendí que no puedo permitirle a Mónica no descubrir qué va a pasar en cada noche y no tener un orden claro de movimiento me ayuda mucho.
[Estamos sentadas en un café de Barranco, distrito en el que Ximena vive. El sonido apabullante de una 73 nos obliga a interrumpir la conversación. El silencio se prolonga por varios segundos que ya se transforman en minutos. La actriz pierde la mirada en el fondo, en el vacío, como quien mira el parque sin reparar en la gente que camina apurada delante de ella. No sé si interrumpir su nostálgico letargo. Percibe mi duda antes que mi incomodidad, exhala fuerte y continúa.]
Sara ha sido el desprendimiento personificado en el teatro peruano. Ella escribía y soltaba para que los demás lo montaran. Es un desprendimiento que no he vuelto a ver. Ella nunca se apropiaba de nada. Nunca traté de conocerla a través de su obra porque ella, me da la impresión, escribía desde el corazón. Creo que indagar en qué la motivó para escribir tal cosa… no sé, no me provocó. Hay otros que sí les gusta hablar de su trabajo y está bien. Pero a ella no le gustaba hablar de su obra. Siempre fue mi amiga y poco le pregunté por lo que escribía. Siempre la admiré por ese desprendimiento y por ser esa persona de teatro que era, porque agrupaba todas las líneas de una persona de teatro, no solamente la dramaturgia. Siempre le voy a estar agradecida. Siempre.
que linda entrevista! Por razones que desconozco, leerla después de mucho tiempo (otra vez), genera un gran valor. Gracias a Mucha Mierda, no solo por la entrevista, sino , por todo lo que nos brinda y nos muestra, por su lucha desde está trinchera.
Gracias y abrazos.
Gracias por tus palabras, Omar. Todos trabajamos junto para darle fuerza a nuestro teatro.
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