DE VUELTA AL ÚTERO

Una declaración de amor. No hay otra forma de definir la obra “El día en que cargué a mi madre”. Paloma Carpio dirige este montaje sencillo pero de emociones transparentes, que aglomera las diversas técnicas que manejan sus dos actrices: Bernadette Brouyaux y Soledad Ortiz de Zevallos, madre e hija en la vida real.

DE VUELTA AL ÚTERO

Inés Bahamonde

La artista circense Soledad Ortiz de Zevallos (o Sole, como le dicen con afecto) cuenta con el pecho henchido que su infancia fue todo menos “normal”. Su madre, la belga Bernadette Brouyaux -quien emigró al Perú a finales de sus veinte-, solía organizarle a ella y a su hermano búsquedas del tesoro en el jardín de la casa, disfrazándolos de piratas, con coladores de fideos en la cabeza, emulando una recia armadura. “He sido todo menos princesita y sin duda eso fue clave para entender cómo soy ahora”, nos cuenta divertida.

Y es que Sole, a sus 28 años, se ha reencontrado con su madre. Los últimos ocho los vivió en Bruselas, donde estudió y vivió haciendo circo. Si bien ambas mantenían fluida comunicación, no fue hasta que ella regresó a Lima que descubrieron que juntas tenían una relación artística por desarrollar. “Automáticamente imaginé un posible dúo con mi mamá que recién se iniciaba como actriz”, recuerda.

El día 02Así nace “El día en que cargué a mi madre”, una obra que, desde el inicio, ni bien tomamos asiento en las butacas, nos invita a entender que habrá que agudizar otros sentidos, que otras percepciones serán necesarias activar para no perder el invisible hilo que une estas historias de identidad individual; hilo hecho con la fuerza inquebrantable del cordón umbilical.

La sinceridad de la exposición con la que ambas actrices nos confronta, bloquea cualquier error técnico que la obra haya podido tener. ¿Quién enseña a quién?, es la pregunta que saboreamos entre dientes al abandonar, aún conmovidos, el teatro. Y es que la obra está hecha de esas interrogantes que tanto cuesta hacernos a modo de introspección. Así empezó la búsqueda de Bernadette, preguntándose: “¿qué me define como persona?, ¿ser madre únicamente? No quiero ser recordada solo por eso”. Valiente análisis el suyo. Y es que, como bien dice, ser madre no debería mellar nuestra individualidad femenina. Ser madre es una condición (eterna, sí) que la complementa pero que no la limita. “Mi hija ahora me está pariendo”, dice ella en una escena, mientras la vemos sentada bajo un árbol frondoso y resistente que representa a su madre, la abuela de Sole. “Crear es seguir dando a luz”, continúa, descubriendo que su vida no se acaba con la crianza de sus hijos.

La disquisición de Soledad es igual de potente y, a la par que reconoce que cierta parte del vínculo filial se rompe en la adolescencia, culmina con esta reflexión, hermosa lección que declama mientras arrulla a su madre, hecha ahora un bollo entre sus brazos: “he sido cargada tantas veces… cuando tu cuerpo no responda, déjame hacerlo como un homenaje a nuestro pasado”.

LA GUÍA EXTERNA
La nutrida experiencia de la directora Paloma Carpio en la creación colectiva, le ha permitido trabajar sus búsquedas escénicas casi siempre desde el recuerdo aunque en diferentes perspectivas. En el 2007 se sentó junto a la artista Lorena Peña -quien había sufrido un accidente- para trabajar “Cuídate”, exploración basada en metáforas asociadas a la autodestrucción. Con “P.A.T.R.I.A” buscó reivindicar las vivencias de sus colegas a partir de sucesos social-políticos. El año pasado, la dirección de “Al otro lado del espejo” -protagonizada por mujeres transexuales- también implicó un esfuerzo por reconocer cómo la experiencia personal del actor interpela al espectador, casi obligándolo a replantear su forma de relacionarse con aquellos a quienes considera distintos a sí. El testimonio es el terreno de lucha para la directora y de éste sale siempre victoriosa.

El día 03

¿Cómo fue el trabajo de reducir a una hora 30 años de vida madre-hija?, ¿fue complejo decidir con qué quedarse, ceder algunas anécdotas?
Bernadette: Yo tenía algunos textos y Sole pensaba claramente en secuencias de movimiento. Poco a poco conversamos, recordamos, hablamos de lo que cada uno había pensado como inicio. Pero poco a poco hubo otros recuerdos, ideas de cómo hablarlo o mostrarlo. Durante el laboratorio –refiriéndome al proceso de creación- todo es posible y sobre el tiempo. Pero sí, al momento de decidir fue difícil descartar, renuncia a tu primera idea. Cuando entró Paloma, nos propuso escribir sobre algunos temas. Ella empezó a ver lazos entre el material que ya teníamos y decidió no hacer las escenas cronológicamente sino equilibrando textos y movimientos.
Soledad: No siempre nos fue claro que queríamos contar toda nuestra historia. Cuando pensé en hacer una obra con mi madre, se me venían más imágenes corporales. Mi punto de partida fue el cambio de roles, si era posible e incluso necesario. Me daba que era un tema generacional y necesita hablar de ello. Pero a la hora de la hora, cuando uno trabaja con su madre en un espacio de creación, salen recuerdos de no sabes dónde, salen preguntas, comentarios, dudas y todo eso fue necesario compartirlo, decirlo, volver a vivirlo. También hubo que definir si lo que contábamos tenía relevancia para el público o no. Así que las anécdotas que quedaron fueron las que pensábamos valían la pena para entender la relación actual que nos une. Siempre pensé que salga como salga la obra, era un privilegio hacerla porque el proceso fue hermoso, cargado de emociones, recuerdos y anécdotas graciosas, tiernas y duras también.
Paloma: El proceso implicó una negociación permanente, un ejercicio de diagnóstico constante sobre la forma que va tomando el espectáculo cada semana de ensayos. Cuando me mostraron lo que habían venido “acumulando” la sensación inmediata que me produjo fue de mucha ternura. Y eso me conectó con mi propia madre. Con ese cordón que alimenta de amor y que está presente durante toda la vida; pero que no deja de reafirmar la necesidad de diferenciarte, de trazar tu propio camino y buscar la independencia.

Ustedes dos se exponen de una manera sincera pero cruda en el escenario, compartiendo lo más íntimo de sus sentimientos. Si en una obra ficcional al actor le cuesta no comprometerse con el personaje, «cerrar» ese cúmulo de emociones ficticias que se activan, no me imagino cómo terminan ustedes cada día. ¿Cómo no romperse el alma función tras función?
S: En realidad sí terminamos movidas pero no en el mal sentido. Creo que más allá de tocar temas duros, crudos o tristes, también me llevo todo el cariño y amor sincero que recibo en la obra… los abrazos, los besitos después de cada función. A los 27 años uno ya no le pide a su mamá que la abrace, que la bese pero gracias a la obra tengo la suerte de volver a ser chiquita en los brazos de mi mamá. Y en las partes más duras, soy yo la que la sostengo y eso es bonito también. Se me hace un nudo en la garganta, pero me gusta ocuparme de ella así, mecerla, acariciarla, cargarla.
B: En los ensayos terminábamos emocionadas, tensas, palteadas, a veces resentidas, pero siempre nos dimos cuenta de eso. Hubo un par de veces que tuvimos que alejarnos para superar algunas cosas que el trabajo generaba. Paloma fue el ojo exterior y tuvo a veces que poner algo de paños fríos o sugerir cambios cuando veía que se generaban tensiones. Siempre hubo espacio para hablar si un recuerdo o un tema traía emociones inesperadas. Cada una tenía derecho a no querer hablar de algo en escena. La gran ventaja que tenemos es que somos capaces de dialogar y el teatro testimonial debe tener espacio para eso, por lo menos en el laboratorio; sino no podría ser sincero o real.
P: Sin embargo, no es una historia que se quede en el drama, sino que tiene elementos de redención que les permiten terminar liberadas y agradecidas por la respuesta del público, como dice Sole. Los gestos de cariño y reconocimiento posteriores han sido realmente reconfortantes y eso les da fuerza y motivación para darlo todo en escena.

Haciendo una suerte de «antes y después» en su relación filio-maternal, ¿cómo o cuánto sienten que ésta ha evolucionado tras del montaje?
B: ¡Tus preguntas son agudas! Creo que es temprano para hacer el balance de eso, todavía estamos en plena presentación mutua.
S: Para mí ha sido un reencuentro. Volver a ella después de ocho años lejos, construyéndome sola; regresar a verla con otros ojos y a que ella me vea también con ojos nuevos.
B: Vi cosas de mi hija que no conocía de tan cerca, su lado profesional por ejemplo, que admiro. Aparecieron otras percepciones que no me imaginaba sentir, como algo de competencia y me sorprendí, pero decidí no dejarlo crecer. Y definitivamente sentir que es un regalo inolvidable que nos estamos haciendo. Me pregunto cómo me sentiré cuando termine la temporada, creo que disminuir un poco nuestros encuentros nos hará bien. No por vernos menos sino para poder vernos en otra relación.
S: Antes de esto los roles eran más marcados. Durante el proceso de creación hemos sido las dos iguales, las dos expuestas de la misma forma. Hemos tenido que aceptar los miedos de cada una, entenderla, ponerse en sus zapatos en todo momento. Creo que ahora nuestra relación es más sencilla, más honesta, más de adulta.

A pesar de pequeñas menciones al padre y al hermano, me sorprendió positivamente que las figuras masculinas estuvieran casi obviadas. ¿Fue esto consciente?, ¿fue complejo contar su historia sin esa mirada de contraposición de género que muchas veces es la que nos define?
S: Éramos conscientes que estando solo las dos íbamos a tener un montaje muy femenino y no buscamos enfatizarlo. Además, la relación que tuvimos mi hermano y yo fue similar: mismos cuentos, mismas canciones, mismos disfraces… no tuve una educación “femenina”. Yo sé que mi papá y mi hermano están muy presentes en el montaje aunque no se sienta tanto. No queríamos que se sientan expuestos, tampoco. Pero en los recuerdos de ambas estuvieron siempre ahí.
B: Esa fue una preocupación que también tuve y que se verificó desde que una mirada masculina vio algunos ensayos. No quería, no quiero que se sienten excluidos, al contrario. Estoy segura que el público femenino se identifica más fácilmente porque es una obra que habla de sentimiento y emociones. Pero espero que los hombres pueden estar «touché» con la obra. Y lo están. Sé de hombres conmovidos y con ganas de ver a su viejita, de revisar la relación que tienen con ella, o preguntarse si ella es realmente feliz con su vida, o si tiene sueños no se permitió realizar. Y eso me hace feliz.

El día 04