VEGETACIÓN DE INSANA HUMANIDAD: “LA TIENDITA DEL HORROR”
Escribe: Mimí Bregante
Años 50. Seymour Klerbourn, un hombre, digámosle, inocente y querendón. Huérfano. Botánico de profesión. Trabaja en una florería paupérrima de los suburbios neoyorquinos bajo el mando de su ambicioso jefe, Mr. Mushnik, un tipo venido a menos quien seriamente se formula la posibilidad de cerrar para siempre el negocito, aquel que le genera más problemas y gastos que utilidades y satisfacciones. Pero ello implicaría que la bella Audrey, una muchachita naif capaz de sesgarle el aliento a Seymour, constantemente maltratada por su extravagante novio, se quedaría sin trabajo. Y como él no ha de permitirlo develará su más preciado secreto: Audrey II, una extraña planta carnívora que le devolverá el éxito y el esplendor a la olvidada tiendita. Pero claro, la fama y sus quince minutos tienen una cara factura que cobrarle pues la macabra plantita solo se alimenta de sangre humana. Y él deberá alimentarla. A escondidas. Sacrificando incluso lo que más ama. ¿Será posible detenerla?, ¿querrá Seymour realmente ponerle coto a lo que repentinamente se convirtió en el mejor momento de su vida?
El completo absurdo de esta musical sirve para plantearse la siguiente pregunta base: ¿dónde radica el mal? ¿En el joven, aunque no es malintencionado, que mantiene un horrendo mecanismo a cambio de triunfos?, ¿en el jefe que utiliza a su favor estas ventajas no solo sin cuestionarse su procedencia y lo que implica, sino que los beneficios obtenidos quedarán solo para él?, ¿en ella por su absoluto desconocimiento sobre casi todo lo que ocurre a su alrededor? Y si a la planta la tomamos como una alusión al sistema, al statu quo que seduce y que absorbe a cambio de promesas maravillosas, a cambio de un estilo de vida que nos han hecho creer necesario e inalcanzable, entonces entenderíamos que en ella no puede radicar el mal pues ella solo se mantiene viva gracias a los demás, a quienes la alimentan desesperadamente, porque ella por sí misma no es capaz de funcionar. Y, ojo, no es que se trate de buscar culpables.
Y aunque Seymour no obra con maldad, aquí todos los personajes son igual de perdedores. Por eso la constante necesidad de ascender socialmente, de salir del barracón. Es también interesante la suerte de burla/crítica sobre el rol femenino que se construye en el personaje de Audrey quien sinceramente desea casa con jardín y lavar en moderna lavadora. El éxito es apariencia. Así, esta comedia de humor negro descubre de manera sencilla y hasta primaria las más básicas emociones humanas: miedo, ambición, egoísmo, frustración, ilusión, felicidad, confianza pero sobre todo, necesidad de amor, de darlo y recibirlo. Y el mérito de David Carrillo, su director, radica en plantearlas así de directas, sin ocultarlas en subtextos, sin segundas intenciones porque desde esa claridad es que nos permite percibirlas, porque desde su planteamiento escénico es válido generar conciencia desde la risa.
La asociación cultural Plan 9 debe su nombre al filme que Ed Wood dirigiera en 1959. Serie B de las que Carrillo y Giovanni Ciccia se han declarado fanáticos. Por eso no sorprende que en este musical solo dos actrices tengan el dominio vocal para cantar: Shantall Young y Gisela Ponce de León, quien nos tiene acostumbrados buenísimas interpretaciones. Esta no es una excepción. Y aunque el personaje de Ciccia sea el de un tipo treintón, él, con sus cuarenta ya empezados, convence sin esfuerzo ni disfuerzo, porque ha sabido explotar su innato carisma. Virtud del director. Pero de quien no se puede decir lo mismo es de Sergio Galliani. El actor parte de estereotipos elementales para construir los varios personajes que interpreta, cosa inaceptable en su trayectoria (¿será una suerte de detrimento colateral tras tantos años en “Al fondo hay sitio”?). Desperdiciado está su papel principal, el novio villano, quien recuerda al psicótico Frank Booth que Dennis Hopper diese vida en “Blue Velvet”, de Lynch. A pesar de ello, es palpable que los siete actores se divierten sobre el escenario y el público lo siente. Por eso lo mejor de este montaje es que nos regresa al Plan 9 de “El show de terror de Rocky” (2001), “El misterio de Irma Vap” (2007), porque Carrillo ha entendido que no tiene por qué dotar de seriedad a todas sus puestas, que lo hilarante de lo absurdo es su mejor territorio, porque nadie más en la escena local se dará esas licencias. Ese es su valor en la historia de nuestro teatro: ser el Ed Wood peruano. No dicho peyorativamente sino con todo el valor y responsabilidad que ello implica.
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