BIENVENIDA AL MUNDO, DORA
Escribe: Mimí Bregante
Entonces, tras despertar del adormecimiento de los calmantes que durante años la mantuvieron sedada, Dora descubre la felicidad en el sexo. Encuentra en la tibieza dérmica del otro la libertad que su cuerpo le exige. Pero Dora es una retrasada mental y quienes la rodean cuestionan no solo si gente como ella es capaz de sentir placer sino si debiese permitírsele el goce. Es que Dora, antes que todos ellos –y a pesar de sus limitaciones- ha comprendido que en la seguridad sexual radica su autonomía, que el empoderamiento descubierto a través de su cuerpo vivo, palpitante, es su mejor herramienta para derrumbarse límites y condicionamientos sociales. Pero no, de eso no se habla en casa. Ni en la calle. Ni en el colegio. Mucho menos en la iglesia. Bienvenida al mundo, Dora.
Jorge Villanueva repone “Las neurosis sexuales de nuestros padres”, del dramaturgo suizo Lukas Bärfuss, y en ella advertimos temas ya recurrentes en el director: la confrontación de la sexualidad, el cuestionamiento hacia lo normalmente establecido y las confusas relaciones entre padres e hijos. Y aunque en todo relato existe un protagonista, Villanueva suele sobrecargar la acción dramática en el personaje central, dotándolo casi de toda responsabilidad, decisión algo riesgosa para el conjunto de la obra. Esta vez (y como hace cuatro años) Wendy Vásquez encarna a Dora con destreza. Su complejo trabajo físico y psicológico ha parido a un personaje enfermo, grotesco pero que es poseedor de una ternura inconmensurable. Consigue una Dora amoral, emotiva, melancólica pero fuerte, que genera una inexplicable atracción tanto para el resto de personajes como para el público que la sigue atento por el escenario. No siendo la primera vez que Wendy trabaja este personaje, ella decidió redescubrir en Dora nuevos argumentos para justificar mejor los por qué de este protagónico, lo que nos habla de una actriz comprometida con su trabajo.
La atención que genera Vásquez por sobre el resto de actores devela fisuras en la puesta. Lucho Cáceres interpreta al Señor Fino, factótum de las pasiones sexuales de Dora. Pero siendo él también un enfermo de los sentimientos, herido en su incapacidad por generar vínculos estables, no consigue la empatía subrepticia que explique su aferro hacia Dora. Cáceres repite una fórmula para representar al vivo con calle, que manipula y coquetea pero que finalmente se ve movido internamente. Se lo hemos visto en otros trabajos y, aunque por momentos le funciona, es en las escenas claves de la obra que Lucho se queda en la forma externa, en textos dichos sin énfasis ni matiz. Similar sucede con el padre de Dora (Gustavo McLenan) quien a pesar de ser el personaje que menos comprende a su hija (“A papá siempre le creo”, dice Dora) le falta aplomo cuando de cachetearla se trata.
Llama la atención cuan disímiles pueden ser las propuestas escénicas de Villanueva cuando –como en este caso- firma bajo el nombre de Ópalo, su grupo de teatro desde hace dieciséis, que cuando lo hace en trabajo con otras producciones (en temporada también se encuentra “Al otro lado de la cerca” en el Mali, gracias a La Plaza y al CC de la Universidad del Pacífico). Los riesgos asumidos con Ópalo son los que le han brindado el sello característico a la estética de sus montajes. En “Las neurosis…” resalta positivamente la austeridad escogida para la escenografía y el vestuario. Sin embargo, en cuanto al primer punto, no termina de entenderse la utilización de un panel trasero central translúcido. Pero donde Jorge nuevamente acierta es en la musicalización en vivo a cargo de Magali Luque, quien cargada de una guitarra, un cello y cuatro copas llenas con distintos niveles de agua, crea las atmósferas necesarias. Además, Magali sabe pasar desapercibida y en absoluto se convierte en un elemento distractor para el espectador.
Mónica Domínguez es la madre, una madre que se encuentra en la dicotomía generada por el descontrol que en Dora genera la suspensión de los medicamentos y sus neurosis nacidas de su vida personal. Marcello Rivera es el amable médico, responsable de explicarle a Dora que el sexo es normal, necesario, que significa el comienzo de la vida. Se vuelve la voz de su conciencia. Sin embargo, sus explicaciones se enturbian cuando se mezclan con sus recuerdos personales. Juan Carlos Morón es el patrón, quien en todo momento la interpela desde las formas que el statu quo ha impuesto. Es el hombre que normaliza al sexo opuesto, un higienista social de los que hablaba Bärfuss. Pero es Haydeé Cáceres, la madre de éste, la más cercana a Dora, la más humana de los satélites que circundan el universo Dora, de esa Dora que sabe mirar con asombro y duda a la vez, de esa Dora que tras el segundo acto muestra una mirada ahora manchada pero no por ello menos esperanzadora. Lo que deja “Las neurosis…” es el derecho a amar sin filtros, a imponer nuestra voz en la búsqueda porque ese amor sea correspondido. En nuestros días, la lección de Dora no es obvia y debe recordarse cada mañana con la misma fruición con que ella lo hace.
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