LA REPÚBLICA ANÁLOGA: CIUDADANOS DEMENTES
Escribe: Mimí Bregante
Usted se despierta todas las mañanas. Junto con el café o la ropa de trabajo bien planchada enciende el televisor o abre un diario. La escena es la misma todos los días: morbo y corrupción manando por su pantalla, manchando las páginas de los medios que ¡oh! curiosamente se encargan de evaluar la falta ética de contenido de sus congéneres. Y así, cada mañana, a usted lo embarga un deseo inefable de ponerle coto a esta situación, se siente empoderado, sabe que si se lo propone puede generar cambios. Es solo cuestión de voluntad, ¿verdad?
Lo mismo pensó Torres (acertada interpretación de Michael Joan). Colocó un aviso en un cibercafé donde buscaba aliados para la construcción de una república análoga. Y lo consiguió. Por su casa desfilaron la dulce más no ingenua Beatriz (Claudia del Águila), narradora del impulso de este relato y quien se dispone a ocupar el puesto de primera dama, a pesar de tener novio, Omar (Carlos Montalvo), un sastrecillo casi mudo pendiente del futuro de ambos y hacedor no de su vida, sino del vestido de novia de su futura esposa.
A ellos se sumará el Dr. Carpio, interpretado por un genial Pietro Sibille que en ningún momento disimuló su disfrute en escena interpretando a este siniestro personaje. Sí, podría no sorprender verlo en esta caracterización, sin embargo su destreza en escena deslumbra, regalándonos a un inescrupuloso médico al que una necesidad de violencia lo mueve constantemente. Pareciese que éste, como dice Georges Bataille, “subordina la violencia a la más completa reducción de la humanidad al orden de las cosas”, pues justamente es este desacato de ímpetu lo que refresca la obra. ¿Nos hemos ya acostumbrado a la violencia gratuita? Respóndase usted.
También están Chester (un Reynaldo Arenas al que le vendría bien nuevos ejercicios de dicción), Renzo (Christian Esquivel, quien ha trabajado baja la batuta de Steven Soderbergh y Ron Howard), mano derecha del también Dr. Morales, interpretado por un formidable Héctor Rodríguez. A este hombre se le dará la divertida tarea de germinar el grito emancipador de esta nueva república. Pero, debido a sus problemas en el habla, Morales se rehúsa a llevar a cabo su misión pero a la vez teme quedar signado en la historia como un cobarde. Y así, entre hilarantes escenas, consigue su estertor libertario, casi silencioso pero real y sincero.
La obra, escrita y dirigida por Arístides Vargas, es un retrato maravilloso de la carencia de líderes políticos que enferma los países de Latinoamérica. Así, todos estos hilarantes personajes emprenden un cuestionamiento constante sobre la utilidad/eficacia de todos los que son parte de este proyecto. Y no será hasta el final donde entendamos si se trata de una empresa heroica, ilusa o inútil. Lo que es claro es que en este juego de estrategias nadie acertará una movida sin juzgar al otro.
Conseguido el objetivo toca la fotografía de rigor: todos felices, todos unidos, perfecta para la primera plana de un diario vespertino que despierta a la ciudad con sus buenas nuevas. Pero este retrato queda en la forma. A sus protagonistas los corroe el ego, el cinismo, posiblemente la traición ronde también su círculo. Y nosotros espectadores seremos testigos de cómo esta imagen se irá trasgrediendo con el correr de la historia, una historia ya harto conocida, además: la del poder y la ambición, pues “el poder se encargará de cambiarlo todo”.
Pilar Núñez (con un perfecto manejo del timing escénico que ya se le extrañaba y que se percibe como un trabajo mano a mano con Charo Francés, fundadora de Malayerba), la madre de Torres, será la que parece resolverlo todo desde atrás, la que permitirá que el conocimiento llegue a ellos desde el cuestionamiento constante, ella permitirá ver que la construcción de una nueva república servirá solo para desterrar el miedo, el miedo a estar solos.
Así, solo quedará “el cadáver de una importante empresa pues toda liberación tiene sus 10 segundos o sus 10 días que estremecen el alma”. Es aquí cuando la repartición de ministerios se vuelve una exigencia. Nadie trabajó en la construcción de esta república gratuitamente, ¿o sí? No seamos ingenuos, señores, ya nadie trabaja por la patria por genuina filantropía. El amor al prójimo también tiene un costo, un precio que irá en desmedro del otro. Bienvenido a la política del siglo XXI. Piense bien antes de marcar la cartilla de votación.
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