SOBRE IDENTIDAD, GÉNERO Y DEMÁS CONCEPTOS URGENTES
Escribe Paloma Gamarra
“¿De quién era esta mano? —se preguntaba— ¿La derecha o la izquierda? ¿La mano de una mujer o de un hombre, de la vejez o de la juventud? ¿Había gobernado el caballo de guerra o manejado la aguja? ¿Había cortado la rosa o empuñado el acero frío?”, cuestiona Virginia Woolf en la falsa biografía que es el texto original de su novela “Orlando”.
Este cuestionamiento resume la esencia de lo que el personaje representa, por lo que hizo y dejó de hacer. Sin importar las formas en las que su alma se refugió, nos queda solo su esencia y en ella encontramos más interrogantes y dudas, pero sumadas a un deseo por quebrar el statu quo, a un imperativo por cambiar el mundo.
La imaginación de Virginia, para nada lejana a la realidad, la llevó a crear a Orlando, un joven que vivió los privilegios de la realeza del Siglo XX, un protegido de la Reina Isabel, un hombre deseado, amante de la literatura y el arte, inteligente y libertino. El plot twist de la historia es que, tras un profundo sueño, amanece siendo mujer. Y como mujer siguió siendo deseada, amante de la literatura y el arte, inteligente y libertina. ¿Por qué habría de cambiar?
Por supuesto que cambiaría. Porque en ese entonces las mujeres usaban vestidos de veinte capas y su trabajo consistía en callar y sonreír, en abanicarse y disimular disfrute, en ser un adorno. Pero cuando ya había gozado la libertad o tras haberlo tenido todo, ¿es posible amoldarse a lo opuesto?
Este cambio de perspectiva fue clave para entender la desigualdad, la falta de empatía entre hombres y mujeres, y lo similares que somos una vez que quitamos todas las máscaras y dejamos al ser desprovisto de toda idea terrenal asociada a un rol, desnudo ante lo que finalmente es: un humano.
INVENTANDO A ORLANDO
Crear a Orlando para el público de Lima fue un viaje completamente nuevo, forjado precisamente desde la desnudez del alma del personaje y encarnado pieza a pieza por Fiorella Pennano. Se logró, además, gracias a la ayuda de las ideas que convergieron durante los procesos de creación colectiva junto con el resto del elenco de esta obra.
El texto, cimiento que la escritora londinense propuso, así como aspectos característicos puntuales que continuaron manifestándose en la versión adaptada por la dramaturga estadounidense Sara Ruhl, significaron un punto de partida para el elenco de “Orlando”. Una vez establecido aquello, decidieron divertirse.
Con Norma Martínez en la dirección, incluso con todo el minimalismo de la puesta, cada identidad que compone la historia está llena de matices vívidos que acompañan a la perfección el recorrido del protagonista. “Ha sido muy divertido”, afirma Pennano, “la propuesta de Norma fue crear a partir del juego, y con este elenco de lujo, lleno de grandes profesionales, ha sido toda una experiencia. Sobre todo, porque todos estamos jugando e intercambiando roles, el género no nos limita a crear de ninguna forma”.
Para ella en particular, encontrar su identidad implicó situarse en el contraste de ambos sexos, e ir descubriendo sobre el cuerpo y la palabra quién es. Primero tuvo que llevar a cabo la misma búsqueda que su personaje, y desde ahí, darle vida a la figura que interpretaría. La búsqueda de Orlando era la de un artista consigo mismo, y podemos decir que también lo fue para Fiorella.
“He tenido que encontrarme con mi lado masculino, descubrir poco a poco esa parte de mí”, dice la actriz. “Por supuesto fue un reto hacer cosas que son físicamente ajenas, pero no por eso menos interesante. Y es algo en lo que sigo trabajando”, admite.
Su vestimenta monocromática, su cabello ni tan largo ni tan corto, incluso su voz, es un sereno equilibrio entre lo femenino y lo masculino. La transformación que podría parecer un escándalo, es casi imperceptible a nivel físico, la ropa podría ser un indicador, pero más allá de eso, sentimos que conocemos al personaje y que da igual cómo te lo presenten, lo reconocerás porque esencialmente sigue siendo el mismo.
Para llegar a esta neutralidad, Pennano evitó todo contacto con películas y diversas adaptaciones; prefirió, en cambio, encontrar su propia versión y entregarle a la audiencia su imagen y percepción que ella se forjó de Orlando. Este mira a los ojos al espectador, lo seduce con su historia, le hace creer en esa fantasía que dura cuatrocientos años y sale de la ficción para aclamar que es real, que le urge contactar al público y despertarlo del letargo del conservadurismo.
¿ENTONCES QUÉ? ¿ENTONCES QUIÉN?
“Orlando se había transformado en una mujer —inútil negarlo. Pero, en todo lo demás, Orlando era el mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad”, escribió Woolf. Y tenía razón, aún con todas las identidades que nos componen y la lucha de unas con otras tratando de encajar en un solo cuerpo, es precisamente el reto de ser uno. Lo que prevalece y le da sentido a la vida es la fidelidad y la coherencia con uno mismo.
Con una historia tan potente, no hace falta más. Con todo y las risas que este montaje nos entrega, no cabe duda que cada acción tiene un sentido y un mensaje profundo que empuja al pensamiento a trabajar en lo que la estructura social impone, a poner en duda lo que entendemos como normal y darle la vuelta. Por más distantes que parezcan nuestras realidades, debemos enfocarnos en aquello que nos asemeja y que supone un reto urgente por erradicar.
El Orlando que nos presenta este 2019 Norma Martínez es la cara de la libertad de ser lo que se quiera ser sin importar el sexo, nos habla del valor de la mujer en la sociedad peruana y del machismo impune junto con los incontables crímenes de violencia que siguen acumulándose día a día, nos insta a repensar en los derechos de los homosexuales, la desigualdad palpable entre géneros reflejada en sueldos, en puestos de trabajo, en oportunidades y en las autoridades que siguen permitiéndolo.
Orlando es una figura que a Lima le hacía falta recordar, encarar. Porque ya no es el tiempo de mujeres sumisas, ni de hombres indiferentes; “Orlando” es esa oportunidad de vernos mutuamente y reconocernos como seres humanos, para admitir que ahí se encuentra nuestro valor, en ser. Sin importar qué o quién.