EN EL NOMBRE DEL PADRE
Escribe Eliana Fry García-Pacheco
““Electra” es más que una obra de alguien, es un mito. Partiendo de esa idea de mito, es que decido reinterpretarla. Lo único bueno que saqué de la universidad es que había leído todas las versiones que existían de ella. Una de las que más me impactó fue una ópera. Cuando por primera vez me enfrenté a esa versión, recuerdo haber pensado en una familia que se mata a sí misma: yo te mato a ti porque tú lo mataste a él, quien mató a… Ese círculo de
sangre inacabable me pareció que era un buen punto de partida”, nos explica Jano Clavier, dramaturgo, director del montaje y director del Festival Sala de Parto del Teatro La Plaza.
Alejandro Clavier (porque Jano es como lo bautizaron sus colegas peruanos), venezolano de nacimiento, de madre peruana, llegó a Lima hace diez años. Y aunque intuía ya la degradación y violencia en la que devendría su país, las razones de su exilio no fueron políticas, como sí para los integrantes de su elenco: “Yo vine porque entendí que mis intereses artísticos no eran compatibles allá, porque la ciudad se volvía cada vez más violenta e inhabitable y porque quería explorar mi sexualidad lejos de mi casa. Tenía 20 años y no tenía nada que perder. Me vine con todas las ganas de salir, muy distinta a la migración de hoy, forzados a irse, porque si la situación fuese otra no se iban”.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), para junio de este año ya se sumaban 768 mil venezolanos en Perú. De hecho, este es el segundo esfuerzo que realiza el mencionado teatro por darle espacio —no solo temático, laboral también— a este grupo particular de migrantes. Hace exactamente dos años estrenó “Por ahora”, pieza de teatro testimonial que contó con un numeroso elenco de no actores. El año pasado, Microteatro también les dedicó una temporada exclusiva, llamada “Por Venezuela”, y hace un mes culminó “Por los ke tuvieron ke partir”, donde varias de las historias hacen referencia a su innegable fatalidad. Pero sin duda, lo más importante de todo esto es que el teatro (al menos en Lima) está respondiendo a una realidad inmediata, mientras sucede. A pesar de los yerros posibles fungidos en la falta de distancia, es mucho más valioso ser testigo de estas dinámicas escénicas que esperar una década para analizar cómo influyó el éxodo venezolano en nuestra sociedad.
ACTOS CON DESTINATARIO
Para este 2019, la línea curatorial de La Plaza era muy clara para su programación: reponer clásicos desde una mirada contemporánea. Así, Chela de Ferrari, su directora artística, deseaba que uno de estos tuviese un elenco conformado mayoritariamente por venezolanos, consciente, además, del incremento xenófobo contra ellos.
¿Pero cómo producir un objeto de arte transformador que no apelara ni a la victimización, a la indulgencia o la lástima para calar en el público? ¿Qué espera el público de estas historias? ¿Cuánto de morbo hay también en este? ¿Lo necesita irremediablemente para conectar dada la no menos terrible situación de calle y miseria que viven muchos compatriotas nuestros hoy por hoy? ¿Cómo más hablar del extranjero tomando en cuenta que, como decía Theodor Adorno, las obras de arte hablan de un nosotros, no de un yo?
“¿Qué es lo que yo podía decir desde afuera, desde todos estos años alejado de mi país, agradecido con las oportunidades que Lima me dio? —reflexiona Jano. Y lo que me apareció es una bronca que yo siento hacia la izquierda. Ojo, soy gay y soy artista, si alguien me va a defender en mi vida va a ser la izquierda. Tal vez por compromiso pero no la derecha, definitivamente. Ahora como que se ha caído ese mito de Chávez. Así que “Electra” aparece también como una sed de venganza mía, de decirles que ustedes son igual de responsables. Mira, para mí es como un vecindario donde está la casa del millonario, donde todos escuchamos que todas las noches hay gritos, que sabemos que algo está pasando pero todos nos hacemos los locos porque el brother nos paga la manutención de todo. Esa es mi sensación, desde ahí nace el impulso de hacer esta obra.”
Y ya que la práctica dramatúrgica no es nunca un trabajo individual, siempre se gesta desde el colectivo pues su valor es la generación de relaciones, Clavier decide construir el texto participativamente. A la audición llegaron ochenta actores venezolanos residentes en nuestro país. Se quedó solo con quince, con quienes desarrolló, en noviembre pasado, un proceso de laboratorio. De ellos solo quedaron cinco. Sin embargo, las razones de elección no tuvieron que ver estrictamente con sus cualidades actorales sino con afinidades personales. Así que la obra fue diseñada a la medida de los intérpretes escogidos.
EL LAMENTO DE LOS HIJOS
El escenario está casi vacío, vestido solo con una alfombra roja que lo cubre de esquina a esquina. Encima, seis sencillas sillas de madera. Cada una lleva un globo de gas dorado. Se lee E-G-I-S-T-O. Pero estos adornos son imposibles de conseguir en la Caracas de 2019. No importa, la fiesta de cumpleaños se llevará a cabo igual. El despilfarro de dinero es lo de menos, así esta casa, símbolo de la decadencia de un estrato social que pugna por no desaparecer, esté destruyéndose. Pero esta noche, la muerte de Egisto y Cliptemnestra está ya anunciada. El reencuentro de los hermanos Electra y Orestes es inevitable. Aparentemente. Porque hoy Orestes anunciará que no desea matar a su madre ni quedarse en Venezuela, como desde hace mucho lo tenían planeado.
Este giro es el principal aporte de la versión de Clavier, además del punto de melodrama heredado de la telenovela venezolana noventera. “En las exploraciones —recuerda— les preguntaba por este arquetipo de padre que es Agamenón y resultaba que siempre era Chávez, sin embargo, ninguno quería continuar con este círculo de sangre heredado ni con el paternalismo ni el asistencialismo que vivían”. Qué duda cabe: cuadros y falencias que unen a los países sudamericanos. La alegoría a Ifigenia (la hermana pequeña que Agamenón asesinó) tampoco pasa desapercibida y que, además, es la imagen principal del afiche de la obra, un personaje que en escena nunca aparece físicamente pero que constantemente es nombrado y llorado. ¿Es Venezuela ese país que no pudo crecer, que murió a manos de quien aseveraba amarla? ¿Es realmente imagen de inocencia y vulnerabilidad?
A pesar de la autorreferencialidad y autorreflexividad, es imposible no considerar la condición particular que tiene el exiliado y cómo el tiempo ejerce otras dimensiones sobre él. No es un viajante ni un trashumante. Es ahora alguien que espera y cuya identidad se define a partir de su no pertenencia. En él existe un apremio por integrase cuanto antes al país que lo alberga, obligado a ceder en las marcas que lo identifican, como su alegre cantar. Y aunque en ninguno de ellos el retorno es viable, el futuro se estira y se convierte en resistencia. Ojalá que todos alcancen su Ítaca.
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(¡!) Una versión editada de este texto se publicó orginalmente en la edición 90 de la Revista H.