PASAJERA EN TRANCE

La historia de “Viaje a Tombuctú”, opera prima de Rossana Díaz Costa, persigue a la directora desde la publicación de sus primeros cuentos. Empieza a tomar forma cuando aparece la imagen de una niña que vivirá su adolescencia desde el temor de una guerra interna que empezaba a gestarse.

PASAJERA EN TRANCE

La historia de “Viaje a Tombuctú”, opera prima de Rossana Díaz Costa, persigue a la directora desde la publicación de sus primeros cuentos. No es hasta el 2007 cuando esta génesis marcada por los años ochenta, por la imagen de una niña que vivirá su adolescencia desde el temor de una guerra interna que empezaba a gestarse, que la película toma forma. En tránsito perpetuo entre Perú, España y Argentina, Rossana toma el lugar de los recuerdos de una chica a punto de partir, esperando en el aeropuerto, con un equipaje sobrecargado por la tristeza y la memoria, para demostrarnos que, como diría Charly, “un amor real es como dormir y estar despierto”. ¿De qué lado estás?.

Escribe La Shaparrita

Rossana-Díaz-Directora-Viaje-a-Tombuctu7_Bárbara-Soto“Viaje a Tombuctú” se estrena entre la polémica generada tras la decisión tomada por el Ministerio de Cultura de retirar la Ley de Cine, y el supuesto auge que vive el séptimo arte en nuestro país tras taquillazos (repito, solo taquillazos) descendientes de “Asu Mare”. A ello se suman las desavenencias que la directora tuvo con la cadena UVK y Cinestar, hechos que han amenazado la permanencia en salas del filme. “La crueldad de los cines”, como diría ella misma. “UVK Larcomar no ha querido estrenarla en la noche y en ese cine ya nos han dicho que la van a sacar porque no hemos hecho taquilla. ¡Pero que me den los horarios completos, pues!”, explica. Es el viejo truco de andar por las sombras.

Pero sentí que hubo una estrategia de marketing y prensa algo débiles.

Lo que pasa es que no contamos con medio millón de dólares como otras películas peruanas sino solo con el premio del Ministerio de Cultura. Hemos tratado de moverla más por redes, hemos hecho afiches, vallas –las que se podían-, volanteado, las intervenciones en calle. Lo que se podía hacer con el presupuesto que teníamos. Hay gente que se está pasando la voz y hay gente que no se enterará nunca pero no podemos hacer más.

Tras estar doce años fuera, ¿cuánto influye en la historia tu regreso al país marcado por el reencuentro con una realidad probablemente tergiversada por el recuerdo?

Es interesante eso, nunca me lo han preguntado porque yo la escribo desde lejos, acordándome, porque yo estando acá no podía escribir acerca de todo esto. Cuando uno vuelve se enfrenta a los cambios. Y mientras le daba vida a la historia me daba cuenta que tal locación no me sirve. La Punta no está en la primera versión de guión. Decía “un barrio de clase media” y me había imaginado San Miguel, que fue donde crecí, o Pueblo Libre, Magdalena. Pero al llegar y ver la construcción de edificios por todas partes pues eso no eran los ochenta.

Y La Punta está como estancada en el tiempo…

Tal cual. Y yo tengo una relación casi espiritual con La Punta. Siempre estaba yendo ahí porque mis abuelos vivían ahí y yo ahora vivo ahí. Para mi tiene un valor importante, familiar. Y el mar me obligó a cambiar el guión porque tuve que adaptar las situaciones que ocurrían entre los chicos. Y la película creció visualmente gracias al mar también.

¿Cuándo empiezas a necesitar tu propio Tombuctú? De hecho esa necesidad del espacio idealizado, pero que no es necesariamente un espacio de evasión, es una de las primeros símbolos que el espectador trata de forjar para sí.

Tengo como varios momentos. Uno de los primeros coincide con la historia de mis protagonistas y ahí Tombuctú sí podría representar un escape, esto cuando estuve muy jovencita. Luego cuando estás afuera, a pesar que yo me fui muy emocionada a diferencia de Ana. Pero es curioso porque fue en un viaje al África donde decido regresar. Algo había en Marruecos que me hacía recordar a mi desierto, algo en la cultura árabe en su desorden que me hizo sentir que ya no quería seguir en Europa, que quería ser útil en mi país, que podía aportar muchísimo acá. Y será por eso que se me vino inconscientemente el nombre de Tombuctú. Ese viaje fue fundamental, me hizo volver a mi propio desierto.

¿Así fue tu adolescencia?

Muy, muy parecida. Pero sí fui una chica prendida todo el día a una grabadora de música, coleccionando casetes, haciendo mezclas.

¿También los vendías?

Sí, también. De hecho todos los casetes de la película son míos. El cuarto de Anita es un poco la representación de mi cuarto. El escritorio, la estantería, la cama, todo eso es mío.

¿Fue doloroso este proceso de recuerdo, regresar al miedo constante?

A mí me ha hecho mucho bien recordar, hacer la película me ha quitado un peso de encima. Veo la película y todavía me entristezco, y no porque la película me dé pena porque me la sé de memoria, pero me da pena todo lo que pasó en esa época.

Es una época de despedidas…

Totalmente. De diferentes tipos de despedidas. Pero sí, todas las semanas alguien se iba.

¿Y a ti te tocó irte?

Sí, a estudiar. Pero me fui un poco mayor. No tan chica como la protagonista.

¿Pero si hubieses podido hacerlo antes…?

Sí, lo hubiera hecho. Era terrible esa época. No había agua, salías de tu casa porque tenías que pero nadie estaba tranquilo hasta que regresabas. En la puerta de la universidad una tanqueta [ingresó a la PUCP en el 88], balazos más allá en San Marcos, soldados que se llevan a tus compañeros… ¡era ultra violenta la sociedad! Lo peor de todo es que te acostumbras a algo a lo que jamás nadie debería ni acostumbrarse ni permitir.

Entre conversaciones escuchadas y comentarios leídos en redes, se han generado debates a partir de recuerdos, y desde ahí algunos critican la verosimilitud de lo relatado.

Sí, algunos me dicen que cómo van a viajar a la sierra en esa época y yo me conocí todo el Perú a finales de los ochenta con mi mochila. O me preguntan cómo los padres los dejan ir. No lo sé, estaban tan ocupados solucionando problemas económicos… Esa es mi experiencia personal. Nadie me creería que yo me fui a Ayacucho en ese entonces pero no era tan consciente del peligro. Cada quien lo ha vivido a su manera pero este es mi punto de vista, mi recuerdo de los hechos.

Creo que un valor del filme es que casi no haces énfasis justamente para no incidir en el público. Pero con la aparición del militar el énfasis está y muy marcado, develándose una posición política de tu parte.

He contado lo que pienso sucedió en el país. Toda la película he contando las desgracias originadas por los grupos terroristas pero hay una gran responsabilidad también por parte del ejército y tenía que mostrarla para completar el ámbito político. Yo he conocido gente que se la han llevado los militares. En un viaje que hice nos bajaron a todos, amenazándonos con armas, eran dos Sinchis con pasamontañas, nunca le vimos la cara. Era muy complicado. Mucha gente que no estaba en grupos armados se la llevaron de manera arbitraria. Y quería contarlo porque lo he vivido en carne propia.

¿Cómos construyes la estética de la película?

Desde que lo imaginé tenía muy claro los colores, tirados al azul y al gris. Pero para la etapa de infancia (con la cual tuve dudas, no sabía si empezar de frente con la adolescencia), para que se sienta esto como paraíso perdido, idealizado, trabajé con tonos cálidos, tirados al naranja, cámara fija para no generar ningún tipo de angustia. Y en la segunda etapa la inestabilidad era fundamental, metí cámara en mano, que tuviera como un espíritu medio punk que tienen muchas películas de la década. Quería conseguir eso.

Una cualidad del trabajo de dirección de arte es haber conseguido la cotidianeidad de los objetos, es decir que no están colocados para imponer una evocación. El nivel de detalle es extremo, como es esa escena cuando Ana ingresa a la casa, solo se le ve la espalda, y al lado y desenfocada está el personaje de Mónica Rossi lavando platos con una jarra de plástico con agua.

Y es que así era. Fue un trabajo complejo. Trabajamos con el director de fotografía y el de arte a la vez pues para conseguir el color que buscaba necesitaba que los objetos también lo tuvieran. En la infancia no hay nada rojo porque es muy agresivo pero en la juventud siempre hay algún elemento de ese color. Pero nos fijamos en todo. Un chambón. La chompa que usa Anita, junto a otra ropa, es mía, guardada de esa época. Todos aportaron con algo. A las dos protagonistas les pedí que trajeran cosas de ellas para el cuarto. La niña trajo una cajita donde guardaba sus tesoros, Andrea llevó sus cuadernos y fotos. El cuarto estaba formado por nosotras tres, quería se familiarizaran.

¿Por qué a la música tomó una carga fundamental en tu historia?

Lo primero que puse en el guión cuando empecé fue “Pasajera en trance”. Dio un poco de problemas porque yo tenía los derechos de Charly ya pagados pero en la cláusula del contrato decía que no se podía sincronizar en película. La Sony nos dijo que la única opción era conseguir alguien que cantara como él. Hice casting de voz en Argentina cuando hicimos la mezcla final de sonido. Y mucha gente cree que es él. Pero yo quería esa canción. Todos mis recuerdos al escribir venían con música. No podía evadirla. Pero tuve que sacrificar algunos grupos por costos de derechos. Así que trabajé con rock en español y por supuesto peruanos. En la escena de El Frontón, que fue en el 86, puse una de Soda Stereo que hubiera querido fuese del “Signos” pero por guardar coherencia puse una del “Nada Personal”.

Ya has mencionado tu necesidad de trabajar con actores sin experiencia, ¿nunca te pareció podía ser un riesgo? Aunque Andrea sí la tenía.

Pero ella es debutante en formato audiovisual. Pero sí, todos me lo decían pero yo hice un casting con chicos con y sin experiencia. Con los escogidos hice un taller que fue fundamental e incluso había la posibilidad de sacar a alguno si no funcionaba en esta etapa. Pero al momento de improvisar las situaciones los que novatos fueron los que más se creían sus personajes. No es que tenga una aversión hacia los actores profesionales ni nada por el estilo. De hecho están Élide Brero, Enrique Victoria. Pero también era importante no tener gente “famosa” porque quería que el público se reconozca en gente como uno, gente común y corriente. Incluso los comentarios sobre la película que hemos viralizado no son de gente con un peso cultural ni nada sino de gente como uno, seres anónimos.

¿Tu intención con la película es generar este rechazo hacia lo sucedido en nuestra historia o solo este vínculo emocional, que es lo que está sucediendo?

Ambas. Sí, se están generando cosas muy bonitas desde esa conexión con ese pasado particular. Pero hay gente mayor que la ha visto y que luego ha regresado con sus hijos porque piensan que esa es la mejor manera de explicarles lo que sucedió. Lo que busco es generar el diálogo, la conversación más allá de si la película les gustó o no en sí. Yo quiero que la historia cale en el espectador de alguna manera porque no hay reflexión desde este aislamiento del desarrollo económico. Me gustaría hablar con los profesores de colegio para que la vean con chicos de secundaria porque es a ellos a los que hay que informarles lo que pasó. Que vean más allá.

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