¿OTRA TACITA DE CAFÉ?
Escribe Hane Sormani
El buen café no tiene hora. El ritual de preparar una taza que despeje y anime el espíritu puede realizarse en cualquier momento. Y si bien la elaboración de la misma es, la mayoría de las veces, un disfrute solitario, el resultado suele compartirse para convertirse en un goce colectivo. Lo mismo que el teatro. Mientras los actores suelen trabajar meticulosamente, retraídos, sin exposición, solos con su director, probando voces, pesos, caminatas, gesticulación; con la misma minuciosidad un barista escoge el método, el grano y el grosor de la molienda. Mientras la cocina se llena de aromas a la par que el café se muele, la sala de ensayo se repleta de descubrimientos igual de clarificadores. Así funciona Hermanas Lamancha, grupo formado por la pareja de actores Valeria Escandón y Alfonso Dibós, y que en agosto cumple dos años. Para ellos, el diálogo generado alrededor de una mesa de café tras un ensayo es tan válido e importante como la experimentación ocurrida en escena. Porque una taza de café no será nunca igual a otra. Porque una función de teatro se redescubre cada noche de igual manera para el actor como para el espectador.
PRENSA FRANCESA
Al director argentino Francisco Lumerman le debemos la existencia de Hermanas Lamancha. En 2014 estuvo en Lima invitado al segundo festival Sala de Parto. Ahí dictó un taller de tres días para actores. Alfonso lo tomó, como igualmente lo hicieron Lizet Chávez, Eduardo Camino o Adrián Galarcep quienes, coincidentemente, también se encontraban trabajando en Microteatro, recientemente mudado a la casa fija que hoy alberga este proyecto. “Ellos llegaban a comentar todo lo que habían aprendido con Fran”, cuenta Valeria. “Lo que me sorprendía era que lograban aplicarlo en el momento, en cada función. Me daba la sensación y la ilusión que era algo muy práctico, intuitivo, una herramienta que podía ser muy útil para los actores.” Así que sin cuestionárselo mucho decidieron viajar a Buenos Aires para formarse en Moscú Teatro, la escuela que Lumerman maneja junto con su colega Lisandro Penelas.
–Le escribimos a Fran y aceptó encantado recibirnos a un grupo de actores peruanos que no podíamos quedarnos los seis meses que dura su taller. Viajamos cinco y él junto a otra gente –explica Escandón.
–Fueron dos semanas intensivas, de teatro todo el día, todos los días –agrega Alfonso–. Fue una experiencia que nos golpeó pero bonito, nos reanimó. Además, mientras hacía el taller, pensaba a varios de mis compañeros actores acá en Lima. Sabía que esto no solo les iba a encantar sino a servir.
–En otros talleres he entendido teóricamente las herramientas pero me costaba bajarlas al cuerpo. Esto era como inmediato y tenía sentido. Para mí ese taller fue como un despertar. Yo soy clown y me gusta mucho el teatro físico. Por alguna razón el teatro de texto, por decirlo así, me costaba entenderlo en mi cuerpo porque yo soy más de juego. Francisco nos ha traducido las enseñanzas a un leguaje que nos hace sentir porque tiene un componente humano que conecta contigo inmediatamente. Sabe lo que cada actor necesita, lee en qué momento estás.
–Adrián Galarcep también estaba con nosotros allá. Él nos presentó a Laura Silva, quien había sido maestra de cuando estudió dirección en Argentina. La contactamos, salimos a cenar con ella y descubrimos que Adrián tenía razón: ¡es una capaza!
–Le preguntamos a ambos si vendrían a Lima a enseñar. Aceptaron y ahí fue que aterrizamos esta idea loca. Ahí empezó todo. Así nacimos –comenta ella, satisfecha.
Han pasado cerca de cinco minutos desde que el café infusiona con el agua. La sala está perfumada y Valeria, con suma paciencia y cuidado, presiona lentamente el émbolo de la prensa francesa. En este mágico proceso, la sonrisa en los labios de ambos se ha tornado levemente nostálgica con el recuerdo de los días bonaerenses, de rememorar las noches que incitaron la aparición de su grupo a partir de sus ganas de compartir lo aprendido, así como la taza que ahora recibo humeante.
SIN AZÚCAR, POR FAVOR
El resumen de este año y medio para Hermanas Lamancha son 15 talleres, sin contar los que Laura Silva empezó a dictar esta semana (siempre enfocada en Shakespeare o en “faltarle un poquito el respeto”, como dicen ella). Ella dictó cinco, otros siete los dictó el argentino, Manuela Amosa –su esposa-, otro; lo mismo que Javier Daulte. Mientras que Vale, como le dice con cariño Alfonso, se convirtió en la primera tallerista peruana.
¿Pero cómo hacer que la estructura pedagógica de un taller funcione cuando se repite y se imparte en cortos tiempos? Como dilucida la actriz, lo que como agrupación proponen es trabajar para generar comunidad teatral: “hay mucha gente que lleva varios talleres con nosotros. Siento que hay mucha curiosidad y muchas ganas por lo que hacemos en el medio. Y eso porque nosotros pensamos en los talleres que a nosotros, como actores, nos gustaría llevar. No es hacerlo porque sí o por que es tal o cual profesor. No, sino porque nos encanta su propuesta. La primera vez que vino Laura nosotros dos llevamos el taller con ella. Son experiencias que van más allá de una formación. El teatro, nuestro entrenamiento, tiene que desarrollarse como cualquier músculo. No es que con taller de Francisco, por ejemplo, entiendas todo lo que él propone. Yo he aprendido con él cosas muy distintas o, mejor dicho, que se complementan, entre lo que estudié con él en Buenos Aires y todo lo que lo he observado acá. Tenemos gente nueva que se matricula y gente que quiere regresar porque el contenido siempre cambia, las escenas y los autores también. Hemos hecho García Lorca, Chéjov, Arthur Miller”.
Así, Hermanas Lamancha se esfuerza por generar espacios de entrenamiento, sacar al actor –con experiencia o no- de su zona cómoda, del letargo al que involuntariamente cae tras una secuencia imparable de temporada. “Estos talleres son excusas para jugar”, señala Alfonso. “Es venir a probar a ‘hacer el mamarracho’ –como dice Francisco– porque no hay ningún ojo que te esté juzgando desde afuera. Es un espacio protegido. No se esperan resultados, no tenemos que mostrar nada. Tiene que ver con la búsqueda. Con la cosa práctica del juego, que es parte del oficio del actor. Se trata de disfrutar. Sí, tratamos de que sea divertido. Necesitamos que se vuelvan más humanos los procesos.”
Los talleres de Hermanas Lamancha son una invitación a regresar al adiestramiento primigenio del teatro para no olvidar su sabor verdadero. Es como degustar la taza de café sin azúcar para descubrir su real sabor, sorprendiéndonos con los sabores frutados que posee y que hasta entonces nos eran desconocidos, para congraciarse con su acidez particular. Es un placer que se aprende. Como el teatro cuando no deja de incitarnos. De lo contrario se muere en escena.
COLD BREW
Sin presión, Valeria y Alfonso van entiendo cómo modificar su proyecto en un afán de hacer el teatro que les provoca y cómo les provoca, teniendo siempre en la mira que la formación es una etapa infinita y que se nutre desde el vínculo con los cófrades. No son una productora a pesar que el año pasado produjeron y protagonizaron la obra “El amor es un bien”. Sobran las ganas de lanzarse en un proyecto de igual envergadura pero lo harán cuando sea el momento. “No queremos hacerlo porque sí, porque sea una meta producir una obra al año. Para nada”, enfatiza Vale. “Somos una compañía de teatro independiente y eso nos lo tomamos muy en serio pues nosotros gestionamos todo, no dependemos ni de teatros, ni de calendarios. Vamos encontrando nuestro tiempos”, aclara él. Y si la taza de café se enfría, pues no importa. Si la selección del grano ha sido correcta, si el tiempo de pasado también, solo hay que dejarse sorprender por los nuevos sabores que brinda el cambio de temperatura.
Su interés por generar nuevos vínculos los ha llevado a encaminar un nuevo proyecto con Imaginario Colectivo. “Ellos tienen otro rollo –explica Valeria- pero coincidimos en varios puntos. Ambos tenemos ganas de entrenar y nos juntamos cuatro horas en un día a la semana. Nuestro proceso está ahorita en cocina y no sabemos qué saldrá. Y eso es emocionante, ¿sabes? Nos quitamos el peso de que ‘tenemos’ que hacer algo.”
Como su nombre lo dice, ambos tienen especial interés por afianzar la “mancha”, la grupalidad. Construir desde lo colectivo para volver a reconocernos, para que el teatro hable de los que nos afecta, lo que nos conmueve y sobresalta como sociedad y no como individualidades. Por eso la necesidad de abrirle la puerta a colegas y de entender que cada proyecto requerirá su propia gente, su nueva tribu. Eso sí, la apertura al diálogo y la colaboración son fundamentales para la formación de comunidad teatral. Y es que el teatro es como una mácula que se te impregna imborrable, como los aros que forman las tazas de café cuando manchan el mantel o los guiones que ahora se están aprendiendo.
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