NO ES TAN MALO ENVEJECER (UN POCO)

“La manzana prohibida” (1997) está dentro de aquel corpus de dramaturgia limeña de cambio de siglo que, a pesar de causar la sensación de proximidad, ha cumplido dos décadas de producida. ¿Han cambiado los paradigmas en estos 20 años? Veamos cómo el tiempo y los nuevos contextos socioculturales pueden cambiar los modos de mirar esta obra.

NO ES TAN MALO ENVEJECER (UN POCO)

Escribe Erick Weis

¿Es el mayor temor del artista ver envejecer su obra a lo largo de los años? Es decir, ¿que su producción deje de ser vigente y, en caso del teatro, representable en su constante actualización? Aún reina esta idea algo romántica al respecto: el artista ‘debe’ aspirar siempre a crear un clásico con cada creación. Y, sin embargo, parece que esto se ha cumplido en muy pocos casos dramatúrgicos.

En salas limeñas, por ejemplo, la versión de Chela de Ferrari de “Mucho ruido por nada” actualiza la propuesta de Shakespeare al cambiar su final. Haberla dejado tal como se compuso originalmente (en el que Hero acepta casarse con Claudio, quien la despreció y golpeó anteriormente) no solo hubiese sido cuestionable por el contexto en el que vivimos, sino que, además, hubiese mostrado aquellas pequeñas marcas de óxido que presenta parte de la dramaturgia del Bardo de Avon.

Muchas obras, sin embargo, no se hacen con una intención de trascendencia sino que responden a un tiempo específico: la ventaja de estas propuestas es la agudeza con la que el texto puede insertarse incómodamente en el espacio social en el que se ha creado.

Es entre estas dos posibilidades de aspiración, trascendente-contextual (o quizá romántica-postmoderna en términos de Alfredo Bushby), que nos gustaría discutir la propuesta del colectivo teatral Tuétano de la obra “La manzana prohibida” de Gonzalo Rodríguez Risco, puesta en escena tras veintidós años de su estreno original.

 

UN PLANTEAMIENTO FUNCIONAL Y ENTRETENIDO

Los actores Germán Pecar, Cheli Gonzales Vera.

La premisa es sencilla: dos amigos, Verónica y Juan Carlos, tienen la posibilidad de pasar un fin de semana en el lujoso departamento de una conocida. Verónica desea aprovechar la oportunidad para tentar un posible acercamiento emocional-sexual con Juan Carlos, quien, a su vez, intenta buscar las palabras, formas y el momento para “confesar” su homosexualidad con su mejor amiga.

El lugar en el que se ha propuesto el montaje tiene las características de espacio alternativo en comparación a la mayoría de salas en Lima. Amaru es una antigua casa barranquina remodelada y adecuada para ser un espacio cultural. No hay un escenario per se: en una de las habitaciones, dos bloques de asientos en paralelo les dan un pequeño espacio central a los actores para su trabajo. Sin embargo, más allá de lo que podría entenderse como una limitación, estas características ofrecen una serie de posibilidades para los potenciales directores. Por la intimidad que podría generar, hace recordar a su vecino Microteatro, pero sin aquella limitación de tiempo que muchas veces atenta contra la calidad de las obras.

En el caso de “La manzana prohibida”, ambos actores ejecutan sus respectivas propuestas de personaje correctamente a nivel técnico. En cuanto a la dirección, debe advertirse la decisión de que Juan Carlos tenga rasgos amanerados visibles, lo cual convierte a Verónica en un personaje un poco ingenuo: ¿son mejores amigos desde hace tanto tiempo y ella no se ha dado cuenta? En complemento, además, hay una especie de “refinamiento” adicional con el personaje femenino: muchos de los insultos/palabras soeces del guión original no las encontramos en la propuesta de Tuétano.

Más allá de esto, la dinámica funciona y entretiene. Hay un uso inteligente del espacio ya mencionado. El departamento de la obra se amplía gracias al tránsito de los personajes por otros espacios de Casa Amaru. No hay miedo al uso de la oscuridad total: la iluminación de la calle logra filtrarse un poco y, de alguna manera, contribuye a pequeños juegos de sombras y voces que el espectador puede ir adivinando.

 

EL PASO DEL TIEMPO

¿Podrá Verónica demostrar ser una amiga desprejuiciada y atenta a las necesidades de su amigo?

Sin embargo, nuestro foco debe centrarse en el guion. ¿Qué tipo de teatro se hacía en 1997? ¿Cuántos de estos personajes (como Juan Carlos) eran representados en aquel periodo? Espectar actualmente “La manzana prohibida” crea una sensación de extrañeza frente a la premisa ya expuesta: es raro ver lo complicado que se le hace a un actante confesarle una característica propia a una amiga tan cercana. Y, al mismo tiempo, resulta también algo extravagante cómo un personaje joven como Verónica muestra ciertos rasgos de homofobia. Sí, en 1997 podría entenderse; y sí, en el 2019 existen seguramente muchas personas así, pero en veintidós años la sensación que transmiten otras ficciones es distinta.

Ejemplos tan sencillos aparecen en series animadas para niños y adolescentes como “Avatar: la leyenda de Korra” (2012-2014) y “Steven Universe” (2013-actualidad): la primera con un final que confirma la homosexualidad de su protagonista y la segunda, con la primera boda homosexual alguna vez creada en este tipo de discursos para público juvenil. Lo más importante en todo caso es que la exposición de estos episodios no creó el escándalo ni la censura que quizá hubiesen generado hace, justamente, dos décadas.

En un escenario mucho más cercano, el FIAED (Festival Internacional de Artes Escénicas por la Diversidad) está a punto de celebrar su segunda edición y, esta vez, con el apoyo del Ministerio de Cultura. Entonces sí, podríamos decir que “La manzana prohibida” ha envejecido un poco, pero su creación probablemente no apuntó a una trascendencia temporal sino a ser incisivo con un público específico en su contexto. Ahora, además, tenemos chance de conocer cómo a finales de los noventa —tiempo que aún suena cercano—no éramos tan tolerantes como ahora. En una realidad como la nuestra, puede notarse con mayor claridad la lucha por la equidad en el ámbito político y, sobretodo, en el cultural.

Finalmente, debe acotarse cómo esta reflexión deja muchas dudas interesantes sobre nuestro teatro capitalino: ¿cuál habrá sido el primer personaje LGTBI con un rol secundario? ¿Y con uno protagónico? ¿Hacia dónde va el teatro limeño con estos personajes en un contexto pleno de activismo desde distintas canteras? Contrastar propuestas a lo largo del tiempo seguramente nos dará algunas pistas al respecto. Quizá alguna sorpresa histórica esté esperando en algún viejo libreto decimonónico.

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