LOS ABISMOS DE OTRO TIEMPO

Alfredo Bushby debe ser uno de los autores peruanos más prolíficos de nuestra historia reciente. Con una veintena de textos escritos (siete de ellos próximos a editarse), obras suyas como “Conrado y Lucrecia” o “Historia de un gol peruano” ya se han convertido en hitos de nuestra dramaturgia. Acaba de estrenar “Balada de la concha y la pastora”, relato escrito en verso y que se apoya en la mitología de los cuentos infantiles para hablar de temas muy en boga: sexualidad, relaciones de poder, víctimas y victimarios, miradas y formas de entender el mundo tan opuestas que parecen no poder consensuarse nunca.

LOS ABISMOS DE OTRO TIEMPO

Escribe Rocío Limo

A veces pienso que sé mucho de Alfredo Bushby porque es mi amigo y admiro su dramaturgia. Pero si no lo conociera personalmente y solo hubiese leído su obra, creo que también pensaría que lo conozco o lo sentiría cercano porque los personajes de sus obras provocan una fuerte complicidad.

Bueno, si la provocan o no, dependerá del que mire (o lea). Si es un espectador o lector sin espíritu de detective, seguro se perderá las diversas pistas que va dejando no solo en sus tramas principales, sino también en sus múltiples referencias, juegos de estructura, rupturas con la ficción y demás elementos técnicos que tan bien sostienen su escritura. Es cierto que para muchos no es un autor de fácil acceso (el mismo Luis Peirano, entre bromas, ha dicho que se trata de un “autor hermético”), pero ahí radica buena parte de su valor: en su defensa del lenguaje, en nunca subestimar la inteligencia de su espectador/lector, en el reto que nos propone.

 

LARGO CAMINO

Alfredo Bushby junto a Eliana Fry, quien asumió la dirección de esta versión final del texto.

Los personajes de “Balada de la concha y la pastora” —obra inédita— nacieron en los años noventa, dentro de una escena de “Lengua larga”, otro texto suyo. “Fue un sueño o una alucinación del personaje”, explica el dramaturgo. Sucede que “Lengua larga” está ambientada en la sierra peruana de cuando la iglesia extirpaba idolatrías en la época colonial (s. XVII). Así, en esta, Bushby plantea la duda sobre la moral, pero no sobre la moral de los otros sino sobre la propia. La duda más incómoda y la que menos señalamos. ¿Podré, acaso, ser yo el malo o la mala de la historia? Este extirpador de ideologías cree que está salvándole la vida a un pecador, con la misma convicción que su opuesto defiende su propia postura. “El punto de encuentro es que los defensores honestos de ambas vertientes quieren, con toda honestidad, cambiar el mundo para bien”, comenta, en un intento por ser objetivo (y hasta empático) con los personajes antagónicos.

Pero para que “Balada de la concha y la pastora” gane independencia y viaje hasta nuestros días, tuvo que jugar con los tiempos de la narración e introducir a un nuevo personaje: el presentador. Y es que esta es la historia de una tropa de actores que va de lugar en lugar contando la fábula de la concha y la pastora, “adaptación libérrima que poetizamos para cada lengua de una vieja canción húngara”, aclara este nuevo interlocutor cuando presenta su espectáculo de calle al público que lo aguarda. Pero estos actores tienen como objetivo plantear la misma pregunta incómoda y poner en duda nuestro más íntimo sistema de creencias.

Para lograrlo, Bushby se basa en la estructura clásica del cuento de hadas. Recrea el encuentro de Ludza, la pastora, y Lajos, un muchacho que, a causa de una maldición, ha sido convertido en concha, así como los príncipes son convertidos en sapos. La pastora, que habita un bosque húngaro, encuentra un caracol de mares tropicales y, como si eso no fuera lo suficientemente particular, el caracol habla con ella y le cuenta su maldición: él, que en otros años fue ‘el correcto’, ‘el asceta’, está hoy maldito por la chupaculpas, otro personaje mítico de la obra.

Las caracolas no guardan el sonido del mar, como algunos dicen, sino la mezcla de todos los sonidos que rebotan. El ruido blanco. Quizá por eso el muchacho es una concha rígida y semicerrada que escucha todo a la vez, pero es un todo imposible de ordenar o entender. A su vez (y esto es lo que despierta a Lajos de su hechizo centuria), Ludza es dominada por su deseo sexual, siempre en armonía con su entorno y su tiempo. Desde ahí habita el bosque y baja al pie del río y en endecasílabo le pide:

“Oh, río de agua y sueños, soy aquella
que vuelve a ti: la bella, la pastora
que arrea, sin demora ni reproche,
amores, noche a noche, aquí a tu abismo.”

 

LA TORRE DE BABEL

María del Carmen Sirvas en momento de éxtasis como la sensual y libertina pastora.

Quizá es por eso que Alfredo decidió volver actores a estos personajes, dándoles una capa más de realidad, haciendo que el público sea parte del conflicto que narra desde el presente. Y quizá es por eso que, tras conocer el trágico final del cuento, el presentador vuelve a romper la cuarta pared (dejando de lado la metáfora y el verso de la obra) para preguntar directamente al público lo que piensa. ¿Es posible que alguna vez podamos comprender cómo mira el otro? Lo que responda el público será parte del milagro efímero del teatro. Así, este cuento —esta obra— no deja ninguna moraleja, sino más bien una sentencia desde la cual reflexionar.

Quizá es por eso que Alfredo busca reinventar el lenguaje desde su dramaturgia. Como si tratara de reconstruir la Torre de Babel —desde donde alguna vez la humanidad se dispersó incapaz de comprender los unos a los otros—, buscando entendernos desde el verso endecasílabo, el baile y la fantasía. Dicen que los poetas buscan siempre las palabras precisas para comunicarse de la mejor manera posible, la más exacta, la más cercana a su manera de ver el mundo. Ojalá que, desde la poesía, la fantasía y el teatro agudicemos el oído y podamos reconocernos en pastoras de bosques húngaros, conchas de mares tropicales o un grupo de actores que va de lugar en lugar contando una historia.