NADA MEJOR QUE EL CIRCO PARA ALEGRAR EL CORAZÓN
Con las fiestas patrias llega la temporada de circo y en medio de ese atolondro de carpas faranduleras encontramos el “Circo de la alegría”, espectáculo que alberga a una familia de tres generaciones de payasos que forjó hace 66 años don Hugo Muñoz, artífice del célebre payaso Pitillo. Ahora su hijo, Pitillo Junior, y su nieto, Pitillín, junto al mexicano Iván Vega, se han dispuesto a recuperar el modelo tradicional del circo, donde las bromas se gestan con disciplina y seriedad, donde al payaso se le reconoce como un excelente artista. Ya decía Fellini que no hay mejor cosa para el alma que hacer de payaso.
Escribe La Shaparrita
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Entonces, ¿el payaso nace o se hace?
Papá: Hay las dos cosas: o naces con la vis cómica y si no la tienes te esfuerzas en formar, en hacer tu payaso así no tengas esa chispa… pero el camino es más difícil.
Iván: Hay quienes lo heredan también. Yo lo heredé de mi papá. Él era muy chistoso. Yo fui su primer chiste y hasta lo corrieron de la casa.
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Las bromas en este camerino no cesan. Y fuese así, como jugando, que la historia de don Hugo Muñoz también se inició. Corría el año 1948 y el puerto de Valparaíso, en Chile, se llenaba de circos. “El circo era muy distinto en ese entonces, las carpas eran de tela blanca, transparentes y los suelos de aserrín”, rememora él, quien a los 13 años, a modo de cachuelo, consigue trabajar en un circo por primera vez y para siempre. Ayudó primero a los músicos cargando sus instrumentos, luego ingresó a la banda tocando el tambor hasta que un día se pintó de payaso. Su humor se curtió no solo viendo circo diariamente sino también en las quintas de recreo (que son el símil de nuestras peñas) en las que por las noches trabajaba. Rápidamente consiguió la aceptación del público y a su entrada le agregó la tocada del pito, una suerte de quena de metal de lo más artesanal. Él se convierte así en Pitillo y nace su leyenda.
A Lima llegó en 1963, de gira, contratado por el “África de fiera” y desde su primera presentación en la ciudad capitalina ya se hablaba de él. El circo quedó situado en la Av. Bolivia pues “entre esa avenida y la Grau se ponían los circos y en el 63 recién se inaugura la Av. Alfonso Ugarte como lugar de carpas”, recuerda Pitillo papá. “Yo venía todos los años contratado a Lima. En el 68 conocí a la mamá de este weón. La vi en el palco, ella estaba como espectadora, y por ahí hicimos finta” y la picardía se asoma en sus labios. “Es que un payaso ve una chica guapa la coquetea, te esfuerzas más por hacerla sonreír. El payaso, en el fondo, tiene mucho de seducción con el público”, aclara Pitillo hijo. El amor fue correspondido y, sin dudarlo, don Hugo se la lleva. Es en 1972 que Hugo Muñoz Cisneros nace. Y aunque las giras son aún constantes deciden establecerse en el Perú. “Acá me contrataron en las compañías de revista de teatro que habían en ese entonces. Trabajé con Abanto Morales, con el cholo Berrocal, Lucho Barrios”, dice pero Pitillo Junior interrumpe “él contaba chistes bastantes subidos de tono en esa época porque era un espacio para adultos, contrario a lo que hacía en circo, y gente como Néstor Quinteros, Barraza, Melcocha, Chalo Reyes, todos ellos eran chiquillos, muy decentes y se sorprendían de lo que hacía mi papá”. Don Hugo solo se ríe. A sus 79 años está feliz recordando su historia.
LO QUE SE HEREDA NO SE HURTA
“A él lo cargaba pa’ las giras pero a pesar de estar muy ligado al circo desde muy chico, él decía que no le gustaban los payasos. Se empieza a pintar de pica, a los siete años. Fue en una gira al norte. A éste le gustaba Blanca, la mujer del contorsionista y ella decía siempre que se iba a casar con un payaso así que una noche lo pintaron el resto de payasos y lo sacaron en uno de los sainetes cómicos que teníamos, una entrada muy bonita que se llamaba “El cine”. En escena recién me di cuenta que era él. Ahí le quedó gustando el aplauso del público y su risa”, cuenta don Hugo sobre el ingreso de su hijo al circo. “Era un ambiente muy bonito en el que crecí. El ambiente de camerino era increíble. En ese entonces todos tenían como un ropero movible con su sillita y estaban todos los payasos maquillándose, echando la broma, haciendo el relajo, los zapatos volando o gastándole bromas a la gente como vertiéndoles en la cabeza baldes con cosas, jalados por una pita desde el otro lado del cuarto”, se suma al recuerdo Pitillo hijo.
¿En el colegio nunca te ofendieron porque tu papá sea payaso o porque era eso lo que querías tú hacer?
Yo vivía en un mundo de adultos y me sentía parte de él. Más bien iba a la escuela y los veía, no en menos, pero sí como chiquillos. Y a las niñerías de escuela no les hacía mucho caso. No me sentí tocado porque llegaba a mi casa y sabía que entraba a otro mundo totalmente único. Pero el circo te da, lo que se dice en nuestra jerga, colmillo, una manera de defenderte, una creatividad muy rápida por el humor. Y siempre entendí el ser payaso como una profesión igual a la de cualquier papá de mis compañeros. Y si alguno me decía algo, lo desarmaba diciéndoles que mi papá ganaba mucho más que sus papás abogados o médicos. En su época era un oficio muy bien remunerado. No nos faltó nada.
Su ascenso en el oficio fue muy rápido pero coronado por un halo de tragedia. Vayamos por partes pues al terminar la secundaria, el conflicto personal de la deberización lo obliga a estudiar diseño gráfico en la época del tiralínea y los pinceles. Con su novia de ese entonces forma una empresa. Grandes laboratorios como Química Suiza son sus clientes.
-Pero no era muy feliz y mi novia no era muy adepta a la payasada.
-Claro, ¡si te prohibían pintarte! –replica papá-.
-¡No me prohibían! Ella era media de la high y no entendía el asunto.
-¡Claro que sí te prohibía! En buena hora pasó lo que pasó.
¿Y qué pasó? En el 93 a Hugo Muñoz hijo le da cáncer. Sus ganancias se consumen rápidamente en medicamentos y tratamientos. “Y cuando ya no hubo mi parte de dinero me devolvieron a mi casa con todo y en muletas. Fue muy duro”. Pero tras superar la parte difícil de la enfermedad decidió volver a pintarse la cara. “Fue liberador, dejar de ser lo que debería hacer y hacer lo que quería”, suspira con alivio y a sus 42 años ya no hay signos de reproche alguno.
DE RONALD McDONALD A SU PROPIO JEFE
Corramos en el tiempo. En la Av. Guardia Civil se construía el primer McDonald’s. Necesitaban un Ronald peruano. Él es seleccionado y en México se capacita. “Ese trabajo es el soñado para cualquier payaso pero es la negación de tu personalidad. No eres tú, eres otro y en serie. Te dan un libro inmenso de todo lo que debes y no debes hacer”, señala Pitillo Junior. Pero gracias a esa etapa se lo llevan a Estados Unidos a formar parte de un circo muy tradicional, de esos con clown alley, que es el callejón de los payasos. Regresa en el 98.
En esa época, ¿no hay una malversación de la idea de circo? Aparecen muchos circos faranduleros, de personajes. ¿Qué pasa con el contexto socio cultural del circo?
Hijo: Hubo una época de circos hermosos aquí, muy grandes. Luego llegan los primeros Fuentes-Gasca en el 81 con el circo de tres pistas. Pero paralelo a ello, ellos mismos llegan con la Chilindrina, con Kiko. O sea, su circo bonito, ellos mismos empiezan a deformarlo. Ahora, Pancho Fuentes, uno de los hermanos, se le ocurrió meter a la Chola Chabuca. Él empieza con la novela nacional. Y le fue rebien porque estaba en auge. Y a Ernesto (Pimentel) se le prende el foco y al año siguiente hace su circo.
¿Les afecta de alguna manera?
Papá: No, creo que al final no afecta.
Hijo: Al artista no le afecta porque en Perú ya no había empresas nacionales como tal. Ahora, aquí es cuando entra La Tarumba a inicios de los noventa con espectáculos temáticos muy basados en el Soleil. La clase media no tenía un circo tras la masificación de los circos faranduleros y este es el espacio que ellos cubren.
Trabaja entonces en una conocida franquicia en Larcomar. Ahí un argentino le echa el ojo y se lo lleva a Venezuela. En esa gira, uno de los Fuentes-Gasca se lo invita a México, al Circo Unión. Ese país lo albergó durante once años junto con su esposa quien rápidamente aprendió el oficio circense y es ella quien actualmente administra el circo familiar. En el 2010, de vuelta al país, Fernando Zevallos, director de La Tarumba y gran admirador de Pitillo papá, lo llama para integrarse a “Landó”, la temporada del año. Es ahí que gente del banco le propone el comercial. “Fue estar en el momento adecuado”, asegura él con certeza. A pesar de la fama repentina, decidió regresar a México. “No quería aprovechar esos 15 minutos y cansar al público”. Al volver muchos le propusieron hacer su propio circo pero nadie quería apostar por el circo que él quería hacer: reavivar la tradición era su objetivo; el payaso visto como un artista debía tener su propio espacio. Y fue Ernesto Pimentel quien decide invertir. “Ahí viene toda la vuelta. Él, que empezó con el circo mediático, es el que está apostando por nosotros en este nuestro tercer año.”
EMPIEZA LA FUNCIÓN
“El payaso es el invitado indeseado que termina siendo el alma de la fiesta. En la historia del circo pasó igual. El payaso era una distracción entre actos, un rellenador que nace en los espectáculos ecuestres inglés pues se necesitaba distraer al público mientras se limpiaba la caca de los caballos. Y, hoy por hoy, en un circo el único acto que no puede faltar es el del payaso”, me cuenta Iván Vega, mexicano invitado este año al “Circo de la alegría”, y quien decidió dejar de lado su famosísimo personaje Bobo, pelo de escobeta. Pitillo lo invitó a interpretar al payaso blanco, un tipo de payaso típico del circo europeo, de cara blanca, que ha desaparecido en el tiempo. El payaso blanco, contrario a su naturaleza, es signo de seriedad y autoridad.
Los músicos van tocando mientras el público se acomoda. A modo de entremés, otro payaso con una valija vieja y celeste pide aplausos mientras hace trucos con un inmenso girasol. En el camerino Pitillo, Pitillín (su sobrino de 23 años) e Iván transforman en canción cada una de sus actividades. Iván coloca una toalla en el respaldar de su silla, limpia el espejo circular con la mano y dispone ordenadamente el maquillaje entre éste y él. Se engela el cabello y le coloca un gorrito encima para que su pelo de escobeta no interrumpa en el rostro. Inmediatamente introduce profundamente el dedo medio de su mano izquierda en el frasco de base blanca y con una rapidez que atolondra, la esparce sobre la piel. Con la palma de la mano golpetea para emparejar y sellar. Solo cuando termina y confirma en el espejo que el trabajo es perfecto vuelve a sonreír. Con un hisopo delínea labios y cejas. Aplica los polvos, elimina los restos con una brocha y regresa a la seriedad. Entre muecas, destina color rojo a los labios, dibuja una exageradísima ceja en negro y pinta de celeste los párpados. Finalmente se viste. Iván se coloca unas mallas blancas y unos zapatitos con pasadores del mismo color. Abrocha la camisa y ajusta el corbatín vicentino. Y un sobre todo azul y negro de lentejuelas plateada como flores, termina por adornarlo. Ya listo calienta el cuerpo. “Hay que afinar tu instrumento de trabajo que es el cuerpo”, aclara.
¿Desde dónde construyeron sus payasos, qué características buscaron?
Iván: Nosotros no construimos personajes. El payaso somos nosotros mismos. Pero estás siempre observando. Es escarbar en el interior para sacar lo más bonito de uno. Es mostrarse vulnerable. Yo comienzo en esto el día que me caí. Sí, me caí del cielo y en vez de escoger unas alas blancas escogí una nariz roja.
Pitillo Junior: El circo es para ver no para escuchar. La música es un complemento maravilloso pero casi no hay texto porque eso no es el centro sino el acto. Un payaso que se para en medio del escenario a contar chistes no tiene sentido para mí.
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