LECCIONES NO APRENDIDAS
Esta semana llega a su fin la segunda temporada de “Oleanna”, obra de teatro que desde la ambigüedad constante de sus personajes critica y reprocha el sistema educativo y la institucionalización de la universidad como modelo único de enseñanza. El autor: el ganador del Pulitzer, David Mamet. Las responsables: Fiorella Díaz y Jamil Luzuriaga, primeras mujeres en llevarla a escena. Con ellas conversamos.
Escribe Inés Bahamonde
El físico alemán Albert Einstein solía decir que lo único que interfería en su aprendizaje era su educación. Y es que las formas instituidas de enseñanza y calificación vienen siendo materia de severos cuestionamientos desde hace décadas. En 1987, por ejemplo, el filósofo francés Jacques Rancière publicaba “El maestro ignorante”, libro que proponía cinco lecciones para la emancipación intelectual y que ha sido una de las guías más trascendentales en esta batalla –sí, vamos a denominarla así- en la que cuesta entender que aunque exista una desigualdad de inteligencias todos, por igual, estamos en capacidad de aprender. El error radica en pretender que lo hagamos por igual y bajo un mismo método. Y el teatro, que es hacer constante, no está exento de sumarse a la denuncia.
Así, en “Oleanna” el nortemaricano David Mamet utiliza este déficit normativo solo como una base para su drama y agrega un conflicto aún mayor: el poder del conocimiento, una dinámica de subestimación perpetua en donde el “yo sé más que tú” aparece no con fines altruistas sino enteramente egoístas. Para Jamil, una de las directoras de este montaje, “la universidad, de alguna manera, te aísla en su conocimiento pasado, no sabes cómo afrontar la vida real cuando empiezas a trabajar. En la universidad la gente está más preocupada por las notas que de lo que ocurre en su entorno”. Nos enfrentamos así al primer gran problema: el sistema calificativo.
¿QUÉ ES UNA CLASE SINO UN PROFESOR Y SU ALUMNA?
Esta es la interrogante que John, un profesor exitoso que está a punto de ser ascendido, de una retórica hermosa, que se clama a sí mismo como la propuesta alternativa dentro de la plana docente de su universidad, le plantea a Carol, una alumna que lo visita en su oficina para discutir la calificación que recibió por la redacción de un ensayo. Carol se muestra nerviosa, tímida y tras los primeros diálogos notamos su necesidad constante por ser validada. Los minutos pasan y la ansiedad la aborda. En sus reclamos hay cierta victimización de su persona. Se trata a sí misma de estúpida, incapaz de entender los conceptos que el profesor trabaja en clase. Y aunque Mamet no vela si se trata de un artilugio en primera instancia para llamar la atención del profesor, sí existe en ella un deseo real por querer entenderlo puesto que dentro de su esquema preconcebido solo haciendo las cosas “como se debe” logrará ser ese tipo de persona socialmente exitosa y aceptada gracias a las veinte obtenidos, a los másters y doctorados seguidos que ella admira y aspira. Pero, como bien le explica John, “el conocimiento es un territorio (…) lo que uno hace es consecuencia directa de la opinión que se tiene de uno mismo”.
Si Fiorella Díaz -la otra directora de la obra- tuviese que resaltar una virtud de este maravilloso texto dramático sería “no saber qué posición tomar frente a los dos personajes. Mamet plantea tan bien ambas posiciones que no podría juzgarlos. Tras el trabajo de mesa que hicimos con los actores, me di cuenta que en el plano intelectual ya no podía resolver las preguntas que se plantean, había que llevarlo al proceso creativo en escena para ver qué ocurre. Pero lo que Mamet deja son más preguntas que respuestas”.
AL ALIMÓN
¿Cómo se asume la dirección entre dos personas?, ¿se dividen roles?, ¿cuán difícil es controlar su formación como actrices (ambas lo son) de tal forma que sus acotaciones no se trasgredan en la forma en que ellas interpretarían un personaje?, ¿ninguna se sitió tentada de protagonizar un papel tan complejo como el de Carol? Jamil no oculta que al inicio pensó en dicha posibilidad. “Carol me conmueve tanto. Creo que todo ser humano tiene una parte muy Carol, que se siente indefenso, inseguro, fracasado. Tiene todos estos sentimientos a flor de piel sumado a su incapacidad para comunicarse. Pero decidí que sería más útil dirigiendo”, y sobre eso agrega que “me parece interesante cómo tratas de hacer llegar al otro todas esas ideas que uno puede tener con respecto a un personaje. Como director te das cuenta que todas tus reflexiones sí han llegado a transformar al personaje que los actores están creando. No hubiera sido lo mismo si yo lo hubiera representado”.
Por su parte, Fiorella asegura haberse descubierto cuidando mucho a los actores durante el proceso, “cómo les hablo, cómo les doy las notas de tal forma que no se sientan censurados. Tampoco quiero decirles qué es lo que tienen que hacer sino darles luz, claridad para que ellos vuelvan a mí. Siento el oficio de directora como el juego de pinball donde los actores son esta pelotita que sale con toda energía y donde nosotras solo colocamos, no límites, sino como estímulos para que la bolita encuentre su camino. Todo el tiempo estoy pensando cómo transformar los comandos que están en mi cabeza para que lleguen a ellos y lograr lo que deseamos en el montaje”.
Teniendo claro que la comunicación es la piedra angular de todo proceso creativo, es también vital comprender la figura del director como líder de dicho proceso. Desde ahí, ambas se han cuidado de no mostrar grandes discordancias frente a los actores. La claridad es fundamental. Según Fiorella han sido más las coincidencias que los desencuentros, “hemos tenido más acuerdos en el momento del análisis de la obra; las discusiones, todas sanas y necesarias, se han dado sobre el montaje porque ya no dependía del proceso mental de una de nosotras sino que debía ser compartido y, a la vez, motivar a los actores”.
Jamil recuerda que un punto trascendental para asumir esta tarea conjunta fue el trabajo que ambas hicieron en la asistencia de dirección de la versión que Jorge Villanueva hizo de “Calígula” el año pasado. Este hecho no solo les proveyó experiencia (aunque ya en el 2013 Fiorella había dirigido una obra para niños) sino afianzar la confianza que se tenían la una a la otra. “En ese sentido los actores han comprendido que cada una cumplía un rol y que podía recurrir a ambas para cualquier tipo de trabajo. Las notas que daba Jamil no eran iguales a las que deba yo pero sí enfocaban a lo mismo”, agrega Fiorella.
CONFLICTO DE GÉNERO
Tras ganar el Premio del Público como mejor obra en el XII Festival de Teatro del ICPNA 2014, ambas decidieron que era importante reposarla por unos meses. Hay que entender que el teatro es un elemento vivo capaz de seguir evolucionando y que para una reposición se necesita mirar sobre el trabajo ya hecho para así replantearse nuevos retos. El distanciamiento es fundamental.
Fiorella nos cuenta que decidió desconectarse completamente de la obra mientras que Jamil siguió dándole muchas vueltas al texto durante los meses de para pues sentía era esa su manera de procesar lo trabajado. “Yo la solté. Solo vi una vez el video de la primera temporada –explica Fiorella- y faltando dos semanas para retomar los ensayos cogí nuevamente el texto. Analicé qué dimensiones no habíamos llegado a profundizar por el hecho de haber participado de un concurso. En un concurso una está sometida a un juicio y aunque no quieras que eso influya pues influye muchísimo. Sentimos que ahora el tiempo era para el montaje en sí.”
Para Jamil, uno de los principales retocamientos fue comprender que el conflicto planteado no era tan particular, que no afectaba a los personajes en su individualidad sino a lo que ambos representaban, “comprender a ambos dentro de un sistema gigante al que también había que escuchar. Por ejemplo, cuando la alumna le da la lista de libros que deben quitarse de la currícula, no le está diciendo que particularmente saque el libro escrito por John, ella está criticando un sistema patriarcal, años de años de educación basada en libros escritos por hombres. Ha sido darnos cuenta que la racionalidad y la sensibilidad que hemos aprendido es masculina. Estamos sujetos y determinados por un sistema donde el hombre ha ordenado todo.”
“Mamet es bien cuco porque lo que hace es colocar esas dos visiones, polarizadas por completo, y las pone en un conflicto de abuso sexual donde las normas son tan rígidas que socialmente es inaceptable una situación de ese tipo, enfrentando a hombres y mujeres. Entonces para mí, sí es una obra de género y desde ahí lo que buscamos en esta reposición era alejar la victimización de los personajes”, asevera Fiorella con convicción inequívoca, a lo que Jamil suma que “todo este cuestionamiento que él tiene sobre la educación a ella puede parecerle superfluo ya que provienen de realidades distintas. Mamet también nos habla de esa incapacidad que tienen las clases sociales favorecidas de ver al otro”.
TERCER PERSONAJE
Si bien el autor se esfuerza en proponer una imparcialidad casi inquebrantable frente a Carol y John, es el lenguaje y su manipulación lo que lleva al espectador a mutar su posición entre escena y escena. Mientras la alumna sobre entiende literalmente cada frase dicha por el profesor, tergiversándola de su contexto, John, completamente empoderado en su posición, lo utiliza para seducir y encubrir las contradicciones en las que recae, manifestándose nuevamente así los juegos de poder. Sucede que ninguno de los dos es tan ingenuo como aparentemente se presentan en el primer acto. Será el lenguaje y sus ambigüedades lo que los condene.
“John piensa y enseña que la educación es un “sistema carente de utilidad” y un “hostigamiento prolongado”. Entonces ella, confundida, le pregunta ¿por qué enseña, entonces? y él le contesta que porque ama enseñar. ¡Qué tal contradicción en un solo personaje!”, reclama Fiorella. Razón por la que Carol hacia el final de la obra, y tras un medido intercambio de roles, le espeta con razón que él “se burla del sistema pero al mismo tiempo se beneficia de sus contradicciones”.
Fiorella continúa e incide en que “ella sabe que si le dice que es una estúpida él no va a quedarse tranquilo pero lo que lo lleva a escucharla es su propio ego. A través de esta acción él se reafirma como el profesor alternativo, reconocido que merece el ascenso. Carol cuestiona si él es el tipo de profesor que queremos para un curso de educación”.
A pesar de su ambigüedad, los reclamos al sistema educativo que John formula son enteramente válidos. ”Lo importante es qué necesita la sociedad de la universidad y no que la sociedad exija un modelo antojadizo de universidad”, dice en cierto momento. Transpolándolo a nuestra realidad, el nuestro es el país latinoamericano con más universidades, esto casi siempre en demérito de la calidad de enseñanza, aunque a estas alturas ello sea una verdad de perogrullo. Tantos los sistemas políticos y económicos están construidos para que la universidad posea una importancia absoluta en la escala social de éxito.
Dentro de las relaciones alumno/profesor, “Oleanna” explora la destructividad a partir de la falta de comunicación, la deformación de lo que se dice abiertamente, el peligro devastador de seguir cabalmente las normas establecidas y las acciones ejecutadas desde la ira. Así, Mamet nos invita a contemplar, a aguardar, a mantener silencio frente a estas interrogantes que solas irán encontrando respuesta. Como apunta Jean Paul Sartre en “La Naúsea”: ¿qué puede temerse de un mundo tan regular?
OLEANNA
Hasta este domingo 19 de abril
C.C. Ricardo Palma – Av. Larco 770, Miraflores
Actúan: Alexa Centurión y Carlos Mesta
Dirigen: Fiorella Díaz y Jamil Luzuriaga
LA TRIVIA
El nombre “Oleanna” no hace referencia al nombre de la alumna como muchos piensan al llegar al teatro. Mamet, pudiendo bautizar su obra con alguna referencia directa al sistema educativo, prefirió nuevamente jugar con lo que no se dice. Así, “Oleanna” refiere a un folk donde se cuenta de un lugar utópico en Norteamérica a donde llegarían los inmigrantes noruegos. En la canción se narra que el trigo crece solo, que el chancho se corta a sí mismo para dar jamón y que la cerveza aparece también sola en las jarras de las mesas. Habla, entonces, del sueño norteamericano, y en él, la universidad como ese espacio idealizado que se quiere alcanzar a toda costa.