HERENCIAS PENDIENTES
Escribe Erick Weis
Con claros vínculos con la autoficción, la autora de la obra se coloca a sí misma como personaje: esta es, a la vez y nuevamente, una escritora que está en proceso de creación de una obra sobre el conflicto armado interno. En escena la acompañan dos personajes adicionales: un actor y una actriz. Es a partir de este primer círculo ficcional que se arma e intenta representar una segunda historia dividida, también, en dos: la de Alba y su padre, quien acaba de fallecer; y la un pueblo que desea retomar una costumbre olvidada a causa de la violencia.
Sobre el respecto, la temática elegida para este segundo círculo ficcional, los desplazados a causa de la violencia política, es uno de aquellos tópicos poco desarrollados en la dramaturgia peruana. Un antecedente relevante es el “Santiago” de Yuyachkani (por lo menos a nivel metropolitano, es difícil encontrar otros casos).
La existencia de los desplazados es una de aquellas consecuencias directas poco visibilizadas de lo ocurrido a partir de la violencia desatada por parte de las fuerzas del Estado y Sendero Luminoso. Medina Hú no se detiene sobre este proceso histórico en sí; este es, más bien, la antesala de la trama central. Como en “Santiago”, hay un pueblo que desea volver a celebrar; sin embargo, el último mayordomo nunca regresó para hacer el respectivo pase de banda con el nuevo carguyoc de la fiesta.
POSIBILIDADES EN DEBATE
En este primer paso, la autora-personaje está bastante segura de lo que le va planteando a los actores que la acompañan. Es el pueblo el que tiene una clara necesidad al inicio: dos de sus miembros, incluso, viajan a la capital para buscar a aquel último mayordomo que nunca regresó. Alba es su hija y anuncia la reciente muerte de este y, luego de la insistencia de la pequeña comisión, esta acepta reemplazar a su padre en la ceremonia.
A partir de este punto, el texto comienza a formar nexos temáticos con otras propuestas como “La hija de Marcial” de Héctor Gálvez, “Encuentro” de Leo Cubas e, incluso, con la testimonial “Proyecto 1980-2000” de Claudia Tangoa y Sebastián Rubio: todas son obras donde son los hijos los que toman la posta protagónica a causa de la ausencia de los padres. Estos textos —estrenados en la última década— plantean en algún momento, con menor o mayor explicitud, la temática de la culpa heredada ligada al conflicto armado interno. E inevitablemente aparece la pregunta: ¿qué responsabilidad tiene un hijo por las acciones de su padre?
Los siguientes pasos en la obra dejan de ser fáciles de seguir por girar en torno a la interrogante. Así, el modo para debatir posibles respuestas en el caso de “Carguyoq” es directamente artística. La escritora, la actriz y el actor saben cuál es el problema con el padre de Alba: este fue (o se cree que fue) el que acusó a algunos de sus vecinos de ser parte de Sendero Luminoso. El público conoce este hecho mucho antes que Alba y la discusión entre los personajes del primer círculo ficcional es justamente sobre esto: ¿se le debe revelar el secreto, de qué manera, en qué momento, qué reacciones desencadenará?
Esta decisión también afectará al segundo plano ficcional: ¿es demasiado desconsiderado recordar momentos así de complejos en medio de la celebración? El pico del conflicto se alcanza cuando Alba confiesa que trae a su padre consigo. Trae, en realidad, las cenizas pues desea que descanse en su pueblo natal. En respuesta, el pueblo considera matarla, pero la autora-personaje define como demasiado dramática esta posibilidad.
Así, el remanso y epílogo llegan con un día adicional de estancia para Alba. Mucho más tranquilos, el nuevo mayordomo y la hija del último conversan sobre lo ocurrido en el pueblo durante los días de violencia, optando por un final menos violento, pero mucho más cercano a lo real.
CONTRASTE ESCENOGRÁFICO
Al igual que “El apellido comienza conmigo” de Chaska Mori, la propuesta técnica de Medina Hú se caracteriza también por poner en contraste elementos orgánicos y tecnológicos: tierra, figuras de arcillas y flores conviven y se contrastan con laptops, cámaras y proyectores. Si bien la necesidad de movimiento de estos elementos puede, en cierto punto, ralentizar el ritmo de la obra, los resultados de los usos cruzados consiguen resultados cinematográficos pues gracias al juego de ángulos y distancias, pequeñas cruces pueden resultar en grandes altares frente al nuevo mayordomo del pueblo. Aquellas figuras de barro, junto a pequeñas casas de madera, enfocadas y agigantadas por el proyector, son el referente inmediato para la narrativa del segundo círculo ficcional. Por momentos, además, Alba y el nuevo mayordomo se enfrentan en el proyector, donde un primer plano del rostro de la actriz discute con personajes sin rostro.
PLANO GENERAL
La suma de todos estos recursos (técnicos, dramatúrgicos y escénicos), exige al espectador de “Carguyoq” la paciencia y atención necesaria para incorporarse a un temporal debate interno sobre las posibilidades y limitaciones del artista para hablar de un pasado reciente, poco documentado.
Y aunque no hay un clímax final para el primer círculo ficcional, la autora-personaje expresa la latente necesidad de seguir conversando y llama al público al escenario para continuar el diálogo. El propio proceso de investigación, impreso y pegado en las paredes, forma parte de la escenografía.