HASTÍO TESTARUDO

Ibsen llega revitalizado al 2019 gracias a una adaptación que le hace mucho bien a su clásico “Hedda Gabler”. Vanessa Vizcarra, su artífice.

HASTÍO TESTARUDO

Escribe Eliana Fry García-Pacheco

Qué duda cabe que tanto a Chéjov como a Ibsen les debemos una serie de personajes femeninos que reconfiguraron el rol de la mujer en el teatro moderno, no solo por los nuevos retos escénicos que con ellos se les ofrecían a las actrices de finales del siglo diecinueve sino porque estos personajes calaron significativamente en las espectadoras de ese entonces, modificando así también su sociedad.

Tal fue el caso de la famosísima Nora Helmer, protagonista de “Casa de muñecas” (1879), pieza fundamental del dramaturgo noruego. Pero no menos revuelo causó su “Hedda Gabler” (1891), cuya —para esos tiempos— inentendible naturaleza, desafiante de los códigos morales y valores familiares (ni ama a su esposo ni desea ser madre), produjo mayor escándalo.

Una reciente versión de esta última obra, titulada “Hedda” a secas, se presenta actualmente en el Teatro Británico bajo la dirección de la multifacética Vanessa Vizcarra, una de las teatristas más exigentes e inteligentes de nuestra escena. Paradójicamente, la lectura de esta adaptación que sitúa a Hedda en Londres contemporáneo, cuyo entorno cercano —marido y amantes— pertenece a la aburridísima academia universitaria (otra de las significativas capas de crítica que posee el texto, sobre la cual no nos detendremos, pero dejamos servida la clave) y con una situación económica favorable, cuestiona varios de los hitos discursivos que en el tiempo de su estreno forjaron su valor dramatúrgico.

¿Dónde, entonces, radica la actualidad y efectividad de un personaje que, gracias al avance de la lucha feminista, no necesita (o no debería) satisfacer expectativa social alguna ni mantenerse obligada a fungir un rol doméstico como única opción de vida por ser mujer?

 

CONTRADICCIÓN

Eduardo Camino, formidable como siempre, también se encargó del diseño escenográfico.

A pesar de algunos cambios en la dramatis personae (en vez de tía hay cuñada, se exime de la criada, el juez pasa a ser un abogado y, tal vez lo más importante, todos conforman un universo etario que bordea los cuarenta años, con las implicancias psicológicas que la dichosa edad simboliza en nuestra sociedad), la construcción narrativa se mantiene fiel al original, incluso se conservan varias de las frases más representativas que de la boca de la protagonista se pronuncian (“Solo sirvo para matarme de aburrimiento”, “No tengo talento para las cosas vivas”, “Hagan lo que quieran, pero con belleza”). Así que lo primero que vemos es a la pareja de recién casados llegando a su nuevo hogar tras su luna de miel, viaje que claramente no causó la misma conmoción en ambos.

En el primer cuadro no vemos a Hedda pero la conocemos a partir de la descripción ensoñada que su marido hace de ella. Es decir, a través del otro, de su percepción (incluida la de su hermana) es que constituimos mentalmente al personaje, imagen que rápidamente se desmoronará cuando ella aparezca, pues una sutil violencia acompaña sus movimientos y palabras primeras. ¿Por qué? ¿A qué responde su estructurada maledicencia? ¿Qué ofrece capaz de obnubilar así a su esposo quien en todo la justifica? Serán estas algunas de las interrogantes que atosiguen al espectador durante las próximas dos horas y media.

La información llega y pareciese que hay poco espacio para la duda. Pero no es así: Hedda está aburrida, nada la emociona. Su tedio es mortal, sí, mas parece regocijarse en él. Es ahí donde reside su conflicto pues no planea hacer absolutamente nada por cambiar el rumbo de las cosas. ¿Puede? Podría: no es una hedonista, es una narcisista. ¿Desea superar su apatía? Curiosamente, lo único que realmente anhela es, al menos, “moldear un destino”, como si no fuese consciente del poder que ya ejerce sobre el resto. Hedda es una suerte de cáliz roto que todos inútilmente tratan de llenar/complacer/satisfacer. Sin embargo, ese afán de destrucción sobre lo ajeno es lo único capaz de mitigar su insostenible realidad.

 

¿COBARDÍA?

En contención. Juan Carlos Pastor y Gisela Ponce de León.

A este hastío que como una hiedra se enraíza en ella, envolviéndola y sofocándola, se opone escenográficamente la casa en la que ocurre el drama. Aunque grande y bien ubicada, es antigua y necesita refacciones. Está, además, pintada de un turquesa intenso, color no solo de moda en el diseño de interiores sino que, según la semiótica del color, es uno amigable, canalizador de emociones, capaz de crear equilibrio y estabilidad. Su vitalidad no es capaz de calar en Hedda. ¿Puede haber belleza en la mediocridad?

Aunque perversa por manipuladora, hasta pareciera que ya ni siquiera lucha contra la inevitabilidad de su sino. Y esto inquieta constantemente porque, justamente, es incomprensible que hoy una mujer no pueda ser gestora de su devenir, que sea controlada por su instinto depredador y lacerante. Pero incluso ello es capaz de poner en jaque este personaje: cercada en un cuarteto amoroso, las tensiones del deseo no se manifiestan en el cuerpo. Los pocos intentos por materializar la carnalidad son rechazados por ella. Hay también perversión en la contención de la sexualidad. Y es que no son los celos lo que la domina, es la posibilidad del abandono lo que le produce angustia, tal vez la única otra emoción por la que transita.

Así, la obra ocurre en un día ficción. Tal vez ello influye en que el proceso de la curva del personaje sea un poco abrupto, generando una ligera desazón como espectadores. Y aunque el final se conoce de antemano, no va en desmedro de su impacto. Tal vez lo que genera cierto ruido es la poca credibilidad en la reacción del resto de personajes ante el suicidio de Hedda. Pero con los días, con la obra rumiando en uno (como pocas veces sucede), me pregunto si no será que estos intuían la fatalidad, que el devenir de la protagonista era inevitable, que lo sabían porque la muerte puede perfectamente palparse en el entorno y que, así las cosas, no les quedaba más que dejar que suceda. Porque, parafraseando a Roland Barthes, es fútil lo que aparentemente no tiene consecuencias.

 

Ficha técnica – “Hedda”
Dirección y traducción Vanessa Vizcarra
Asistencia de dirección Malu Gil
Adaptación Lucy Kirkwood, a partir de la obra de Henrik Ibsen
Elenco Gisela Ponce de León, Eduardo Camino, Valeria Escandón, Lisette Gutiérrez, Juan Carlos Pastor, César Ritter
Diseño escenografía Eduardo Camino
Temporada De jueves a lunes hasta el 9 de diciembre
Lugar Teatro Británico: calle Bellavista 527 – Miraflores

 

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(*) Este texto se publicó originalmente en la edición 92 de Revista H.

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