FUNDIENDO VERSO Y FOTOGRAMA
Escribe Erick Weis Bautista
Los casi cuatro minutos que suman los dos tráilers de “La pasión de Javier” aparentaban mostrar una película centrada en la vida del poeta a partir de la clásica trama de la búsqueda del sueño: el hijo con algún grado de rebeldía frente al padre opresor, aderezada, inevitablemente, por el amor juvenil y la compañía de amigos que impulsan al protagonista a buscar sus objetivos. Si bien esta fórmula se termina encontrando en la película, esta es ejecutada en combinación con otros elementos que terminan enriqueciendo el producto final más allá de simplemente rellenar este tipo de esqueleto argumental. ¿Qué elementos le permiten a “La pasión de Javier” dar un paso más allá de lo visto en los avances promocionales?
AQUELLA JUVENTUD INTELECTUAL
Uno de los pilares del proyecto se encuentra en el guion de Augusto Cabada. Particularmente en todos aquellos diálogos intelectuales que están presentes desde el inicio de la película: el examen de admisión, la discusión entre los poetas o las conversaciones con Vargas Llosa son algunas de las escenas distribuidas entre otras de menor densidad que permiten una ida y vuelta entre el lenguaje juvenil de los 60s y los conceptos humanísticos brevemente expuestos.
Sin embargo, el mayor peso recae en una herramienta poco vista en el cine peruano: el uso de la propia poesía de Heraud para hacer una conexión entre su producción literaria y algunos de los ejes centrales en su vida. Versos de los poemarios “El río” (1959) y “El viaje” (1960) aparecen gracias a la voz de Stefano Tosso (quien interpreta al poeta protagonista), la cual, además, logra un equilibrio entre solemnidad y sencillez que se complementa correctamente con el dinamismo de las imágenes de paisajes urbanos, rurales y amazónicos. De este modo, no demora en saltar una primera corrección a lo pensado: no solo veremos la vida, sino directamente la obra de uno de los poetas peruanos jóvenes más recordados en nuestra sociedad.
EL PESO DE LAS ESCENAS
A nivel de producción, se debe rescatar el trabajo para invisibilizar los rastros de modernidad de la Lima actual para recrear el ambiente sesentero: desde los autos y el vestuario hasta el cuidado de la cámara para no enfocar cualquier ente futurista que corte la atmósfera que se quería. A nivel de sonido y edición, sin embargo, sí hubo algunos momentos incómodos: algunas escenas no escondieron bien la regrabación de voces en los actores; en otras dos, la música se retira de golpe en el medio de una escena que no es cortada. Bastante extraño es el momento en el que Javier y Laura (Vania Accinelli) están en una fiesta de disfraces y, justo cuando ellos comienzan a hablar, la música (que es diegética) se silencia mientras que los personajes en el plano general continúan bailando.
Sin embargo, muchos son los aciertos en el producto final liderado por Eduardo Guillot. Mención especial merece, por ejemplo, toda la secuencia desde que Javier acepta publicar su primer poemario hasta que lo tiene, por fin, en sus manos. Inmediatamente la cámara nos lleva a la imprenta en las afueras de Lima y, aparte de ilustrarnos con agilidad sobre aquellos procesos artesanales en el arte de la impresión del siglo pasado, los actores logran transmitir aquella vitalidad juvenil y cariño desinteresado hacia Javier: imprimen los poemas, los ponen a secar como pequeñas sábanas blancas, pegan las páginas y celebran el nacimiento de aquel primer hijo literario en una escena con muy pocas palabras.
GRISES Y VERDES
Finalmente, un concepto que resalta y le suma al proyecto radica en el contraste que se crea entre la ciudad y la selva, escenarios que representan tiempos (1959-1962 y 1963) que se van intercalando. Lo interesante, en este caso, es que a pesar de que las ciudades (Lima, París, Berlín) aparecen constantemente grises y nubladas la mayoría del tiempo, estas engloban la posibilidad de (sobre)vivir para el poeta: son los lugares donde habita la familia, el amor, la amistad y la misma literatura. En el frustrado paso por Francia del protagonista y en las breves conversaciones que tiene con un iniciado Mario Vargas Llosa (Sebastián Monteghirfo) es inevitable pensar en el “¿qué hubiera pasado si…?” e imaginar un Heraud que aún vive y escribe como aún lo hace nuestro Nobel de Literatura.
No obstante, el joven escritor elige la selva, símbolo muchas veces de vida, pero también de amenaza cuando en ella se adentra cualquier no lugareño. La película arranca en esta locación, pero no plantea ninguna imagen fuerte de esperanza en los jóvenes que han regresado a su país desde Cuba para “hacer la revolución”. La esperanza está, pero se presenta ya contaminada de cierto recelo y desconfianza de algunos de los compañeros revolucionarios; Heraud tampoco se ve demasiado seguro con la causa. La pendiente a partir de aquí es inevitablemente disfórica: compañeros enfermos, falta de provisiones, guías y compromisos incumplidos terminan en un callejón sin salida para el poeta.
EL AÑO DE JAVIER
Así, a pesar de todo el contenido histórico, intelectual y poético en el guion, “La pasión de Javier” no deja de ser una película receptible para todo público por haber partido de un arco argumental específico, pero haberle sumado un ritmo planteado a partir de la edición y el juego que se hace entre niveles de lenguaje, tiempos y escenarios. Este año los homenajes al poeta no se escatiman: hace algunas semanas también se estrenó “El viaje de Javier Heraud”, documental de Javier Corcuera que se acerca con mayor detalle a su intimidad familiar y amical. Se suma la Casa de la Literatura Peruana con la exposición “Heraud. Dimensiones de un viaje”, muestra que “pretende destrabar o revitalizar la imagen de Heraud”, como bien declaró Rodrigo Vera, curador principal. No hay excusa para no profundizar en él.