¡ESA CANCIÓN ME ENCANTA!
Escribe Mimí Bregante
Un viaje en barco de Perú hasta España en pleno siglo XXI. En la cubierta, sentados en sus poltronas y abrigados con gruesas mantas, una pareja de ancianos discute con afecto. Están celebrando sus bodas de oro, cincuenta años de convivencia que sellan con esta larga travesía. Un deseo satisfecho que les servirá para recordar el inicio y vicisitudes de su matrimonio.
“Quería hacer una obra distinta a “Piaf” pero siempre diciendo algo –nos comenta el director Joaquín Vargas-. Comencé a escribirla a partir de la lectura de una obra española que está ambientada en la llegada del gobierno de Franco. La idea me pareció interesante así que pensé en llevarla al Perú de los 50. Empecé desde cosas que yo tenía en mi cabeza de cuando era chico y con el libro de crónicas de la época de un periodista que se llama Domingo Tamariz. Con este me informé mucho y con el recuerdo de estructuras de otros textos armé la obra”.
De la obra española Vargas solo tomó la anécdota en que la pareja se conoce en un tranvía. Es ese el primer encuentro de esta aspirante a actriz, estudiante de la Asociación de Artistas Aficionados, y de este periodista del (ahora extinto) diario “Última hora”, que juntos se bajan en la estación La Colmena y que luego entrarán en un café del Jirón de la Unión. La dictadura de Manuel Odría como contexto de una época convulsionada por cambios significativos no solo en el país sino en el mundo. El escándalo de la página 11 y la International Petroleum Company, la muerte de Martin Luther King, el invento de las pastillas anticonceptivas; el marco de la historia peruana como de la historia mundial que se alinea con la vida de esta pareja cuya relación también se va transformando.
Pero no hay que olvidar que “¡Ay, amor!” es, ante todo, un musical. De Gloria Estefan al “Nel blu dipinto di blu” de Domenico Modugno. De Joaquín Sabina a “Estrellita del sur” del Trío Los Panchos. Todas usadas en perfecto sincronía para cantarle al amor o para contar su versión de los hechos. Y es que la cuota cómica de la obra radica, justamente, en que cada personaje narra los sucesos según cómo los recuerda. Es el choque de sus versiones lo que produce hilaridad.
Patricia Barreto es cautivadora en escena. De melodiosa voz, en ella recae la carga interpretativa. Por su parte, da gusto ver a un Ricky Tosso controlado, que no abusa de las muecas ni de los excesos cómicos y ello, sin duda, es mérito de su director Joaquín Vargas. Lo que Ricky demuestra es mucho oficio sobre el escenario (lo que compensa su poca destreza en el canto): improvisa, juega, sabe hacer pausas que enfaticen la broma, sabe sostener la risa del público y aguantar su diálogo hasta que este termine de reír. Lo que vemos en “¡Ay, amor!” es la sinceridad de dos actores que tienen bien sujetas las riendas de su carrera, que se entregan a esta historia sencilla sin pretensión alguna, que disfrutan trabajando juntos.
La complicidad con los músicos Alejandro Villagómez y Roberto Chicoma, en el piano, es también fundamental. Además, el texto –que ha sabido acoplar correctamente la replana de la época- sirve para cuestionar la vigencia de algunos temas ligados a las relaciones de pareja (¿vale la pena casarse?, ¿se puede amar a alguien para siempre?), el sexo (¿se puede perder el interés?, ¿está la virginidad sobrevalorada?), y cómo ambos están vistos socialmente. Mientras ella asegura ser “un hueso duro difícil de roer”, que hace esperar a su enamorado varias semanas para tomarlo de la mano o que no irá al cine a ver la película “Gilda” porque “no es apta para señoritas”, es también cuestionada cuando, agotada de la rutina, de la falta de detalles, decide separarse, creyéndola incapaz de sobrevivir sin un hombre a su lado. ¿Nos suena familiar? La ficción de “¡Ay, amor!” sitúa esta problemática a mediados de los sesenta. Y en pleno 2016, la realidad nos hace seguir batallando contra estos prejuicios.
A inicios de un nuevo año, las obras de teatro que hoy vemos en cartelera están hablando de problemas sociales, de conflictos políticos, de dificultades culturales. Probablemente ninguno de estos existiría si volviésemos a relacionarnos, a amarnos. Esta es la sencilla lección –cursi, para algunos- que nos brinda “¡Ay, amor!”. Se trata, como dice hacia el final el personaje de Patricia, de “recuperar a través de una relación el amor, la alegría de vivir”.
“Llega un momento en el que todo es tan rápido, todo es tan frío, todo es tan terrible que lo único que necesitas es amar otra vez. ¿Qué es lo importante al final? Es rescatar la esencia, lo más importante es que nos relacionemos para no perder esa esencia humana que tenemos”, concluye Vargas.
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