ENTRE COPAS Y SECRETOS

En la noche inaugural del Festival de Artes Escénicas de Lima 2020, la compañía francesa Cirque Le Roux colmó el Gran Teatro Nacional de San Borja de ilusión, fantasía y acrobacias con su original comedia circense “The elephant in the room”.

ENTRE COPAS Y SECRETOS

Escribe Eder Guardamino Cavezas

Nada es más universal que el cuerpo, sus movimientos y la sensualidad que suele envolverlo. Lo que diera grandeza a genios como Charles Chaplin —e inmortalidad a su entrañable Charlotte— parece resonar de alguna manera casi un siglo después en compañías escénicas como Cirque Le Roux de Francia.

“The elephant in the room”, primera producción de la célebre compañía franco-canadiense, describe un poco de esto. Se trata de un montaje anclado en una estética avant-garde con personajes irreverentes, desenfadados y libidinosos que logró estrenarse en 2015, durante la Bienal Internacional del Circo de Marsella.

Desde entonces ha viajado por escenarios de todo el mundo y a cinco años de ese mágico debut, Cirque Le Roux llega a nuestra ciudad para la gala inaugural del FAE-Lima 2020 con una exhibición cargada de ilusión, fantasía y vértigo.

 

EXTRAVAGANCIAS

Un riguroso entrenamiento circense permite la perfección de sus acrobacias.

Uno no sabe a ciencia cierta si lo que observa es un espectáculo circense sobre un complot siniestro o una excéntrica cinta de gánsteres que resuelven sus problemas con espectaculares acrobacias. Todo esto aderezado de coreografías y piruetas con dosis de riesgo y cálculo maníaco sobre un lienzo sinfónico.

El propio título es un albur idiomático. “Un elefante en la habitación” —traducción literal— es una popular frase anglosajona usada cuando se habla de un secreto a voces. La propuesta que dirige Charlotte Silou aprovecha esta expresión para crear singulares atmósferas de intriga en las audiencias de cada gira, efecto que los vehementes integrantes de la compañía consiguen gracias a una variedad de recursos artísticos y estilísticos empleados en escena. Entre ellos, acrobacias orquestadas, gestualidades desbordantes y un collage de emociones humanas como el enfado, la sorpresa, la frustración o alegría.

Esto invita a que el público, sorprendido o desconcertado, se sumerja a través de una fábula algo intrincada y oscura que, salvo fugaces episodios idiomáticos (una rara conjunción de español, inglés y francés que se entiende buscaba complacer el entendimiento del poco texto utilizado), resulta disfrutable y que, como en todo circo, no se sujeta a códigos verbales ni estándares de edad.

Tras una presentación al estilo del film noir de los años 30, “The elephant in the room” presagia un asesinato en ciernes. La elegante escenografía (un sofá mediano, un armario de madera y luces que iluminan oblicuamente tres cuadros con personajes de gesto solemne) nos sitúa en 1937.

Sucede que Betty (Lolita Costet en un papel impredecible y misterioso) se ha recluido en la estancia de fumadores aburrida, quizá, de su lujosa boda. ¿Qué ocurre en la fiesta que obliga a esta bella dama a alejarse de la noche más feliz de su vida? La tensión que existe entre ambos ambientes seduce la imaginación.

Mientras la audiencia intenta descifrarlo, ella planea envenenar a su marido (el temperamental y fornido Yannick Thomas) sin motivo aparente. De inmediato, aparecen otros dos hombres. Mr. Chance (Philip Rosenberg con un personaje coqueto), un norteamericano galante y, al parecer, cercano a la novia. Y, aunque pareciera cliché, también está un mayordomo algo despistado (el divertido Gregory Arsenal), que aporta momentos de humor insoslayables. Con estos deliciosos personajes y móviles difíciles de adivinar, la directora instala fácilmente un desconcierto que parece no agotarse en un acto de 75 minutos.

 

SEDUCCIÓN

Erotismo a contraluz.

La fábula deja su lugar en varios momentos a la milimétrica faena acrobática de los artistas. Ahí, Silou y compañía despliegan una exploración del cuerpo libre de prejuicios y cargada de erotismo al punto de que las pinturas, inicialmente solemnes, se desnudan como si fuera un bodegón sugerente.

Esta idea juega de forma individual y con perversa sensualidad en la escena del maniquí clavado en el sofá o en el baile de las lámparas colgantes; y con mayor vistosidad, al fusionarse colectivamente como un ente con funcionalidad física y autónoma, como en la exigente exhibición en torno al mástil chino.

Costet, Thomas, Rosenberg y Arsenal realizan una performance inolvidable. Si bien cada episodio guarda un espacio para su lucimiento personal, el despliegue colectivo es magnífico. La música original (notable trabajo de Alexandra Stréliski) los acompaña con calidez cómica y oportuna tensión acrobática, al compás de la obertura “La Urraca Ladrona” de Gioacchino Rossini, que combina ballet con inquietantes maromas, o de “What now my love” cantada por Frank Sinatra, y que sirve de perfecta transición para su elipsis narrativa: el desenlace del esperado crimen.

El humor es otro de los altos valores de esta propuesta circense. No solo trabaja silenciosamente desde el teatro físico —slapsticks bien situados—, sino que emplea la premisa del desconcierto inicial y las ágiles resoluciones para causar una risa sorpresiva ante situaciones imposibles o inesperadas.

“The elephant in the room”, la risueña puesta de Cirque Le Roux, sedujo hasta el asombro por su dinamismo pulcro y orquestado. Una delicatessen de cuerpos plásticos y vibrantes que no temen agitarse en una encumbrada viga o en el fondo de dos copas de burbujeante champán.

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