EN LA CALLE, MÁS LIBERTAD QUE EN CUALQUIER PARTE
Jorge Acuña es un independiente total. Sin local, sin compañía, sin nada más que su persona, este egresado del Instituto Superior de Arte Dramático ha conquistado al público de la calle a través de dos años de esfuerzos. Todas las tardes, de 3 a 6 p.m., en la plaza más concurrida de Lima, introduce a miles de espectadores a lo que es el teatro, y luego, representando anécdotas eminentemente vigentes, les hace ver para qué sirve el teatro y cómo el teatro es algo propio e integrado.
¿Cómo fue al principio?
Al principio era bravo, era bravísimo, hermanito. Yo estaba temblando, no te imaginas, porque es como que te sacan del teatro, del calorcito de esas cuatro paredes y te plantan ahí, desnudo, en medio de la plaza y estás que te mueres de miedo.
¿Miedo a la policía, que te fueran a botar?
No, hombre, ¡al público! Porque no sabes, pues, cómo va a reaccionar y hasta te da vergüenza pedir un poco de plata. Pero ahora ya no, ya no hay problema. Uno se acostumbra, y ya también la gente sabe, uno se hace de amigos. Hay gente que viene siempre, otros que vienen, pasan un día, y después los veo al domingo siguiente con sus mujeres, con sus hijos y amigos, ya se han pasado la voz. Trabajo todos los días, casi, salvo cuando tengo algún compromiso especial con algún sindicato, escuela, algo así. De 3, más o menos, a 6, por ahí, según cómo ande la cosa. El público responde pero todo tiene su técnica, tú no te imaginas. Al principio era bravo, todo me temblaba, no sabía por dónde empezar, cómo hacer para pasar el sombrero, cómo hacer todo. Pero te habrás dado cuenta, ya tengo mi estilo, ¿ah? y una forma, todo tiene su forma, que se va encontrando poco a poco. Al principio, hace dos años, no hablaba, por ejemplo. Me maquillaba, me vestía y hacía no más el mimo. Pero después me di cuenta de que tenía que hablar y ahora ahí ves: cuento cuentos, hago el mimo y hasta reparto esas hojitas que tú has visto, con esos cuentecitos de cosas que se me ocurren. Espectáculo completo, pues, con mimo, con narración, con lectura, de todo un poco. Y no te creas, a la gente le interesa, yo reparto esos papelitos, todos se lo guardan y se lo meten al bolsillo, ni uno aparece botado por ahí. La plaza queda limpiecita. Y son como mil, pues, mil y tantas personas al día, porque, ¿cuántas hay en un metro cuadrado, seis, cinco? Y es un círculo bien grande, tú lo has visto.
¿Qué es lo que más le gusta a la gente? Porque hoy preferían siempre…
Siempre es así, siempre prefieren “El gamonal”, y siempre prefieren “El cura oyendo la confesión”. Ese otro, el que les doy a escoger, “Las travesuras del niñito”, ese hace como meses que no lo hago nunca. Ya ni sé cómo es porque el público siempre prefiere “El gamonal” o “El cura…”. Ahora, claro, hay una cosa, y es que ellos ni se sueñan, por supuesto, que yo voy a hablar bien del gamonal o del cura. Es que el pueblo se siente identificado con estas anécdotas y le gusta ver así al gamonal y al cura. Es como una revancha, como una pequeña venganza el poder reírse un poco del gamonal o del cura, aunque sea de a mentiras.
También lo que cuentas de la leche y de los ratones, eso…
Pero claro, pues hermanito, eso me pasó a mí, son estampas de la vida real, es todo la pura verdad, aquí los ratoncitos de los experimentos se toman la leche, pero los obreros que los cuidan no tienen para el desayuno. Yo eso se los digo y como la gran mayoría lo ha vivido, impacta, pues hermano. Eso es bueno.
¿Te hicieron una campaña para que te botaran hace poco, no?
Un periódico, es decir, un periodista no más principalmente, que seguro no me quiere, pero a mí lo que me interesa es el público y ese sí me quiere, tú lo has visto. Si te fuera a contar la de incidentes que se me han armado aquí cuando han venido a botarme, pero esa era hace años, ahora ya me dejan tranquilo, tengo un permiso del Prefecto, los guardias me conocen, se paran a mirar, también les gusta, también aprenden algo de teatro. Los guardianes también, cuidan no más que la gente no se suba al monumento, pero me dejan tranquilo. Y la gente de la plaza, tú sabes que hay gente que prácticamente vive en la plaza, viene todos los días, ya la Plaza San Martín uno se a llega a conocer y ya es como el hogar de uno.
¿Cómo un teatro?
Sí, pero no, porque es plaza, pues, hay libertad. El público se queda si le interesa, si no se va y nadie se da cuenta. Más libertad que en cualquier sala de cualquier parte. Los que se quedan se quedan porque quieren; hay gente que se queda las tres horas, pero hay ciclos de como media hora, se va renovando el público cada cierto tiempo.
Pero ya no tienes miedo, ¿no?
No, ya no, ya no hay ningún problema, hermanito. Aquí estoy yo todas las tardes y público hay, o sea que…
Pero tu público ha ido aumentando, a pesar de que…
Ahí tienes tú que todo es cuestión de calidad, porque al principio sacaba apenas para un café, y todo era igual, es decir, en la misma plaza y la gente miraba si quería y daba lo que quería igual que ahora. Y yo estaba vestido igual que ahora pero la función era distinta, seguro no interesaba, no cautivaba, la gente se paraba medio minuto y se iba. Ahora se paran y se quedan hasta el final, y eso porque ya aprendí, pues, después de dos años ya aprendí cómo es la cuestión. Solito, porque nadie me ha enseñado ni nadie me hubiera podido enseñar. Pero ya aprendí y ya hay un público, y ya hay gente que viene siempre y me conoce, y ya todo el mundo sabe que hay un Teatro de la Calle todos los días, de tres a seis, en plena Plaza San Martín. Pero me he demorado dos años, pues, pero qué importa. No importa, hermanito, así tenía que ser.
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