EL SUFRIMIENTO EN TIEMPOS MODERNOS
Escribe Paloma Gamarra
Una mañana radiante. Un consultorio. Así empieza todo. Lisa está sentada frente a una doctora y preocupada se pregunta qué le pasa a Tony, su novio, a quien le cayeron veinticinco tomos de historia desde un segundo piso, haciendo que, sin ninguna explicación lógica, todos los hechos, memorias y testimonios escritos ahí, se mantengan como la única información valiosa en su cerebro.
Las voces en su cabeza, las palabras que ve en su interior, le generan angustia y dolor. Sin embargo, los avances tecnológicos en neurología –que se supone habrán de salvarlo– no lo convencen. Quiere hacerlo a su modo. Necesita encontrar por sus propios medios la fórmula para que esas historias se vayan, pero mientras más tiempo pasa, más empático se vuelve con ellas. Y a nadie más parece importarle. Solo a él. Ahora sí.
El director Jorge Villanueva, acostumbrado al montaje de historias germanas con su grupo Ópalo, decidió que esta obra, basada en la creación homónima de Lukas Bärfuss (Suiza, 1971), presentaba todas las características necesarias para ser la prueba final de actuación de este grupo de jóvenes que debía cruzar la delgada línea que divide el estudio y la profesionalización de la actuación.
Pero dentro del sinfín de posibilidades, ¿qué hizo que Jorge escogiera este texto? Para él, que ha trabajado cinco años en el Goethe Institut, viajado a Alemania en varias ocasiones, incluso tenido cercanía con autores de ese país, no le era ajeno el estilo. Sabía bien que podía construirse, desde la exigencia del montaje, algo de valor tanto para sus alumnos como para el público.
“Es sorprendente cómo esta nueva dramaturgia llega a conectar tanto con distintos temas que encajan con nuestro propio tiempo y sociedad”, explica Villanueva. “Es un material que yo ya conocía y para este montaje final, en el que buscábamos una obra meticulosa, “Veinte mil páginas” me pareció la indicada”.
De esta forma, las ideas de Bärfuss se pusieron al servicio de un elenco novato y un público que, poco a poco, se va alimentando de otras culturas para razonar sobre la modernidad, el rol de la memoria en tiempos líquidos y lo fácil que resulta vender el sufrimiento ajeno a las generaciones caracterizadas por el consumismo y la indiferencia.
MINIMALISMO ESCÉNICO
Con un estilo minimalista, y apoyándose en recursos multimedia, Villanueva continúa en la ruta de la modernidad no solo como temática central de la historia sino reflejándose también en la forma en la que el espectador lo asimila. Aplicando el “menos es más”, nos presenta un montaje en el que no hay un solo objeto sobre las tablas que no tenga un propósito, son escasos, pero son los necesarios. Una mesa, un par de sillas. Las vemos brevemente y luego desaparecen para dejar a los personajes desnudos con sus discursos.
Hay un trabajo en la composición, en las proporciones de los objetos y las personas, incluso entre los personajes y las réplicas de esos personajes. El primer acto empieza con el escenario simétricamente partido en dos. Tres mujeres interpretan a una psiquiatra y otras tres, a Lisa. Cuando habla una las otras dos callan, pero pasados algunos diálogos, las demás también intervienen. Este recurso también se aplica con el personaje de Tony.
La necesidad del director de encontrar un camino en el que todos los alumnos participasen y fueran igualmente importantes en el desarrollo de la historia (tomando en cuenta que esta tiene pocos personajes principales), es el origen para el mecanismo con el que funciona el espectáculo: prefirió repartir los papeles para evitar que el peso escénico recaiga solo en algunos.
“Desde mi punto de vista, que algunas figuras se repitan, alimenta al alumno. En primer lugar, no se sienten solos y, en segundo, eso les permite ver cómo su personaje está en el otro, comprenden cómo, desde el silencio y la observación, se puede estar igualmente inmersos en ellos. Creo que ese es un excelente ejercicio”, afirma el director. La dinámica se completa cuando en la siguiente función todo el elenco rote de roles.
MEJOR NO HABLEMOS DE MEMORIA
Parece lejana la idea que Suiza tenga algo en común con nuestra sociedad, pero Villanueva asegura que es una obra con la que fácilmente podemos identificarnos. Es decir, la guerra, la violencia y la memoria, no son problemáticas distantes. Por el contrario. Y ello facilita el vínculo del espectador.
“Sufro, por el que no sufre”, es uno de los diálogos de mayor impacto porque nos habla de la indiferencia, del olvido. Vemos a un héroe de guerra, viejo y desterrado, un hombre al que Tony recurre por ayuda, y al verlo, en el exilio, siendo un muerto social, lo reconoce, dejando de ser un personaje anónimo, como lo es para el resto. El giro temático llega al presentarnos al opuesto perfecto: un hombre que sobrevivió y que exige ser olvidado, que no quiere saber nada con su pasado.
“Muchos discursos de la memoria hablan por el desaparecido, por el subalterno. Pero la obra lo descoloca todo con este personaje que se niega a ser recordado. A veces es así, le damos voces a los que ya no están cuando estos hubieran preferido que no se hable más de ellos”, reflexiona.
¿Entonces qué se supone que debe hacer la sociedad? La nuestra, por ejemplo, llena de ‘Tonys’, de hombres y mujeres pertenecientes a una generación postconflicto que exige preservar la memoria, pero que, a la vez, también quisiera olvidar los horrores del ayer. ¿Dejamos el pasado en el pasado o nos aferramos a la historia para que esta no se repita?
Hay, tal vez, una tercera salida. “La obra tiene un discurso científico y está muy relacionado al progreso. Las sociedades que progresan son las más consumistas, es parte del futuro; y esto aplasta otros aspectos humanos como los vínculos, la historia, y también la memoria”, asegura el director.
La ciencia es la salida que elige Tony. Regresa resignado al psiquiátrico y se pone a disposición de los médicos en un tratamiento experimental. Veinticinco libros que en total equivalen a veinte mil páginas volverán a caer sobre su cabeza desde la altura de un segundo piso, pero esta vez con algo más útil que la historia: idiomas, gastronomía, conocimientos técnicos, empresariales, etc.
Cuando la operación finaliza, Tony no recuerda nada del pasado, es un hombre libre de su historia, y con ello, exento también de su identidad. La pérdida de esta no tiene importancia, porque será alguien nuevo. ¿Será mejor? Esta, quizás, es la última y gran ambigüedad de “Veinte mil páginas”: para asegurar el futuro necesitamos el progreso y con ello, dejar atrás el pasado. Esta obra nos alerta que pronto nos embestirá el tiempo y tendremos que elegir entre estar dispuestos a dar el alma por el incierto porvenir o mantenerla alimentada tan solo de recuerdos.
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