UN GATO LLAMADO PERÚ

¿Qué pueden tener en común un gato techero, un gato de mercado y un gato de casa? Exacto: todos son gatos. La obvia deducción parece a veces escapársenos cuando de personas se trata. “Gato de mercado”, la obra familiar escrita por Gimena Vartu y dirigida por Willy Gutiérrez, llega para recordarnos que las diferencias pueden ser sinónimo de unidad. Más cuando vivimos en un territorio lleno de ellas. Perú, al igual que las personas que lo habitan, está repleto de matices; diferencias que, al estar frente a ellas, debemos tomar la decisión de abrazarlas o repelerlas.

UN GATO LLAMADO PERÚ

Escribe Paloma Gamarra

Hay desorden. El típico desorden de mercado. Gritos de vendedores atrayendo clientes, carritos de mercadería siendo arrastrados; música de radios distintas fusionándose en el aire; ritmos de chicha, cumbia, rock, están armónicamente combinándose a lo lejos; animales sin dueño yendo de un lado a otro. Y esta vez el primero en aparecer no será un perro sino un gato. Felino familiarizado con comerciantes y clientes. Todos lo conocen y la mayoría lo engríe con pequeñas pero significativas acciones, como invitarle una cabeza de pollo, trozos de carne, fruta chancada y, a veces, una caricia que le haga sentir que se preocupan por él, que existe para alguien.

En el mercado en el que reside este gato hay colores fosforescentes que circundan a Meche, Lula y Miguel, vendedores amigos que diariamente llegan temprano a La Parada, que es desde donde traen la mercadería. Una tiene la papita, otra el pollo y otro la carne. “Para el lomito saltado”. “No, mejor para el pollito al horno”, bromean entre ellos. Una vez abierto el quiosco se preparan para recibir a los clientes, atrayéndolos con los populares cánticos de “venga caserita”, “qué te atiendo, papá”.

Pero lo que nuestro gato quiere, su ‘tesoro’, se ha alejado del mercado y debe salir a buscarlo, encontrándose con dos personajes claves para su redescubrimiento. Y de paso, el nuestro. Cuando el personaje que interpreta Miguel Vergara, el gato de mercado, sin nombre, sale en busca de su tesoro, nos muestra una Lima sobrepoblada, recorremos junto a él las casas en los cerros, aglomeradas, casi una encima de la otra. Y en los techos de estas, por donde se mueve, busca algo, alguien.

 

ESCALA DE GRISES

Una niña será quien unifique el sentido de lo que buscan estos gatos.

Lo que se encuentra, en principio, es un gato que vive en un techo. Un gato techero. Va vestido con jeans rasgados y casaca de cuero, ama el rock y odia a los humanos. Ernesto Ayala da vida, con estilo y rebeldía, a un típico chico malo. Él vive de lo que cree que es su libertad, el no tener un nombre le da poder, lo hace sentir superior. Su vida transcurre en lo más alto de Lima. Una vista privilegiada de todo lo que representa nuestra capital.

Sin embargo, la libertad del techero roza con la soledad y al conocer al gato de mercado recuerda lo bien que viene tener amigos, sin importar que este venga de “más allá”, de unos pisos más abajo. No importa seguir tratando de definirlo. “Demasiado limpio para ser techero, pero demasiado sucio para ser casero”, le dice inspeccionándolo. Y el gato de mercado queda en un limbo social, en medio de la jerarquía gatuna (humana).

Cuando los dos gatos están frente a frente es fácil ver qué los diferencia y, aun estando a centímetros, puedes percibir la brecha que los separa; no obstante, ellos aplican el “mientras más, mejor”. Y así lo hacen. El gato techero expone toda su experiencia callejera para guiar a su nuevo amigo hacia un destino que por ahora desconoce.

Cuando ambos gatos descienden un poco se encuentran con un vecindario con clase, refinado y pulcro, sospechan que es de esos lugares en el que es mejor andar de puntillas, pero son pillados. Fru-Fru —interpretada por Katya Castro— los atrapa. Pero es ella una gata de casa. Aunque con un nombre ridículo y el atuendo a juego, está ansiosa de aventuras. Si algo la limita a salir es el confort de su hogar, el cariño a su ama y, por supuesto, la comida que no falta.

Entonces el panorama está casi completo. El gato de casa, el del mercado y el techero se han conocido. Y el del medio ve, por un lado, la libertad del techo y en el otro extremo, la seguridad de una casa. Y se cuestiona: ¿se puede tener ambos?, ¿pueden aceptarse siendo tan distintos el uno del otro?

 

IDENTIDAD HETEROGÉNEA

Mucho color para demarcar parte de las identidades diversas que conforman la Lima de hoy.

Ahora amigos, juntos desafían la norma y entregan sus diferencias al bien común. A la búsqueda del tesoro. El acuerdo es considerar las diferencias como algo positivo. Utilizar aquello que puede fraccionarlos en su unidad. Cuando por fin los tres reconocen el tesoro del tanto hablaba el gato de mercado, se encuentran con un último personaje: Chiara Brandon. Ella es la niña, el tesoro que simboliza el punto medio perfecto, libertad, amor y seguridad. No es dueña del felino, pero eso no le impide quererlo y protegerlo.

Así, la obra no tiene la intención de ser un espacio aleccionador, pero sí se percibe el compromiso con su público, con el que trabaja conjuntamente para que la historia de paso al debate, a la reflexión. Genera, a su vez, otro espacio en el que grandes y chicos aterrizamos y analizamos quiénes somos en la obra, si te identificas con un gato techero o casero, con ambos o ninguno, y cómo eso que ves sobre las tablas parece, a fin de cuentas, un paralelismo de la sociedad.

Quizás para el niño no sea tan revelador porque aún tiene la mirada incólume, pero a través del teatro está siendo inculcado para que su generación aprenda que no debe juzgar, que las diferencias no dividen. Sobre todo, en un país como el nuestro donde son tantas. En este contexto cobra todavía más sentido asumir, finalmente, que se puede vivir entre los matices, que las etiquetas de raza nos quedan cortas. Hemos llegado a un punto en el que la identidad del peruano representa muchas identidades a la vez.

El poder que tiene la cultura para recordarnos esto es fundamental. Durante años hemos leído y aprendido sobre zonas rurales y urbanas, costa, sierra y selva; es decir, hemos sido educados en la segregación. El teatro está para demostrarlo sencillo que es unificar. ¿Por qué no lo hacemos, entonces? Podemos compartir la identidad de la comida, del fútbol, enorgullecernos de eso mientras que en otros ámbitos nos falta tanto. Quizás la identidad del Perú sea la heterogeneidad de estos tres gatos. ¿Por qué tendríamos que elegir solo uno?

 

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Datos:

  • La obra está por la Asociación Cultural Camisa de Fuerza
  • Está inspirada en el libro homónimo de Christian Ayuni.

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