EL DESTINO DE LOS AMORES CONTRARIADOS

La compañía colombiana de teatro de títeres Fantoches y Monalisas cumple un mes de gira por Lima con su obra "Canturrio de amor".

EL DESTINO DE LOS AMORES CONTRARIADOS

Esta frase -con la que Gabriel García Márquez va dando inicio a su célebre “El amor en los tiempos del cólera”- describe con esmero la relación de Rogelio y Carmen, una pareja de títeres en gran formato que, tras setenta y cinco años, deciden casarse y vivir juntos. Con “Canturrio de amor”, la compañía colombiana de teatro de títeres Fantoches y Monalisas cumple un mes de gira por Lima. Cuzco, Arequipa, Tarma y Ayacucho son sus próximos destinos.

Escribe Inés Bahamonde

A oscuras, La Muerte vestida de velo guinda hace su lenta procesión entre el público. La luz de un candelabro colgado en su mano nos permite mirarla a los ojos solo para cerciorarnos de su presencia, de su búsqueda, de la duda que siembra: ¿viene por uno de nosotros?

No. Esta noche la temible señora llega para llevarse a Rogelio, un anciano de campo que tras 75 años y venciendo “esta cobardía de mi amor por ella” consigue pedirle matrimonio a Carmen, su eterno amor contrariado. La también pueblerina anciana, aunque incrédula en principio, acepta de agrado total la proposición. Ella también estuvo impedida por años de concretar palabra verbal alguna hacia Rogelio: todo lo que alguna vez hubiera querido declararle lo guardaba con sigilo en una cajita que lleva por doquier, “como un tesoro”, colmada de las cartas de amor que para él escribió.

Pero Carmen ha desaparecido en la ciudad. Será a través de la búsqueda que realiza Rogelio (que más que a Romeo nos recuerda a un Doctor Juvenal Urbino, protagonista de la novela de 1985 “El amor en los tiempos del cólera”) que los recuerdos aparezcan; recuerdos que sirven de perfecto disparador para tratar una serie de temas anexos a la realidad latinoamericana. Desde la crítica del actual orden social hasta la pérdida de reglas de urbanidad y convivencia, el desvanecimiento de Carmen existe para hacer un símil con la larga lista de desplazados y desaparecidos que hasta hoy se cuentan en el continente. “El Maquiavelo ese escribió que ‘El fin justifica los medios’, pero para mí que ahora son los medios los que justifican a los gobiernos”, dirá Rogelio con la sabiduría de sus años, envuelto en una maraña de amarillentos y viejos titulares.

MORTUORIO
Se trata de una muerte apátrida a pesar de sus coqueteos con el tango y las corridas de toros, una muerte de todas las naciones pero rechazada donde sea que se pose. Su autoridad se hace presente generando dos momentos claves en el desenvolvimiento de la obra. El primero de estos, que resalta el miedo a la misma, el hartazgo y la imposibilidad de continuar una vida sin amor, es representado cuando este viejito de poncho y sandalias de caucho se descubre cansado y sin su Carmen ante el llamado de “la huesuda”. Se deja morir porque cree que Carmen también lo está.

Pero esta aparece y con ella la esperanza. En esta segunda instancia la senil pareja es arremetida por un afán desenfrenado, casi juvenil por recuperar el tiempo, su tiempo. El temor no existe. Juntos deciden hacerle frente a la muerte. Vivir cien años más es su nueva consigna/conquista. Y es que como diría el Nobel en la novela supracitada: “es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites”.

TEATRO DESDE EL TEATRO
Si algo resalto de esta puesta sobre otros espectáculos de títeres, es el componente metateatral del que está dotado. Sucede que también forman parte de la historia una cabra y una oveja negra, dos personajes que se saben al servicio de la ficción y que, como tal, no ocultan su naturaleza de enganche secuencial para los sucesos acontecidos. El dejarlo notoriamente establecido le permite a los titiriteros explorar sobre anécdotas que dinamizan la puesta. Tal es el caso de la Oveja Negra, que lo es tal porque fue el único cordero de la familia que decidió ser artista multidisciplinaria y que hoy se ve forzada a disfrazarse de vaca para poder ayudar a Carmen a contar su juventud en las praderas colombianas.

La Cabra, aunque afable, posee un rol importante ya que inserta en la mitología satánica que desfavorablemente la acompaña, es la única en el mismo plano capaz de enfrentar a La Muerte la primera vez que trata de llevarse el alma de Rogelio. Su sino como símbolo del infierno la empodera casi sin saberlo, dándole el coraje del que carece el protagonista, salvándolo.

TODOS SOMOS PROVINCIANOS
A pesar de las similitudes encontradas, Felipe Rodríguez Wilches, director y titiritero de Fantoches y Monalisas, niega que «El amor en los tiempos del cólera» sea el punto de partida para la construcción de “Canturrio de amor”. “No lo fue pero la novela fue llegando a nosotros de alguna manera. Pero Macondo sí es una presencia fuerte no solo en este canturrio sino en todas las zonas latinoamericanas donde hemos estado. Sucede que las historias de amor longevas son muy propias del departamento de Boyacá, de donde nosotros venimos”, me dice con su amable dejo.

El joven grupo, con tres años de formación, está ahora en su segunda gira internacional. El año pasado lo acogieron países como Ecuador, Argentina, México. La ruralidad es otro de sus componentes característicos (rápidamente apreciable en la vestimenta de sus muñecos), razón por la cual la identificación con su público se logra naturalmente donde sea que vaya. Así, Fantoches y Monalisas tiene como eje central de su práctica la construcción de identidad, la difusión de la cultura e historia latinoamericana y la reconstrucción desde la recuperación de relatos orales. Su teatro de objetos, siempre en gran formato, les permite amalgamar el arte escénico a otras disciplinas como las artes plásticas, la música y la danza.

La gira «Cosechando 2015» está centrada en Perú. En Lima estuvieron dictando el taller de construcción y animación de títeres y actuando en la 20 Feria Internacional del Libro de Lima (FIL), en el Museo de Arte de Lima (MALI), en el Centro Cultural Peruano Japonés, en la Universidad Tecnológica del Perú (UTP) y en la Casa Espacio Libre, donde hoy harán su última función. Tras ello partirán a Cuzco, Arequipa, Tarma y Ayacucho.

A Felipe lo acompaña la titiritera colombiana Liliana Vega, y la cuentacuentos peruana Mariela Cabrejos en la producción y técnica. Los dos primeros prefirieron dejar el formato de títeres tras el típico retablo para darles vida con sus cuerpos. Se trata de titiriteros que no se escoden (a pesar del traje negro) sino que tanto su presencia escénica como su forma de animar los muñecos enriquecen el relato, colmándolos de detalles que completan la personalidad del personaje que cargan.

A pesar de la destreza de su técnica corporal y vocal, el montaje podría potenciarse si ambos actores se esforzaran por mantener el orden y la limpieza escénica. La cajita de tesoros de Carmen estorba en más de la mitad de la obra, pudiendo esconderse tras las patas o recolocándose en el proscenio o en el fondo. Lo mismo que los montones de periódicos: tras su función primordial (la desaparición de la protagonista) entorpecen la acción. Otro aspecto a mejorar son las transiciones temáticas puesto que el paso de recuerdo a recuerdo tiende a ser algo forzado en algunos momentos.

Así, “Canturrio de amor” revalora el arte de una técnica poco apreciada como la del titiritero, un actor-creador en todas las aristas del término, creador de su texto y su instrumento. Y aunque esta historia no encaje con exactitud como títeres para adultos, nos invita a reconectar con nuestro pasado que sigue siendo presente, nos invita a preguntar a nuestros abuelos sobre su romance, a vivir sin importar los años, a observar y criticar, pero, sobre todo, nos invita a no olvidar “porque –como diría el afamado escritor de Aracataca- las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.