ADIVINA QUIÉN

Si es este un mundo de Yagos, ¿quién es Otelo, entonces? Este cuestionamiento –que además titula la más reciente obra de Franco Iza– es la idea central de este segundo montaje del colectivo Del Bardo, fundado hace ya tres años junto con su padre, el actor Miguel Iza, y que tiene como inspiración la obra de William Shakespeare. ¿Por qué seguir montándolo cuatro siglos después? Porque tienen como objetivo buscar una conexión con la sociedad y política peruana que no resulta tan distante a la realidad.

ADIVINA QUIÉN

Escribe Paloma Gamarra

La habitación teñida de rojo y nueve personas vestidas iguales, solo de negro, quietas y en silencio. Rodean la sala en una actitud vigilante, esperan a que el público se termine de acomodar en sus asientos y entonces, como soldados, se retiran de escena. Ocho de esas personas son mujeres. Cuando reaparecen solo hay tres de ellas, una vez más todas iguales. ¿Son la misma? ¿Son el mismo?

Estamos en Perú de los 2000, dentro de Palacio de Gobierno y dos personajes claves para entender el juego que aquí ocurre: un asesor político, quien desde las sombras va ambicionando cada vez más el puesto del presidente, y este, el hombre que da la cara, dispuesto a lo que sea por mantener su camuflada dictadura. A estos se suman dos roles más: la enemiga del asesor y la cómplice. La primera es la hija del presidente, heredera del trono y quien mayores sospechas tiene de él; y la segunda, la secretaria, cuyos sentimientos la harán vulnerable a las tácticas engañosas de su jefe.

Aunque son cuatro los personajes principales, durante la función los vemos triplicados y hasta cuadruplicados. “Se juega con la idea de la persona que muestras y la persona que eres”, nos dice Franco Iza, quien además de director es el dramaturgo de “¿Quién es Otelo?”. “Es que se volvió muy coherente con la idea central de la historia”, insiste e irremediablemente invita a pensar en el diálogo de uno de los personajes: “¿cuántas caras componen a una persona?”

Este estilo se ha venido forjando en Del Bardo puesto que las obras de Shakespeare les han servido para reforzar el concepto de colectividad, buscando siempre apoyo en el grupo, en el compañero. Esta vez su colectividad está conformada casi en su totalidad por mujeres.

“Ellas son la promoción que se graduó en julio pasado. Al principio había tres hombres, uno se fue al finalizar el primer nivel y el otro viajó. Nos quedamos entonces con un grupo de actrices y un solo chico. Era lógico que todas hicieran papeles masculinos y él, uno femenino”, afirma el director. Y aunque puede sorprender el contraste de ver a un joven alto y fuerte entrar a la habitación pisando decidido, vestido de falda y collar de perlas, ello queda relegado porque serán las acciones las que determinarán quién es quién.

Lo que facilita al público el entendimiento del código es que los personajes están construidos en base a una serie de características físicas muy definidas, permitiendo que cualquier actor pueda recrearlo sin generar confusión. La utilería precisa (como los lentes del asesor o la banda presidencial) será también determinantes para acentuar la uniformidad del grupo sin perder la esencia de intriga que tiene la historia.

 

ARTISTAS DE LA MANIPULACIÓN
Desde la muestra de alumnos realizada en el Cine Olaya, este espacio peculiar supuso una distribución distinta, retando al director. Así que cuando llegaron a la Casa de la Juventud para la temporada oficial notaron que el lugar también comunicaba: una tarima, tres lámparas verticales en el centro, fueron elementos que, en lugar de suponer un obstáculo, se incorporaron a la historia y contribuyeron a los objetivos de esta.

“Toda la propuesta del diseño de luces la hizo Miguel (Iza, su padre) partiendo de las tres lámparas que son el foco del momento inicial y final”, explica Franco. “Luego, basándose en la idea del personaje de Montesinos, que siempre está oculto en las sombras, quiso que pase lo opuesto en los demás, que están más iluminados, más expuestos”.

Parte del acierto del montaje es el cuidado que se ha puesto en todos los detalles en este –como ya mencionamos– espacio no convencional para hacer teatro. Hay mucha atención también en la música, en la zona por el que transitan las actrices y en la ubicación del público. Para Franco, esto último, era indispensable para el desarrollo de la historia. La actitud del espectador no solo podía ser expectante, sino que tenía que ser parte de lo que ocurre, de los engaños y traiciones.

Desde el primer momento, te obligan a mirar a muchos lados a la vez, no quieres perderte de nada porque cada detalle importa. Pasa mucho que durante una escena de pronto todo se pausa y el asesor te habla directamente, te cuenta sus planes, revela de a pocos sus verdaderas intenciones y no sientes que te están explicando la lección, sino que tiene que ver con la intriga, porque ahora tú también sabes el gran secreto, lo que realmente es.

“Es un estilo que también usa Shakespeare”, admite el joven dramaturgo, “que tiene que ver con engatusarte, asustarte, hacerte cómplice del personaje; le da dinamismo en cuanto te muestra una parte y luego resulta ser otra, aumenta la intriga”. El desciframiento de esta serie de confabulaciones y mentiras contagian un sentimiento que era popular en la época retratada: el deseo de gritar lo que sabes y el miedo que acongoja por siquiera saberlo.

 

JUEGO DE TRONOS
El teatro puede ser muy político, aún más si de Shakespeare se trata. Quizás a primera vista Otelo no represente el juego de poderes como por antonomasia lo es Macbeth. Pero él lo vio. La eligió porque le fascina. Pero en el camino fue hallando conexiones que hoy son el núcleo de su obra.

“Macbeth, por ejemplo, tiene personajes protagónicos que son cegados por el poder. En Otelo también están, pero está en una figura que viene detrás, que no da la cara y eso encajaba, funcionaba mejor para este mundo en el que no sabes quién es quién, no sabes quién es Otelo”.

Y sembrar la duda de no saber quién es quién, es un juego corriente en nuestra política, sea del 2000 o de hoy. Para dejarlo aún más claro, el asesor se acerca a un joven en el público, le dice si conoce a la persona a su lado, ¿sí?, ¿no? Da igual, porque si él le dice que esa persona quiere hacerle daño empezará a dudar, lo puede negar, pero esa duda ya está ahí y de acuerdo a las acciones del otro crecerá o desaparecerá.

Han pasado casi veinte años del develamiento de la mayor podredumbre de corrupción por la que hayamos atravesado como república, sin embargo, la traición y manipulación siguen vigentes. Afortunadamente Franco no teme hablar de ello, su obra expresa, hasta con cierto cinismo, sus percepciones sobre la política. “Nunca he sentido de manera tan clara que tengo una postura y en mi trabajo eso sí sale. Puedo defender lo que creo que es justo, señalar lo que creo que está mal, intentar cambiar el mundo por más idealista que parezca.”

“¿Quién es Otelo?” es uno de esos intentos por cambiar el mundo, pero con más urgencia, cambiar primero el Perú, Lima, nuestra política. Intenta sembrar ya no la duda, como sus personajes, sino el interés por lo que ocurre en nuestra sociedad, querer involucrarse, ser consciente que la época del miedo terminó y que la única manera de evitar su regreso es conociéndola. Para eso también está el teatro.