INVENTANDO RISAS
Escribe Paloma Gamarra
En el jirón Batallón de Ayacucho, una angosta calle de Barranco, se ilumina de un blanco fosforescente el letrero de Microteatro. Es ahí. Llegaste. Desde temprano, e incluso hasta recibir la madrugada, la antigua casona se llena de espectadores, bien en boletería, en los sofás del recibidor o en el bar. Pero en esta temporada, la improvisación se ha sumado como género estrella.
“Es un espacio tan reducido, y todo sucede tan rápido”, comenta Milagros Machi, mientras mira atenta cómo el público va moviéndose por todo el lugar, ayudándolo a entrar y salir de una sala a otra. “Pero creo que es eso lo que te obliga a explorar otros ámbitos, a llevar tu creatividad por otros caminos para sacar a flote lo que estás representando en ese momento”, explica quien ahora ha asumido la dirección de la escuela de teatro Espacio Alterno, fundada en 2012 conjuntamente con Ricky Tosso.
Al igual que con el formato de microteatro, microimpro también se construye en espacios de tiempo de quince minutos, siendo cada puerta la entrada a un universo particular y concreto del humor, con sus diversas variantes y temáticas. Pero, a diferencia de microteatro, los improvisadores construirán toda su narrativa a partir de los disparadores de imaginación que los asistentes brinden. Es decir, desde el escenario se soltará un atisbo de historia pero será el público quién brinde las claves, decidiendo cómo continuar y terminar. Que tan estrafalario, burdo, enigmático, divertido, romántico, se pueda volcar la historia dependerá de esa incógnita que representa el espectador.
MONOPOLIO DE LA FELICIDAD
“Cada función es diferente”, nos cuenta Isabel Falcón, directora de “Life: el juego de la vida”. Y aunque esta idea parezca ya un lugar común cuando se describe una experiencia teatral, aquí se vuelve un hecho fáctico por las razones ya explicadas. Por tanto, cada fecha de microimpro en realidad representa 25 estrenos ya que los relatos nunca devienen de la misma forma como sí sucede en el teatro.
Falcón se graduó de improvisadora en Espacio Alterno y encontró en este juego de su infancia la inspiración para su primera dirección. “Era pequeña y tenía el poder de avanzar por toda una vida en el tablero”, recuerda con cierta nostalgia, “pero el objetivo al final del juego es ser feliz y me di cuenta que esa felicidad la garantizaba una buena profesión, tener propiedades y mucho dinero; quise burlarme de todo esa imposición”.
Como en el juego de mesa, en esta obra hay una ficha roja y otra azul, interpretados por Margiori Machi y Luis Alonso Leiva. Lo primero que hace el público es elegir una de ellas y darle un nombre. En quince minutos verás a un niño crecer, llegar a la adolescencia y en ese momento crítico de su vida, las fichas volverán en sí, humanizándose para indicarle al público que es hora de jugar. Alguno de los asistentes podrá hacer girar la ruleta. Entonces el rumbo de la historia, al igual que la vida del protagonista, estará sujeta a lo que la flecha apunte. ¿Tendrá un fin exitoso o fracasará?
“Es la ironía de armar una vida en tan poco tiempo, pero también es una forma de comprender lo volátil que es la vida, la rapidez con la que ocurre todo y solo cuando estamos viejos y miramos atrás, lo entendemos”, afirma la directora. Pero en esta función como en las demás, no hay tiempo para mirar atrás, solo de disfrutar de cada cosa que va sucediendo.
CEDER EL CONTROL
Hay que aclarar que la técnica de improvisación también requiere mucho ensayo de la técnica y que la historia que se cuenta, por más que esté a merced del espectador, tiene una partitura a seguir; por tanto, también un porcentaje de acciones no improvisadas. Como en el caso de “Bendita seas María”. Con concursos y bailes coreografiados, Eduardo Pinillos y Rodolfo Pesantes invitan a su público, mayoritariamente conformado por mujeres, a pasar a disfrutar del show.
Es una competencia y el público, el jurado. En cada asiento hay un billete con los rostros de los actores para decidir quién lo hace mejor, al final, uno de ellos será el ganador y el otro cumplirá su castigo: hacer un striptease.
“¿Quieres saber cómo se me ocurrió esta locura?”, nos pregunta Eduardo, que además de actuar también la dirige. “Nació como otra idea en la que en lugar de desnudarnos el castigo era tomar licor. Lo hicimos un tiempo, pero ahora quería algo más arriesgado y decidí trabajar con el fracaso de nuestros cuerpos”.
En nuestra función iban empatados y aunque usualmente solo uno se desviste, el público siguió dividido cuando el momento del castigo llegó. Justicia manda y ambos se liberaron de toda ropa. La gente aplaudió, gritó. Y ellos lo disfrutaron. Creemos que ya no es más un castigo. Aunque, claro, nunca se sabe cómo reaccionarán en la próxima.
DRAMA, ME HACES REÍR
Una química similar se percibe con “Todo es una novela”, obra de Giacomo Benavides y Verónica Sosa, tanto en la dramaturgia como la dirección. La joven dupla se encuentra en una habitación decorada con una foto de la virgen de Guadalupe y un perchero que sostiene prendas, accesorios diversos.
“Uno de nosotros guarda un secreto, ¿quién quieren que sea?”, preguntan, y aunque la sala está llena, solo dos voces hacen eco: ¡Giacomo! ¡Verónica!, aclama una pareja, cada uno por un actor distinto, y se miran. “Yan ken po”, sentencia Giacomo, siendo él el ganador y, por tanto, el portador de un secreto.
Verónica coge un par de objetos y deja el espacio. Al principio hay un poco de silencio, pero luego las ideas sobre el secreto que se oculta comienzan a surgir: anorexia, diarrea, nerviosismo, entre muchas otras, pero Giacomo niega, hasta que escucha la propuesta de un joven: dos penes, dice; luego explica: uno regular y otro mutante. Giacomo sonríe. Reto aceptado.
Música dramática resuena en el cuarto y la actriz vuelve. Esta vestida con un uniforme de empleada del hogar, lleva también una peluca de un color rojizo y una entonación que nos recuerda a “María Mercedes”, “María la del barrio”, o cualquier papel melodramático de Thalía. Giacomo y Verónica ya no están ahí, lo que queda son dos personajes de Televisa burlándose de ellos mismos, una suerte de tributo a las telenovelas que nos obligaban a ver de niños, todos pendientes del drama de José Fernandito y la pobrísima María Algo. Porque la única manera de destruir los estereotipos es retratando su ridiculez.
“Jugaremos a ser los más grandes mentirosos y contaremos fantasías que el público va a sentir que son verdad”, fue lo que dijo Ricky Tosso cuando desde su escuela decidió darle un espacio a la improvisación, entendiendo que había que profesionalizar el estudio de su técnica. Hoy podemos ver que no solo son buenos mentirosos sino también bastante rápidos creando esas mentiras.
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