ADAPTAR DESDE LO BREVE

La directora Vanessa Vizcarra vuelve a abordar el universo infantil en “La pequeña niña”, junto a varios de los artistas con los que ya ha trabajado en este formato. Con música en vivo, algo de circo y manipulación de objetos, la historia plantea la aparentemente sutil diferencia entre no tener miedo y enfrentarlo.

ADAPTAR DESDE LO BREVE

Escribe Erick Weis

Llevar el contenido de un libro a un montaje escénico permite barajar una serie de posibilidades para cumplir con dos requisitos básicos: respetar la esencia del texto original y crear una adaptación suficientemente “teatral” como para que no caiga en la simple repetición frente al público. Sin embargo, cuando el libro posee poco texto, es ilustrado y está dirigido al público infantil surgen necesidades mucho más específicas para el trabajo de adaptación. A continuación, exploraremos cuál ha sido el enfoque que propone la directora Vanessa Vizcarra con su propuesta teatral “La pequeña niña”, obra basada en el libro homónimo escrito por el músico Luigi Valdizán e ilustrado por la artista plástica Beatriz Chung.

La actriz Daniela Baertl manipulando al títere de la pequeña niña.

A los pocos minutos de iniciada la obra, una de las características que puede causar cierta resistencia (por lo menos en el público adulto) es la decisión de que, justamente, la pequeña niña sea un ser inanimado: en este caso, un títere o muñeca articulable. ¿Por qué no estamos frente a una actriz? Mientras avanza, la obra va deslizando poco a poco la respuesta.

Si se revisa el libro en el que está basado el montaje, encontramos una serie de situaciones y características en las que la pequeña niña mostraba no solo valentía sino, además, cierto entusiasmo frente al mundo ilustrado en el que vive. Llevar este planteamiento al teatro, con un personaje central que parece estar en un estado de plenitud (la pequeña no le tiene miedo a nada), requería un giro que evite un montaje estático o meramente ilustrativo.

En la adaptación que propone Vizcarra, esta no es la historia de la pequeña niña, sino la de Alma (Daniela Baertl), Soledad (Camila Vera) y Victoria (MaCla Yamada). Este grupo de amigas, que está a punto de comenzar a jugar, se encuentra con un cuarto personaje, Jerónimo (Luigi Valdizán), un guitarrista que tiene vergüenza de saltar soga con ellas. A partir de la falta de decisión del muchacho, aparece la oportunidad de contarle (y contarnos) cómo ayudó a cada una la llegada de esta pequeña viajera que apareció, casi por azar, una tarde de juegos.

Así, lo que propone esta adaptación es utilizar a la figura de la niña del texto original como detonante para que, con su llegada, cada una de sus tres acompañantes pueda, en primer lugar, verbalizar el respectivo miedo para luego tener la ocasión de estar frente a él. Sin embargo, el ejercicio de afrontar el temor no lo hacen en solitario, sino siempre acompañadas de las otras dos y la pequeña que acaba de llegar. De este modo, enfrentarse a las alturas, al cambio, al desorden y al paso del tiempo resultan menos difíciles para las tres narradoras.

Camila Vera por los aires, en una secuencia de telas circenses.

Distintos recursos acompañan al relato. Resalta el diverso uso de sogas, la música (en vivo y en pista), la manipulación de objetos (incluida el manejo de la misma pequeña niña) y el circo (telas). De este modo, el contenido –que ha pasado de un simple repaso de situaciones en un libro a un relato concreto– logra un nivel adicional de dinámica gracias a la conjunción armónica de todos estos elementos que permitieron cumplir el objetivo principal de toda obra familiar: tener cautiva la atención del niño espectador.

Y así como llega, luego de cumplir (con o sin intención) su misión de ayudar a Alma, Soledad y Victoria, la pequeña niña se retira, pero, esta vez, como una gigantesca niña real que se despide para salir finalmente de una habitación llena de juguetes. ¿Estuvimos todo el tiempo en el cuarto de la niña y los realmente pequeños éramos nosotros?

La obra se despide con la inauguración de una cadena: luego de haber sido ayudadas, son ahora Alma, Soledad y Victoria las que finalmente han convencido a Jerónimo a unirse a ellas para, ahora sí, sin miedo o vergüenza, saltar la cuerda, sencilla metáfora de no tener miedo de intentar algo nuevo.