SOBRE LA NECESIDAD DE EXPERIMENTAR Y COMPARTIR
Escribe Gabriela Javier
La trayectoria de Alfonso Santistevan (1), hombre de teatro peruano, es conocida: sabemos de su trabajo como director, actor y autor de teatro, y de su formación inicial en la escuela de teatro de la Universidad Católica (TUC), que luego complementaría con el trabajo junto a directores como Ricardo Roca Rey, Jorge Chiarella, Marco Leclere, Jorge Guerra, entre otros, actividades que nutrirían su interés inicial como director. Luego conoceríamos su trabajo como dramaturgo y su particular interés en el presente histórico de nuestra sociedad, como se puede notar en su trilogía.
El año que pasó, el Centro Cultural PUCP puso en escena la trilogía, conformada por “El caballo del libertador” (1986), “Pequeños héroes” (1988) y “Vladimir” (1994). Esta última, bajo la dirección de Alberto Ísola, regresa al escenario gracias al Festival de Artes Escénicas de Lima 2019. A propósito de ello, nos preguntábamos a qué respondía la elección particular de esta pieza de la trilogía. Más allá de las cuestiones logísticas, Santistevan nos comenta que dicha elección se sostiene, en primera instancia, por la presencia de los personajes jóvenes, con quienes es fácil empatizar y, en segunda instancia, porque es posible establecer una analogía entre las circunstancias dolorosas de toda migración, tema bastante coyuntural en nuestro país.
Sin embargo, esa lectura no es cerrada. El autor afirma: “Personalmente, esta lectura, que creo que es válida e inevitable hoy, opaca en algo el significado que tenía en 1994: el fin de las utopías políticas que sustentaron a mi generación. Pero, claro, eso hoy no se ve tan claro porque seguimos viviendo el modelo neoliberal que se inaugura justamente ese año.” En ese sentido, volvemos a nuestra percepción sobre el autor como una persona interesada en el aquí y ahora, que encuentra qué puede decirnos su trabajo en la actualidad, pero que no deja de ser crítico en tanto existen aspectos que se dejan de lado frente a las circunstancias más urgentes (y visibles) de la sociedad contemporánea. Es decir, aquello que nos dice el teatro siempre cambia, el compartir en convivencia, bajo un contexto determinado, nos interpela a formular nuevas lecturas posibles.
ESCRIBO LUEGO EXPERIMENTO
Más allá de la conocida trilogía y otras obras de su autoría, como “Querido Antonio”, “Naturaleza viva” o “Cómo crear una historia y casi fracasar en el intento” —cuya creación partió de la experiencia de crear con actores—, y de su trabajo realizando versiones de clásicos como “Medea”, “Electra/Orestes”, ¿qué ha sucedido con la producción dramática de Santistevan? En la indagación sobre este aspecto, encontramos una presentación suya de 2006 en el libro “Dramaturgia de la historia del Perú”, en primera persona, en la que afirma: “No he escrito mucho más para el teatro. Supongo que es […] porque me he topado con la actuación o porque tengo muy poco que decir”. Acerca de esta declaración, el autor menciona que, después del autogolpe de Alberto Fujimori y la Constitución de 1993, que terminaron por instaurar el modelo neoliberal, aquello que inspiraba su trabajo teatral sufrió una ruptura: “De golpe ya no había lugar para la especulación, para la búsqueda, para la experimentación sino solo para el éxito. Mi sensación es que se había cerrado un ciclo en mi teatro y no tenía nada que decir».
No obstante, ¿qué implica el decir? ¿Existe acaso una única forma de comunicar las preocupaciones estéticas, sociales, históricas de nuestro entorno? Desde nuestra perspectiva, encontramos que el decir abarca diversas posibilidades, más aún en el arte y, particularmente, en el teatro. Santistevan es consciente de esto y nos comenta: “Más que decir, creo que tengo mucho por experimentar y compartir. Para mí, hay una continuidad y a la vez una ruptura de una obra a la otra, una búsqueda formal que no se agota en un decir algo tipo mensaje. Me interesa más emocionar de una manera profunda, desconcertante, más que hacer razonar al espectador».
Retomamos su última oración para ampliar aquello que vemos no solo en su trabajo como autor, sino como actor y director: consideramos que existe una continuidad y no una oposición entre la emoción y el razonamiento, que nos permite, como seres humanos, trasladar y transferir aquella emoción producida en un razonamiento visible, aplicable, en nuestro día a día. La emoción, en ese sentido, no resulta el fin último, sino el inicio de un razonamiento consciente, empático.
Alfonso Santistevan articula la necesidad de la creación y de la convivencia, del compartir, con la generación de emociones conscientes. He ahí una posible pista de su poética creativa.
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(1) Nació en Arequipa, 1955. Se traslada a Lima durante su infancia y comienza la primaria en esta ciudad. Posteriormente, ingresa a Estudios Generales Letras en la Universidad Católica del Perú y, luego, decide estudiar teatro en el TUC. Actualmente radica en Lima y se desempeña, en paralelo a su trabajo como hombre de teatro, como docente en la PUCP. Cursa, además, estudios de posgrado en Literatura Hispanoamericana y se encuentra en el proceso de escritura de una novela.
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