SIN MIEDO AL FRACASO

La obra de no-danza del bailarín francés Jérôme Bel interpela al público ante el supuesto error de lo que ocurre en el escenario. Uno se pregunta si se permite la risa ante lo que se ve. ¿Lo hacen mal a propósito? Creo que no. Creo que debería ser así: como mejor le salga. En ese momento empieza lo aterrador y lo bello.

SIN MIEDO AL FRACASO

Escribe Carolina Black Tam

Este año, para su inauguración, el Festival de Artes Escénicas de Lima 2019 nos trajo “Gala”, obra del bailarín y coreógrafo francés Jérôme Bel, reconocido por sus trabajos experimentales de no-danza con corporalidades y habilidades diferentes. Presentada en el Gran Teatro Nacional (GTN), la obra reúne a 20 personas locales de diferentes edades, entre los cuales encontramos bailarines, no-bailarines, y aficionados a diferentes estilos de danza. Cada uno de estos performers trae a escena sus distintas morfologías, niveles de habilidad, funcionalidad, formas de moverse y apropiarse del escenario.

Retrato del director.

Al apagarse las luces se nos presenta una sucesión de imágenes de teatros vacíos en diferentes partes del mundo, fotografías que intentan capturar escenarios y butacas. Quizás la intención de repetida secuencia sea resaltar la naturaleza del espectáculo escénico más allá de sus mecanismos, reglas, y tradiciones: la necesidad de un otro. En todas, el espacio del espectador se presenta como fundamental.

Tras ello, aparece el inmenso escenario del GTN desprovisto de todo elemento salvo por una pizarra de papel en el que se lee la palabra «ballet», lo cual funciona como invitación para que persona por persona salga al escenario a hacer —o intentar hacer— una pirueta clásica de esta disciplina. Así, aparece alguien, una persona cualquiera —como una misma— sin mayor conocimiento de esta danza haciendo esa pirueta. Le sigue otra que lo intenta también, sin mayor éxito. A la cual le sigue una nueva que está evidentemente preparada técnicamente para realizarla. Y luego otra más para quien, de nuevo, es una dificultad llevarla a cabo.

Es tremendamente humano equivocarse, que algo nos salga mal, que intentemos y que no sea lo suficientemente bueno. Eso está bien. Sin embargo, el riesgo está cuando hay un otro en ese estado de vulnerabilidad y es uno quien observa. ¿Se me permite la risa en este momento? ¿Y en este otro? ¿Lo hace mal a propósito? Creo que no. Creo que debería ser así: como mejor le salga. En ese momento empieza lo aterrador y lo bello.

La misma dinámica de un cuerpo tras otro ocurre cuando la palabra cambia y ahora escuchamos una canción de Michael Jackson, uno a uno hace el popular moonwalk. La palabra de la pizarra vuelve a cambiar; ahora les toca pasar por el escenario, en parejas, bailando vals vienés. A algunos les sale mejor que otros y, como espectadores, no nos tardamos mucho en entender el código y esperamos la sorpresa.

La indicación escrita vuelve a cambiar, ahora leemos la palabra «solo». Una mujer toma por entero el escenario y el ritmo de su cuerpo nos hace sentir que cada uno de sus movimientos tiene carácter ritual. Esto ha dado tiempo para que todo el elenco se cambie de ropa entre sí. Nadie se queda vestido con aquello con lo que salió previamente a escena. Algo se ha transformado. Ahora diez de ellos tienen un solo, un momento para hacer lo que verdaderamente les apasiona, mientras sus compañeros le siguen los pasos. Vemos cómo la técnica de quienes la tienen más interiorizada ahora ya no interesa y es el otro quien importa, el objetivo es ser espejo de sus movimientos. Un bailarín profesional de ballet ahora le sigue el paso a una niña con síndrome de Down que hace danza árabe. Una actriz de teatro físico le sigue el ritmo a un compañero en silla de ruedas. Un señor que no permite que su edad le impida correr detrás de una niña que baila una canción de moda con ula-ula.

Las risas del público han cambiado: ahora son de asombro. Cuando por fin cada quien está en su elemento, bailando lo que sabe, es profundamente conmovedor. ¿Dónde había estado todo eso? Diferencia es lo que trae cada uno. La forma de realizar cada movimiento dentro de sus posibilidades está cargada de información personal, de historia. ¿Diversidad? Sí, y siempre habrá cabida para más.

 

LA EXPERIENCIA DETRÁS

Performer en ejecución.

Los performers fueron seleccionados para participar de “Gala” tras enviar un video de un par de minutos bailando. Para el primer encuentro se les pidió que traigan vestuario como para asistir a una gran fiesta, algo extravagante y glamoroso, pero principalmente algo propio. Nada recientemente comprado fue la indicación pero sí que tengan capas de ropa para luego intercambiarla.

Durante los días de ensayo se les permitió en todo momento expresarse dentro de sus posibilidades y no pensarlas como limitaciones. El elemento disruptivo fue la toma de decisiones de los performers en escena: debían ponerse de acuerdo y decidir el orden de aparición escénica. La única condición era que se notara el contraste entre uno y otro. Además, si es que pasaba algo durante la obra, debían encontrar alguna solución, así que debían estar atentos, ayudarse y cuidarse entre sí. Y, si hubiese algún error, pues que no lo escondieran. Desde esta perspectiva, es mucho más evidente el ejercicio de empatía al que estaban sujetos los performers. Entonces el estado de escucha era permanente: cuando tuvieran que imitar al otro, el principal objetivo sería entenderlo para representar sus movimientos.

La experiencia detrás de “Gala” —tal vez lo más importante— es también de lo que deberíamos hablar. Cuando apostamos por la diversidad, ¿qué tan diversos estamos siendo realmente? Y, si queremos un espectáculo sin estereotipos, ¿nos preocupamos realmente por romperlos? ¿En dónde está el límite entre la risa y la burla? El valor de la obra habita más bien en todas las preguntas que nos hicimos. Esta celebración a la diversidad es un juego lleno de peligros, una gran fiesta extravagante y glamorosa dedicada a la imperfección.

2 Respuestas

  1. David Cárdenas

    Jérome Bel y todo lo humano en escena.
    Anoche vi un espectáculo de danza totalmente diferente. Un bailarín y coreógrafo francés reúne a veinte personas, solo dos son bailarines. Las otras, son personas como tú y yo: Hombres y mujeres de diversa edad, tamaño, contextura, incluyendo (nunca mejor el término) a una chica down y un tipo parapléjico en su silla de ruedas motorizada. Uno por uno desfilan por el escenario intentando giros básicos de ballet, con poco éxito. Luego, interpretan a Michael Jackson y en ese momento todo cambia: Cada uno muestra su talento, su distinta forma de comunicar su alegría y el sentimiento que la música produce. Es una GALA – así se llama el espectáculo – y exhiben lo mejor de cada cual, solos y en conjunto. La segunda parte presenta a todo el elenco repitiendo el baile que, a su turno, interpretan algunos participantes, al mando del grupo, incluyendo al parapléjico, a quien le basta mover la cabeza para darle sentido al ritmo que todos siguen. Se pone al frente la bailarina, con mallas, tutú y un aro de gimnasia y realiza movimientos acrobáticos que todos deben imitar. El desorden es mayúsculo, pero ninguno cede ante el reto imposible y todos logran la postura final, a su manera, es decir, sin perder su individualidad y aplaudimos emocionados su victoria. En el último número todos se desprenden de sus prendas como un acto de liberación total. Una chica se descubre los senos y levanta un pañuelo verde, que el día anterior le dió Vero Ferrari. El feminismo presente!
    Eso es todo, pero pocas veces la danza me ha dejado un mensaje tan claro y contundente, tan lleno de humanidad y amor.
    Linda forma de empezar el Festival de Artes Escénicas de Lima (FAEL)

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