SALTO AL VACÍO

El experimentado David Carrillo dirige “El hombre intempestivo”, una fábula contemporánea y existencialista sobre la felicidad y el fracaso. Esta pieza se enmarca en el universo dramático de Carlos Gonzales Villanueva, autor de “Deshuesadero” y “Oda a la luna”.

SALTO AL VACÍO

Escribe Eder Guardamino Cavezas

Giovanni Arce, protagonista de la obra.

Desde el estreno de “Deshuesadero” (ganadora de Sala de Parto 2014) uno podría atisbar la inquietante fascinación de Carlos Gonzales Villanueva por deslizar críticas lúcidas y mordaces en comedias negras y de atmósferas surrealistas. Esta pieza esboza los avatares de un humano promedio asediado por estándares corporativos y perversos.

Esa mirada pesimista sobre una sociedad imposible ha caracterizado otras obras suyas como “Al filo de la vereda” (2016) u “Oda a la luna” (2017). “El hombre intempestivo” (2019), una fábula contemporánea y existencialista sobre la felicidad y la sociedad del fracaso, avanza por esos decadentes linderos. En ella, un personaje anodino, en apariencia, se enfrenta a una sociedad disfuncional, deshumanizada y represora, aunque sin saber bien cómo. La historia surge de una anécdota imprevista, pero se nutre de exploraciones introspectivas, una risueña mirada a la alteridad de personajes y otros mundos posibles.

Con esta combinación de drama y fantasía, la pieza obtuvo el premio principal en el segundo Concurso Nacional de Dramaturgia Teatro Lab 2017-2018 que impulsaba el Centro Cultural de la Universidad de Lima. David Carrillo, experto en dirigir obras inclasificables y divergentes, añadió personalidad escénica a esta partitura híbrida.

El protagonista es Emilio, un dramaturgo a la caza de inspiración, que presencia el suicidio de un hombre parecido a él. Este suceso hará que el personaje (que interpretan en perfecto dúo Giovanni Arce y Pedro Cáceres) se cuestione hasta “desdoblar” su personalidad tímida por otra desinhibida e impredecible.

Desde entonces, el joven autor sorteará a las terapias de su psicoanalista (un aceptable papel de Augusto Mazzarelli) y las exigencias familiares de su adorable esposa (Alejandra Saba, en un delicioso contrapunto). Esto lo empujará a convivir entre las paredes de una realidad gris y apremiantes pesadillas.

Este tejido real/fantástico lanzará pistas para que el espectador abandone su confort y vaya descifrando la historia desde su desconcierto. El sólido trabajo del elenco aporta mucho a esto. Arce y Cáceres, por ejemplo, logran mimetizarse e intercalarse como si fueran un espejo lúdico que se enriquece de matices.

Entre ambas caracterizaciones surgen otros como una jefa sensual o intimidante, una estricta madre superiora o un despreocupado editor, roles inspirados de Saba, Claret Quea y Claudio Calmet, respectivamente. La presencia de ellos engranará con fluida sincronía, sin perder de vista los propósitos de la comedia.

Claret Quea rotando entre inesperados personajes.

Carrillo resuelve la trama laberíntica y brumosa hasta pulirla como una comedia con dosis de humor absurdo y fantástico; género que exploró con incansable devoción en los recordados montajes de Plan 9. Esta vez, el director navega por una puesta reflexiva y arriesgada sin ataduras nostálgicas ni estéticas.

A nivel escenográfico (trabajo de Marijú Núñez), el detalle más llamativo es una especie de balcón colgante. Situado en el extremo superior izquierdo de la escena, esta saliente imaginaria contagia de asfixiante vértigo a una propuesta de dinámicas pauteadas, de constantes entradas y salidas de actores y elementos. Se suma el inteligente diseño de la iluminación (autoría de Cristiano Jara) y el empleo preciso de la utilería. Esta combinación aprovecha las atmósferas reales y oníricas en el espacio, permitiendo pasar de una calle oscura o un parque solitario a una ensoñación doméstica o un recuerdo colegial.

Este camaleónico lienzo le permite a Carrillo sostener una narrativa escénica de realidad/posibilidad en torno a una pesadilla que intriga y atrapa a la audiencia hasta su inesperado desenlace. Pero también le da pie a la exploración del yo individual, sus identidades contenidas, fortalezas y debilidades.

¿Cuántos tipos como Emilio andan ahora por ahí? Desde su indiscreto balcón, “El hombre intempestivo” observa cómo la infeliz dictadura del éxito (profesional, personal, familiar) va seduciendo a curiosos o incautos a dar un salto al vacío que trastoque sus anhelos y sueños por un poco de fama pasajera.

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