LA VIGENCIA DE LA SENCILLEZ
Escribe Erick Weis
En algún poblado de la ceja de selva peruana donde reina la minería ilegal, en su primera noche de trabajo como prostituta, Julia, de 15 años, conoce a Ernesto, un extractor en las dragas, de 17 años. “Este lugar no existe” no trae consigo ninguna propuesta formal complicada o experimental: es una obra sencilla en su estructura pero difícil de plantear por la temática que ha elegido.
Una primera sorpresa aparece cuando él, que ha pagado, entra solo para conversar. El impulso del diálogo se gana a partir de esta necesidad que tiene Ernesto al llegar al cuarto de la adolescente. Ella se muestra reacia al inicio, pragmática en el sentido coloquial de la palabra; solo quiere hacer dinero, no pensar. Sin embargo, eventualmente Julia cede y, a través de estas primeras conversaciones, el espectador tiene las primeras nociones del ambiente en el que desarrolla la trama.
El tema de la minería ilegal, a pesar de su innegable actualidad y urgencia, sigue siendo un tema al que los limeños no están acostumbrados a nivel audiovisual: un par de veces al año aparece algún reportaje en los dominicales televisivos o se publica un libro de investigación al respecto (1), pero la ficción a nivel cinematográfico y teatral casi no ha explorado esta situación (2).
ECONOMÍA DE LOS RECURSOS
La decisión de la autora y directora es acertada al mantener materialmente delimitado el proyecto: tres actores y una escenografía que no va más allá de un colchón, una sábana, un plástico. Pequeños objetos adicionales son suficientes para representar un ambiente central, el cuarto de Julia, y algunas locaciones secundarias que terminan de complementar la historia.
Los dos actores principales son acompañados por Irene Eyzaguirre, quien interpreta al espíritu de la abuela de Julia, un personaje lleno de sabiduría que trata de guiar a su nieta en su relación con Ernesto. Así, la obra deja de tener un abordaje completamente realista, pero, gracias a esto, adquiere nuevas posibilidades de reflexión acerca de temas como la marginalidad heredada o la devastación de la tierra a lo largo del tiempo.
Únicamente con estos recursos el equipo de “Este lugar no existe” logra construir un desarrollo dramático entretenido a pesar de la seriedad del tema. Puede notarse la progresión y el acercamiento que van adquiriendo los protagonistas entre ellos, mientras que el espíritu que acompaña a Julia es receptora de los nuevos deseos que su nieta va adquiriendo mientras se acerca al joven obrero.
EL PODER DE LA CERCANÍA
Uno de los aportes más valiosos para la obra en general radica en el trabajo de Yaremís Rebaza, actriz que interpreta a Julia. En general, hay una propuesta por parte de los dos actores más jóvenes para alcanzar algún acento que recuerde tanto a la Amazonía —en el caso de ella— como al Ande peruano —en el caso de Santiago Torres. Ninguno parece lograrlo realmente, pero tampoco parece que esta haya sido la intención real en este aspecto. Ambos hacen un acercamiento desde su trabajo actoral, parecen confesar que realmente no son originarios de aquellas zonas geográficas, pero han logrado un código vocal que indica la no pertenencia a la capital peruana y un eco que efectivamente se conecta con la selva y el ande, respectivamente.
En el caso de Rebaza, esta le agrega a la propuesta de su voz una suerte de cuerpo torpe que intenta ser ligeramente sensual, en el que se incluyen detalles en el movimiento de manos y pies. Sumado todo eso a la capacidad gestual de la actriz, es muy fácil perderse en la ficción y pensar que realmente estamos ante una adolescente amazónica de quince años.
Para detectar lo descrito, fue necesario estar sobre el mismo escenario en algunos asientos habilitados a muy pocos metros de la misma acción escénica. Todo indica que la propuesta de Vieira fue originalmente creada para ser espectada en un ambiente reducido o, en todo caso, no convencional (su primera temporada fue en la Sala Tovar, una pequeña sala teatral).
Así, “Este lugar no existe” se construye sobre la dinámica de los detalles sin amplificación: un pequeño muñeco de otorongo, un libro desgastado, una pepita de oro y hojas de coca son usados y mostrados sin que alguna cámara amplifique el objeto (3). Sin interrupción tecnológica alguna, la organicidad de la obra se mantiene inalterada.
De este modo, cualquier sala convencional tendría la desventaja de no permitirle a aquellos espectadores alejados del escenario captar todas aquellas dinámicas en pequeño que se van gestando en el desarrollo del montaje. En todo caso, la estructura de los diálogos y la progresión en la relación de Julia y Ernesto no se pierden a pesar de la distancia gracias a un texto efectivo y un ritmo actoral sin pausas prolongadas.
Si bien es completamente válido que los artistas escénicos del Perú estén buscando maneras de renovar el lenguaje teatral nacional por medio de distintas propuestas no convencionales, muchas veces abordar determinados temas desde el ángulo más sencillo posible puede resultar en una experiencia con el peso necesario para activar el sentido de la reflexión en el espectador. “Este lugar no existe” demuestra que, a pesar de que vivimos actualmente bajo un bombardeo de material audiovisual direccionado al entretenimiento, todavía hay una gran cantidad de motivos para seguir reuniéndonos en las salas teatrales y mirarnos con el otro.
– – – – –
(1) Gabriel Arriarán muestra los resultados de su investigación sobre la minería en su libro “Frontera pirata”, que será publicado este año.
(2) Vale la pena resaltar, en todo caso, el montaje “Personas no humanas” (2017) de Daniel Amaru Silva que también abordó el mismo eje temático: minería ilegal-prostitución clandestina.
(3) En el propio festival, FAE-Lima 2020, han estado presentes obras que tomaban como recurso objetos pequeños que eran intervenidos por instrumentos tecnológicos de modo que terminaban amplificados para la vista del espectador. “El apellido comienza conmigo” y “Carguyoq” son dos ejemplos de estas herramientas.