SABOR A MÍ

Nuevos formatos escénicos ganaron la convocatoria de este año para formar parte del XIV Festival de Teatro Peruano Norteamericano. Uno de ellos es “Ojalá”, espectáculo de circo contemporáneo, dirigido por Yuriko Tanaka. Los remanentes del anhelo y la hazaña humana se confrontan en esta historia que, aunque imprimió sensaciones emotivas, dejó también cierta acritud dramatúrgica.

SABOR A MÍ

Escribe Mimí Bregante

El imaginario instaurado del circo impone asociarlo, casi de inmediato, con carpas, escenarios circulares, payasos y animales amaestrados. También con color. Mucho color. Y en temporadas larguísimas que usan como excusa las fiestas patrias. Asimismo, pensar en circo peruano es, inevitablemente, pensar en La Tarumba, grupo de la resistencia de este arte. Precisamente de su escuela de formación es egresada Yuriko Tanaka, directora de “Ojalá”, espectáculo de circo contemporáneo, quien presenta una versión revisada para el XIV Festival de Teatro Peruano Norteamericano.

CAMBIOS

Gaby Olivera dominando la cuerda LYS.

Sin embargo, no son pocos los intentos que han surgido –al menos en la capital– para rediseñar las estrategias técnicas del circo en busca de nuevos lenguajes, vinculándolo a prácticas afines, como la danza y el teatro, conformando propuestas escénicas fluidas y no constituidas por la sumatoria de actos individuales, característica del circo clásico. Ahí tenemos a La Tropa del Eclipse, Bigote de Gato, el trabajo de Soledad Ortiz de Zevallos o la más reciente Compañía Sin Tiempo.

Similar impulso motivó a Tanaka en la creación de “Ojalá”. A pesar de ser graduada en la especialidad aérea de trapecio en 2017, haber asistido ese mismo año a Fernando Zevallos en la dirección de “Bandurria”, es probable que haya estado más cerca al teatro y la danza en últimos tiempos. Por eso, cuando el apremio por crear se le volvió vehemencia, supo que no debía quedarse en las posibilidades brindadas por el circo clásico y que, para lograrlo, prefería dirigir: “entiendo más el escenario desde la distancia que dentro de él”, resalta.

NO RELATAMOS LO MISMO
Entonces había que contar una historia. “¿Es posible una vida sin desear?”, es el eslogan que acompaña todo el material de promoción. De hecho, a la función que asistimos la directora nos incitó así: “los invito a pensar en todo lo que han soñado desde chicos”. Apoyada en textos propios, otros escritos al alimón con la bailarina Margot Lozano y algunos prestados de la performance “Yo tenía un alma buena” de la argentina Maricel Álvarez, notamos que Yuriko trató que el centro de esta puesta no sea el asombro gratuito de la destreza física que se impone al desafiar la gravedad sino indagar en conceptos más globales que se sostienen en dramaturgias cercanas a lo teatral contemporáneo.

Pero el intento no aterriza limpiamente. Quizá es ese el principal desacierto de “Ojalá”: su insuficiencia dramatúrgica, la cual se resalta cuando se revisa el programa de mano y no se encuentra ilación entre lo que la directora desea mostrar y lo que en el escenario realmente nos provee. Esta carencia, a su vez, hizo más notorias ciertas irregularidades técnicas relacionados con el uso de los sistemas circenses. Si bien es cierto que el teatro del ICPNA no está diseñado para esta clase de montajes y que el riesgo tomado por todo el equipo es destacable solo por intentarlo y adaptarse a dichas limitaciones (incluso diseñando sistemas nuevos como el de las fajas, utilizado por Gaby Olivera), también es cierto que una línea argumentativa mejor intervenida habría ayudado a salvar los inconvenientes, lo mismo que una mayor exigencia y preparación de la técnica vocal pues, la mayoría de la veces, casi no se entendía o escuchaba lo que se decía.

¿QUÉ ENCONTRAMOS, ENTONCES?

Nicole Carrión con la rueda CYR, en una de los actos más poéticos de la obra.

Pero bien, que la obra no termine contando expresamente lo que inicialmente se propuso, no implica que no está contando nada en absoluto. Por el contrario, “Ojalá” narra –no creemos que sin querer pero tal vez sí sin completa consciencia– la inevitable y natural metamorfosis hacia la adultez. Y ahí está, inevitablemente, está instaurado el deseo por el descubrimiento venidero, la nostalgia por lo que se deja.

En este ejercicio por situar un inicio de lectura ficcional, el escenario se contrasta en dualidades de un mismo yo: una niña confrontada con su versión adulta-temprana y esta primera versión de adultez contrastada con su adulta-medio. “Ella es ustedes, la que mira desde fuera de mí”, repiten las actrices en su tránsito (aéreo, suspendidas en el sistema elástico). Una entidad masculina se suma como segundo personaje, generando conflicto con la mujer en su momento adulta-medio. Sin embargo, no es una presencia del todo complaciente para ella, lo que permite comprender la necesidad de no guardar una narración lineal de este desarrollo biológico-emocional. El conjunto no intenta graficarnos el crecimiento hacia la madurez sino el vaivén de la incertidumbre (gozoso o no) de nuestras decisiones y la posibilidad de volver la mirada a nuestra historia, no para reprocharnos como sí para redimir el propio futuro.

En este sentido, dos situaciones resaltan. La primera, el acto de Nicole Carrión, representando la adultez temprana, en la rueda CYR. Momento bello y excelentemente ejecutado, en el que el personaje transita desde el descubrimiento hasta la desilusión. La rueda misma empieza en ella abrir infinitas posibilidades de camino (figurado y explícito). Una pincelada de erotismo (otra forma del deseo) encanta y denota cierta urgencia por llegar a la siguiente etapa. Empero, su elemento terminado volviéndose su propio limitante, poniendo coto a la exploración. El cenital nos deja a ella sola, sentada en medio de su círculo como una frontera momentáneamente inquebrantable.

Presencias que luchan las de Margot Lozano y Augusto Montero.

La segunda, la presencia de lo masculino en este universo de aparente intimidad femenina. Personificado en Augusto Montero, aparece desde el primero momento de la obra. Aunque al fondo y sin interactuar, evoca al desconocido al que las artistas hacen mención en un momento de indulgentes letanías: “voy a proponerme como ofrenda”, “renuncio al futuro que todos me regalan”, “hice fiestas que no dejaban basura que limpiar”. Así, de desconocido transmuta a cercano, pareciendo ser el compañero ideal, aquel que sostiene, que contiene y da libertad, que acompaña, que no interviene, que parece no intentar modificar el destino de su compañera (a veces hija, a veces discípula). Al menos en principio ya que esta percepción se verá menguada en el acto del mástil volante. Ella (Margot Lozano, ahora en su versión adulta-medio) va trepándolo. Luego subirá él y el encuentro será inevitable, generando expectativa por un juego conjunto. Pero no, él la desplazará, ella se verá obligada a descender, a observarlo desde abajo, sentada en el suelo, ora echada, ora dándole la espalda, con atención descuidada y poco sorprendida ante ese espectáculo básico de facultades demostrativas, espectáculo de animal instintivo, que en nosotros deja la sensación amarga de ser él su sino inevitable.

Pero en “Ojalá” todo es circular y cíclico. Así que ante lo descrito, reaparecen concomitantes las tres instancias de esta misma mujer para recordarse, para revisar sus anhelos, para depurar. ¿Quién se repliega? Él desaparece pero la etapa más adulta de ella también se verá contenida, quedando la candidez de las otras dos, tratando de revivir su deseo interno, su leitmotiv, al compás de “Sabor a mí”, bolero del Tríos Los Panchos, que aquí, en este momento final, se resignifica de hondura y reafirmación personal: “si negaras mi presencia en tu vivir / bastaría con abrazarte y conversar / tanta vida yo te di / que por fuerza tienes ya sabor a mí. / No pretendo ser tu dueña / no soy nada, yo no tengo vanidad / de mi vida doy lo bueno / soy tan pobre, ¿qué otra cosa puedo dar?”

 

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“Desde chica me pareció que el circo es la fuerza total”, confiesa la directora. “Reta a las leyes de la física, nadie miente, porque no puedes actuar que haces mortales, por ejemplo. Y hay un cuidado por la vida del otro que no existe en otras colectividades escénicas. Llego a él buscando, maravillada con lo que ofrece como posibilidades.” Si bien en “Ojalá” la hazaña humana está presente y que, como dijimos, su principal descuido está en no haber desarrollado acertadamente una dramaturgia circense, sí creemos que Tanaka ha sabido imprimir sensaciones desde las disciplinas escogidas y no por la proeza en sí misma (mención destacable para Gaby Olivera). Siendo este su primer trabajo como directora, como ella dice, el circo y el teatro juntos poseen inagotables posibilidades sobre los que sin duda ella sabrá seguir indagando. Tiempo y deseo hay.