REPETIR SIN REDUNDAR

Las decisiones tomadas por el joven director Javier Quiroz hacen que “Solo repetición”, texto argentino estrenado en Lima en la Asociación de Artistas Aficionados en setiembre, gane la intensidad que al texto en sí mismo le falta. Mientras que las secuencias físicas y verbales de las actrices Jhuliana Acuña y Maylee Díaz la nutren de una violencia subyugada.

REPETIR SIN REDUNDAR

Escribe Erick Weis

Así como en algún antaño momento de la Historia la filosofía y la ciencia no podían distinguirse hasta el punto de parecer una sola, semejante fue la situación con la poesía y el teatro. Luego de la separación, la especialización a la que hemos tendido siempre, cada uno se ha desarrollado y fortalecido en su propio camino.

Sin embargo, el lazo más fuerte que aún tienen, la palabra, ha hecho que la poesía nunca haya dejado de ser una de las aliadas más fuertes del teatro. Diálogos directamente en verso y rima, lenguaje poético, adaptación poemarios, homenajes escenificados; la variedad para esta alianza no se limita a ningún género específico.

Así, la obra “Solo repetición”, escrita por la investigadora argentina Araceli Arreche, es un ejemplo de la fortaleza que aún posee la combinación de estas disciplinas. Con el apoyo de distintos versos de María Emilia Cornejo, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Florbela Spanca propone un universo de tensión constante entre dos mujeres sin nombre: actriz 1 y actriz 2.

 

INSEGURIDAD QUE ENFATIZA

En escena, Jhuliana Acuña y Maylee Díaz.

¿Hacia dónde se dirige la propuesta limeña? El guion de Arreche es breve e intenso, parece avanzar sin hacer ninguna pausa significativa. Sin embargo, Javier Quiroz –director del montaje– opta por triplicar gran parte del texto original. Muy lejos del capricho o de alguna idea que se quede en la simple redundancia, este volver a decir plantea una mayor extensión y, por lo tanto, una intensidad que llega con mayor impulso a partir del ejercicio enunciativo triplicado.

De inmediato, la lógica parece ordenarte que te preguntes en qué situación están estas mujeres, en qué lugar, en qué tiempo. Pero no; la obra inicia y la atención debe dirigirse directamente a la palabra. La poesía aparece de inmediato. Actriz 1 no es una experta declamadora y está lejos de ser una verdadera poeta; sin embargo, aun así, desea expresar lo que siente con aquellos fragmentos que aprendió leyendo a las poetas suicidas. Actriz 2 de inmediato crea el equilibrio necesario: actriz 1 tampoco está realmente segura de lo que desea, pero tan solo intentarlo ya le cuesta la salida de ser “la chica buena”.

Con un poco más de tiempo, la mente probablemente ya tiene una propuesta para lo que ve: ¿actrices o muñecas? ¿cárcel o casa de juguete? ¿años 60 o este preciso instante? No hay seguridades, no hay precisiones. Y es que esta no ha sido nunca la intensión de la obra. Más que exigir, “Solo repetición” provoca al espectador a interpretar, lo invita sin ser necesariamente amable. ¿Qué hay detrás no solo de aquellos versos, sino de las imágenes y el constante contraste blanco/rojo?

Los fragmentos poéticos se niegan a permanecer en la palabra, extienden sus ramas por el cuerpo de las propias actrices para llegar hacia nosotros por un medio distinto a las simples ondas sonoras generadas desde el escenario. El motivo no queda escondido; el tema central de los versos elegidos radica en la más esencial de nuestras emociones: el miedo. Pizarnik, Cornejo, Storni y Spanca no aparecen, pero resuenan en momentos clave. ¿El miedo a qué?

Atrapadas en este lugar-no-específico, actriz 1 trata de utilizar la poesía para verbalizarlo. Actriz 2 no está exenta del sentimiento. La tensión no planea detenerse: “podría comenzar a ser” y “así debemos ser” continúan en conflicto sin descansar; sin embargo, es el miedo el que finalmente mantiene el lazo entre las dos. ¿Qué posibilidades tienen, finalmente, de ganar un nombre propio?