JORGE CASTRO: EXPLORADOR DE SU TIEMPO
Escribe Rocío Limo Vélez
Imagino a Jorge Castro saliendo de la adolescencia, cuando en los primeros años universitarios descubrió el teatro. Él culpa al azar de este encuentro pero, al mismo tiempo, confiesa una búsqueda de expresión e ímpetu creativo que transitaba entre las artes plásticas, la literatura, la música y, por supuesto, el teatro.
Es 1991 y empieza en el taller del Grupo Magia, dirigido por José Carlos Urteaga (exintegrante de Cuatrotablas). Un nuevo concepto aparece ante él, la creación colectiva, directriz de trabajo del colectivo que involucra al actor tanto en la dramaturgia como en las decisiones del montaje. Ese primer regalo de la fortuna se hizo brújula para Castro, que intuyó que el norte al que apuntaba su curiosidad artística estaba en el teatro.
“Lo que quería era hacer un producto artístico”, recuerda Jorge. Y bajo esa premisa, el sueño de ser escritor lo acompañaba tímidamente desde sus inicios, incluso atravesando su decisión de formarse en psicología. “Quería saber lo que saben los psicólogos”. Pareciera, entonces, que su búsqueda estuvo ligada a querer entender el comportamiento humano, sus deseos, sus acciones y el conflicto que crean las incoherencias entre ambas. ¿Acaso no es esa la base de la dramaturgia y el teatro?
En 1994, tras formar parte del Grupo Magia por dos años, y mientras cursaba la carrera de psicología, ingresó a la Academia del Arte del Espectáculo del Grupo Cuatrotablas, dirigido por Mario Delgado, quien convocó a diferentes artistas para complementar la labor pedagógica. Estaban, entre otros, Mirella Carbone (danza), Alfonso Santistevan (dramaturgia), Alberto Ísola (historia del teatro), Roberto Ángeles (manejo de texto). Una experiencia importante que amplió su visión del hecho escénico y gracias a la cual, en 1995, Roberto Ángeles lo invita a su taller de formación actoral.
Así, su formación en las artes vivas empezó a estar inexorablemente ligada a la piscología. Era natural el diálogo de esta con un arte como el teatro, que tiene en su centro el comportamiento humano. “Me gusta, me gusta hacer las dos cosas. Me gusta que no todo sea ver pacientes, me gusta que no todo sea estar de obra en obra. Me da un balance. Por dentro pasan cosas de un lado a otro”. Pero esta es una reflexión que hace el Jorge Castro de hoy, la persona con quien conversé la mañana de un martes de 2019, el que mira hacía atrás para (re)andar sobre sus propios pasos y (re)conocer su propio mapa de vida.
PRIMERAS CERTEZAS
Ni bien culmina sus estudios con Roberto, y motivado por dos amigas, dirige su primera obra: “Ilusos” (1995), seleccionada en el Festival del Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA). Esta experiencia que “había exprimido todo lo exprimible” en él, cristalizó su decisión de dedicarse a la dirección. Si se había quedado con ganas de pintar, el teatro era una posibilidad; si se había quedado con ganas de hacer música, desde el teatro podía componer y estar atento al ritmo y la melodía.
Y es que el teatro es el lugar de lo posible, es el espacio para volcar múltiples intereses artísticos para verlos debatir y llegar a acuerdos. Además, la búsqueda estética no exime la búsqueda de comprensión del mundo interno del ser humano. Por el contrario, el teatro nos da herramientas de fondo y forma para hacer bello y ordenado el caos de nuestra mente.
Quizá es ese deseo de dar sentido el que motiva a Jorge Castro a apostar por la creación colectiva cuando con el mismo grupo de “Ilusos” convocaron a un dramaturgo a escribir lo que ellos elaborarían a partir de ensayos. Pasaron meses improvisando, imaginando. Prueba, yerro y ganas. Incluso tuvo un nombre tentativo: “La araña en el hormiguero”. Pero la obra no llegó, el dramaturgo no pudo entregarla. Y esa es otra gran enseñanza del teatro: el desapego, dejar ir el tiempo invertido, la imaginación puesta en juego, los despropósitos y los grandes hallazgos de sentido. Desaprehender para aprender de este mundo efímero (el real y el ficcional).
A pesar de la caída de “La araña en el hormiguero”, Castro tenía un compromiso con en el teatro Mocha Graña. Finalmente puso en escena una obra que no estaba planificada. Y así fue aprendiendo que en el arte —como en la vida— el control es sólo una ilusión, que siempre se puede volver a empezar.
Hoy él piensa que pudo haber escrito esa obra que no fue. Pero había algo relacionado con la confianza de escribir, con la imagen de ser dramaturgo, con todo lo formal que la palabra representa y que él, en ese entonces, no terminaba de asumir.
Sin duda algo en esa experiencia lo removió pues tuvo una pausa de cuatro años con el teatro. Ya graduado como psicólogo, la Pontificia Universidad Católica del Perú estrenaba la Carrera de Artes Escénicas. En ella Alonso Alegría dictaba uno de sus primeros cursos de dramaturgia. “Yo estaba ahí parado diciéndole: ‘Hola Alonso, ¿puedo tomar tu curso como alumno libre?’ Me dijo: ‘Eso no se pregunta, entra nomás’. Fue algo gradual, a mí siempre me había gustado escribir. En las creaciones colectivas siempre asumí esa responsabilidad”. Es en ese curso que escribió “Desvío 2”, su primera obra, que tiene como disparador el cuento “Un falso autostop” de Milan Kundera. Parece, como lo cuenta Castro, que el encuentro con el otro era un encuentro también con las palabras.
Años después, en 2005, Chela de Ferrari lo invita a dirigir para el Teatro La Plaza. Le costó mucho decidir cuál. De sus múltiples lecturas quedó captado con “El zoo de cristal” de Tenesse Williams y “Traición” de Harold Pinter, obras que si bien plantean preguntas distintas, llevan en común la clave íntima, los mundos privados y las relaciones de los seres humanos desde sus pequeños universos. Finalmente fue la obra del inglés la escogida.
Hasta aquí, Jorge Castro había dirigido, escrito y encontrado reconocimiento en ambas actividades. Es así que siente el imperativo de fusionarlas, siendo “No pasa nada” el resultado, la primera obra creada, escrita y dirigida por él mismo.
En el año 2011, se une a Mariana de Althaus, Marisol Palacios, Sergio Llusera, Diego López y Luis Tuesta para formar el Colectivo Viaexpresa, iniciando labores en el Auditorio del MALI (Museo de Arte de Lima). Según Castro, la fuerza de este grupo no estaba en la creación colectiva sino en la unión de artistas para conseguir los recursos que les permitieran producir un tipo de “teatro de cine club”. Gracias al apoyo de la empresa privada cada integrante dirigió una obra. Aunque hoy todos ellos trabajan individualmente, siguen siendo parte activa del teatro peruano.
LARGOS VIAJES
Una de aquellas obras fue “Astronautas”, escrita a cinco manos (o diez, según se entienda) por Jorge, Mateo Chiarella, Héctor Gálvez, Gino Luque y Gerardo Ruiz Miñán. Esta pieza tuvo su propio viaje antes de ser escrita. La idea de la creación colectiva seguía rondando a Castro, y aunque “Astronautas” fue escrita por todos ellos, en principio lo que él quería era llamar a un grupo de actores, improvisar y luego escribir la obra —la fórmula planteada en “La araña en el hormiguero”, pero esta vez con Castro confiado en asumir la dramaturgia y la dirección. “Quería tomar primero un proceso de cuatro meses para explorar desde el espacio, luego que me dejen solo un mes y volvernos a juntar con el texto escrito. Pero no tenía cómo pagar esos ensayos, era sólo la emoción por el proceso”, confiesa.
Ese ímpetu también contagió a los actores… al inicio. El versátil ritmo de vida que tienen los artistas escénicos en nuestra ciudad obligó a Castro adaptar el proceso de trabajo ideal. El único actor que mantuvo el entusiasmo durante todo el proyecto fue Manuel Gold. “Uno necesita un poco de complicidad… es muy difícil sin cómplices y Manuel fue un cómplice importante”, recuerda ahora con alivio. A la complicidad se unieron el resto de dramaturgos que crearon esta suerte de cadáver exquisito espacial que es “Astronautas”, una obra que nace de la premisa de que una expedición espacial peruana llega a la luna antes que cualquier otra. Pero no pudo regresar y, como no pudo regresar, nadie se enteró jamás.
Premisa triste y feliz a la vez, de un viaje imposible para ser lanzados hacía la nada. Algo así como ensayar una obra de creación colectiva y que nunca llegue a estrenarse. Pero la verdadera analogía que él buscaba es que la única manera de llegar al espacio es poniendo el hombro de manera conjunta, dejando los egos e individualidades para ir por un mismo objetivo: “para mí esa es la semilla, la idea de fondo en “Astronautas””.
GUISANDO EL PRESENTE
Jorge reflexiona sobre un dato más que interesante: que tanto en el actual Festival de Artes Escénicas de Lima como en el Festival Sala de Parto del año pasado, las primeras obras en venderse fueron las peruanas. “Esto es un síntoma de algo, que de alguna manera el público peruano está buscando verse representado en el teatro. De estar los peruanos y las peruanas en escena. Incluso creo que hay un público para la producción propia… ¡como la cocina peruana!”, comenta emocionado, como si vislumbrara una luz nueva, quizá sabiendo que él forma parte de esta generación de cocineros dramáticos.
Y en esta exploración de su propia receta, de su propio lenguaje escénico, hubo también periodos en que se vio inmerso en trabajo intenso: paralelo al Colectivo Viaexpresa, alistaba el montaje “Astronautas”, trabajaba su versión de “Drácula” para La Plaza y revisaba “Newmarket”, obra de su autoría que ganó el segundo lugar de la tercera edición del Concurso de Dramaturgia Peruana, “Ponemos tu obra en escena” del Centro Cultural Británico. Nada menos.
Hoy escribe una nueva obra, está vez sin presiones de producción ni montaje. Un texto aún sin título, que acaba de tener su primera lectura y recibir los primeros ecos del mundo exterior. Ya nos enteraremos de cómo continuará esa historia. Por ahora, la calma y el tiempo vuelven a acompañarlo. La exploración y reflexión tienen caminos intrincados por los que Jorge no teme andar.
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