EPISODIO 7 – WENDY RAMOS
Escribe Eliana Fry García-Pacheco
En el escenario inmenso del Teatro Luigi Pirandello solo están ella y un armario enorme, aún con las puertas cerradas. Wendy, envuelta y sostenida por una soga que atraviesa el proscenio -impidiéndonos ver el otro cabo, a dónde va o que lo sujeta- empieza a moverse, a desenrollarse, a aparecer ante el público, a nacer. La cuerda es, ahora, una metáfora del cordón umbilical y durante las casi dos horas que dura el espectáculo, seremos testigos de las diversas transformaciones que atraviesa este elemento tan sencillo pero que ella, junto a la directora Nishme Súmar, elevan a un nivel semiótico muy poderoso.
«Ponerte una nariz roja no te convierte en clown como pararte sobre un escenario tampoco te convierte en actor», nos dice wendy ramos al explicarnos ciertas turbaciones que tuvo que aprender a afrontar varios años después de acabado «Pataclaun», cuando las ofertas de trabajo en la actuación empezaron a sumarse. Y es que ella, con más de 25 años dedicados al clown, no se define a sí misma (aunque anda camino a ello) como actriz sino como payasa. Y a punto de grabar la segunda parte de la película «Locos de amor», hoy podemos verla en el musical de Los Productores «Mamma Mia!», haciendo coreografías y cantando, enfundada en un fastuoso mono negro de luces, disfrutándolo, divirtiéndose, aprendiendo.
¿Puede un payaso estar triste? Es una de las preguntas que nos deja «Cuerda», su primer unipersonal, cuando lo analizamos más allá de su tema, cuando nos encauzamos a desmenuzar su estética, a fin de seguir de cerca su trayecto artístico. Y es que aquí ella es Wendy Ramos. No Wendy Janet. No aparenta ni caracteriza personajes como lo hizo en «Toc*Toc», «Doña Desastre» o «El apagón». A diferencia del actor que suma como materia prima su experiencia vital para sus construcciones de roles, en «Cuerda» su biografía es todo el material con el que cuenta. Solo es. Y por eso funciona, porque el foco de su trabajo está puesto en hacer reflexionar y conmover al público a partir de la emoción, se ésta el llanto, el miedo o la risa. Por supuesto que el público se carcajea, pero es claro que no está concentrada en ello, que no es su finalidad escénica. Su fin único es contar una historia que, aunque suya, tiene como mérito hacerla plural. El juego es parte de su técnica. La ironía es constante mientras que el drama no se exime. El balance es perfecto.
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