EL ÚLTIMO CANTO DEL GORRIÓN
Escribe Inés Bahamonde
Patricia Barreto habla frontalmente, sin dudar. Sus manos revolotean alrededor suyo tratando de acompasar sus palabras, ideas que fluyen con rapidez. Su sonrisa es notoria, es una constante compañía. Mientras conversa imita las voces de sus imaginarios interlocutores. No puede evitarlo. Aunque menuda de cuerpo, aparentemente frágil, su capacidad de transformación es sorprendente. Y fue con “Piaf” donde la joven actriz tuvo la sincronía perfecta para conjugar todo lo aprendido hasta ese momento. Su presencia y su fuerza escénica fueron aplaudidas por más de 15 mil espectadores durante dos temporadas. Construyó un personaje técnicamente perfecto pero dotado de mucha verdad y compromiso, dos características intangibles del teatro, es como la búsqueda del Santo Grial para los actores. Ella lo encontró. Patricia cantó con todo el cuerpo y nadie en la platea necesitó saber francés para conmoverse. “El medio no sea un impedimento, ni la voz, ni el cuerpo, ni el lenguaje. El alma es el canal. Esa es la función del artista, comunicar con las emociones”, sentencia.
No tengo muy claro cómo llegas el personaje, ¿audicionas, te lo proponen, lo buscas?
Nació a partir de una conversación bastante familiar con Joaquín Vargas [papá]. Yo le decía que él era un director reconocido, con experiencia y con una empresa de eventos. Entonces por qué no empezar con la productora teatral y dedicarse a su rama. Él lo venía pensando ya buen tiempo y sentía con esa conversación que era el momento, que no había que esperar a que nos llamaran. Le dije “juntémonos, hagamos algo”. Me respondió que iba a ir buscando textos. Hasta que un día me llama y me dice que había encontrado “Piaf”, que tenía muchas ganas de hacer esa obra y que creía que el personaje era para mí. Y yo como que “Edith Piaf, yaaa, “La vie en rose”, Marion Cotillard”. Vi la película y pensé “¿se supone que tengo que hacer todo eso?” Al final, un poco sin pensarlo, le dije, “¡vamos, vamos con todo!”
¿Nunca tuviste dudas o sentiste que este no era el momento?
Algo pero lo que tenía era la gran oportunidad de que un director me diga que tiene el protagónico perfecto, que pensara en mí para un personaje inmenso como este, dentro de mis capacidades, dentro lo de que él cree que puedo hacer. Porque de repente yo sola hubiera pensado “no puedo, no hay forma”. Nadie me lo va a proponer, yo no lo voy a buscar. Así que pensé que si tenía el reto tenía que tomarlo. Pude haber aceptado y solo con mis herramientas, desde la inspiración y la emoción, medianamente darle algo de forma. Pero no, decidí que este proyecto me lo tenía que tomar como una experiencia formativa, educacional.
Porque la propuesta te llega un año antes del estreno, lo que brindó espacio para tu preparación. No era que te proponía el papel y que a los tres meses estrenabas.
Así es. Era consciente que tenía que prepararme bastante y yo estaba de lo más dispuesta. Joaquín sí sabía que yo cantaba pero una cosa es en un ensamble, en un musical y otra cosa son 20 canciones en francés perfecto yo sola. Sabíamos que no estábamos preparados así que lo tomamos como un proyecto de compañía, a largo plazo para dar lo mejor de nosotros, trabajando en conjunto.
Tenías el tiempo, sobraban las ganas, ¿por dónde empezar a moldear a Piaf?
Primero en la música, en la voz y en el cuerpo que eran mis principales herramientas. Pero en conocimiento había poco acá. Investigué en YouTube, vi muchos documentales, llamaba a mis maestros y les preguntaba si tenían algún libro o biografía sobre ella, lo que fuere, y me prestaban sus libros, sus películas. Igual yo estaba como “¿qué hago?” Así que decidí hacerlo como si fuera una investigación de tesis. Me lo tomé recontra en serio, nunca me volví tan chancona como con este proyecto. Ese fin de año yo me estaba yendo de vacaciones así que le propuse a mi Joaquín [Vargas, hijo del director y su esposo] irnos aunque sea cuatro días a París. Pensé que me iba a decir “¡estás locaza, no hay forma!” y me dijo “ya”.
A París a seguirle el rastro a Piaf, además.
Sí, a hacerle seguimiento. Nos sentamos los dos a pensar todo lo que teníamos que conocer relacionado a ella y Joaquín lo había organizado todo en un mapa. Llegamos a París y… se trataba de un viaje muy personal, no teníamos guía turístico ni nada. Conocimos lugares específicos y particulares donde ella vivió, donde la descubrieron, donde están sus restos, el café más emblemático. Además todo tiene plaquita porque los franceses son muy nacionalistas, tienen esta onda muy patriótica por sus personajes emblemáticos por más que no sean héroes. Hay souvenir en todas partes, quería traerme todo [Patricia hace una pausa, se acerca a un librero repleto de libros sobre teoría teatral, se empina y coge una minúscula cajita musical. Al girar su diminuta manivela suena “La vie en rose”]. Lo más importante es que conocí el Museo Privado de Edith Piaf…
¿Privado?, ¿cómo se ingresaba?
Tenías que llamar con anticipación y sacar cita porque solo entraban cinco personas. Es un pequeño departamento.
¿Y les contaste que ibas a interpretarla?
Pasa que ahí solo puedes hablar en francés. Yo llamé en inglés y me colgaron. Así que buscamos un intérprete amigo que se compró el proyecto. Yo preguntaba todo: cómo era, cómo hablaba, qué decía, qué hacía. Y al final él le dijo al guía, que había sido muy amigo de Edith, que yo iba a hacer de ella en Perú. Y éste me puso al lado de una Edith en tamaño natural, chiquita, más que yo, me llegaba acá [señalándose hasta la altura de los ojos]. Me vio a mí, la vio a ella y afirmó con la cabeza, levantó el pulgar y en francés me dijo “mucha mierda”. Yo estaba feliz, no podía creerlo. Salí con harto material de ese viaje para mí y para los ensayos con el resto de chicos. Nunca había estado en Europa así que fue un viaje redondo, me sentí completa. Todo esto traté de aterrizarlo en el texto, buscar detalles. Me enfoqué mucho en eso para poder hacer un personaje redondo, cómo tomaba, cómo cogía el vaso, cómo era su carácter, su humor… hacerlo más profundo. Y claro, mis compañeros en los ensayos son los que me ayudan a armar el personaje con su acción, reacción, con mi director guiándome. Sin todo esto no hubiera podido. Creo que es un personaje que llegó como tenía que llegar.
Es usual que los actores nos carguemos de información, que mientras más buscamos, más descubrimos y, por tanto, sentimos que nunca terminaremos de documentarnos lo suficiente. ¿Cómo hiciste para detenerte, decir hasta acá no más?
Sí, acepto que me volví un poco obsesiva. Pero sobre todo me volví una defensora, sabía, sé muchas cosas de ella. Sí pensaba “cómo hago para que no me abrume”. Pero mientras más sabía más lo aterrizaba al texto, al cuerpo pues a la par tenía clases con Pilar Núñez. Si bien era bastante racional, me desesperaba por momentos, me decía a mí misma “ya, basta, sabes bastante, confía”… jajaja. Y es paja porque la gente a la que le gusta se acerca, te pregunta sobre ella. De pronto sentía que Edith era como un pariente del que sabía todo, contaba su vida… como que te comprometes.
¿En qué consistió el trabajo con Pilar?
El trabajo de cuerpo que hice con ella fue fundamental. Fue un trabajo anatómico, ella sabe del cuerpo y del movimiento como si hubiera estudiado medicina, tiene bastante conocimiento sobre los músculos, los huesos, todo. Entonces a partir de las experiencias de vida de Piaf fue que trabajamos. El cuerpo de Edith se vio muy expuesto a diferentes excesos, accidentes. Armamos una estructuración de cómo su cuerpo se modificaba tras esos accidentes, qué se partió, por dónde se empezó a desintegrar, si ya no le funcionaba una costilla entonces ya no respiraba tan bien y, por tanto, eso afectaba en su canto. También coreografiamos las convulsiones, todo estaba milimétricamente pensado. Yo nunca he estado tan contenida por mis maestros que iban a ver los ensayos y esperaban ver el resultado de lo que veníamos trabajando: mi maestro de canto, Pilar y Joaquín. Una me decía que me tenía que mover así, el otro que no me olvidara de la voz, del tono y el tercero, que me desplazara más allá… ¡Era too much! [Paty ríe, se aprieta los cachetes y jalonea su pelo]. Pero era la apertura en la que yo me sentía. Estaba, estoy en una etapa en que ya me encuentro como artista en un estado muy profesional, en el que puedo vivir el ego porque todos tenemos ego. Pero yo he dominado ese ego en función a mi arte. Yo no tengo por qué decirle a nadie “ya, ya me dijiste mucho”. Al contrario, construyamos. Además estaba guiada por maestros, no podía ser arrogante. La arrogancia en la adolescencia digamos que se ve simpática pero de adulta se ve estúpido, no te puedes poner arrogante. Y sabía que ellos estaban cuidando mi psiquis. Si yo solo me hubiera dejado llevar por mi emoción estaría ahorita en el psiquiatra.
No dudo debió ser agotador emocionalmente a pesar de toda la preparación. Tras esta particular experiencia, ¿cuál es tu consejo para no vernos afectados al encarnar personajes así de intensos y complejos?
Un actor si no está bien con uno mismo, si no está bien emocionalmente o, por lo menos, tiene sus asuntos en control, no puede o no debería experimentar o utilizar un personaje para sacar sus emociones. No porque te desbocas, empiezas a proyectar tus inseguridades, miedos, dudas y no es así. Un personaje no sirve para hacer catarsis. Uno es un canal para que ese personaje fluya, sienta por sí mismo no mezclándose con lo que nos pasa. Nosotros, como equipo, tampoco sentimos que habíamos hecho ÉL personaje, queríamos dar a conocer lo mejor que podíamos la vida de esta mujer importante en el mundo, tan importante en contenido y que este contenido llegue a la gente para que, a través de él, puedan identificarse, agarrar lo que puedan, de lo bueno y lo malo, y que se puedan nutrir. Nunca nos embargó un espíritu de que con este triunfaremos o que ya la hicimos. Para nada, era lo primero que hacía la productora.
¿Y ya sabías francés?
Sabía por el colegio pero lo básico: los números, los colores. Seguí clases al salir del colegio pero nada más. Pero ya tenía el oído francés, podía escuchar, no entender mucho. La Alianza Francesa (AF) me hizo el coach fonéticamente hablando.
Imagino la función de estreno, con la comitiva de la AF, con invitados de la embajada francesa y ustedes cantando “La Marsellesa” en francés, ¿se sintieron presionados?
¡Sííí! Estaba muy nerviosa. Y no solo el himno, cada una de las canciones. Pero sí tenía claro que esta obra era para peruanos. Si me ponía a pensar que era para franceses me iba a morir. Al final me felicitaron, lo sintieron como un homenaje bonito, y eso era. Todos muy respetuosos con mi trabajo porque vieron en escena el resultado de una chamba ardua. Estaban agradecidos.
Más allá de las pautas que en el texto da Pam Gems, la autora, tu Piaf es tu interpretación de su vida, ¿qué rescatas de este personaje complejo, fácilmente juzgable pero que es, ante todo, una defensora del arte?
Traté de ser muy fiel a la situación, a cada momento en que se encontraba, lo más honesta y verídica con Piaf. Era como un buen training para mí porque como la historia no es lineal implicaba que siempre tenía que entrar en situación. Tenía que estar dispuesta a jugar cada situación.
¿Te costó trabajar con un personaje quien es a la vez su propio obstáculo? Los obstáculos suelen ser situaciones pero Piaf era protagonista y antagonista de su propia vida.
A mí me resulto adrenalínico, divertido porque, en efecto, es la primera obra que trabajo donde la protagonista es villana, un anti-villano. Eso era más entrañable aún. Se pasa convenciéndote de que debes odiarla. Pero no puedes porque el ser humano necesita proteger, cuidar y salvarse. Pero ella misma destruía eso que construía para protegerse. He tenido comentarios de gente que me decía “ay, era una tal por cual”, que solían tener estos pensamientos prejuiciosos o de calificativos muy generales. Y yo ahí me ponía saltona, defendía al personaje. Para mí era mucho más delicioso pasar por el tránsito emocional sin juzgarla. Al contrario, lleve todas las situaciones al extremo, siempre queriendo entenderla.
Tienes una formación que empieza con la comedia y has dotado de esa característica a tu personaje, ¿te fue inevitable hacerlo porque naturalmente te fluye el humor o fue más una necesidad de darle esas pinceladas de luz para apaciguar la densidad de su historia?
Afortunadamente, de mis investigaciones resultó que Piaf era humor puro. Yo tenía miedo de siempre estar en mi zona de confort. Pero ella tiene un humor extraordinario. Cuando fui a París buscaba saber si ella era así en la vida real o si era un personaje. Su amigo, el del museo, me dijo que era una actriz cómica, una cantante cómica, cosa que no le funcionó, la gente no aceptó su humor en el escenario. Era muy grotesca. Ahora, el personaje que ella hace en el escenario es muy dramático por eso la gente se conmueve. Pero ella en la vida real era muy, muy cómica. Entonces me sentí con la licencia de darle mis toques y la obra está llena de humor.
¿Cómo fue tu trabajo tras el escenario? Tienes muchos cambios de vestuario, de pelucas. Conectar y desconectar con el personaje, entrar y salir de diferentes épocas. ¿Cómo fue este trabajo y la relación con tus compañeros?
Tuve un ritual muy bonito, muy ligado a la energía de la obra. Cada quien trabajaba en su espacio. Y gracias a Dios mis compañeros siempre estaban al servicio mío. No solo requiriendo algo sino respetando. Y yo tenía una rutina. Y al tener un personaje bien construido, una estructura bien hecha, yo podía entrar y salir en el año, en el estado, en el cuerpo, tranquila. Yo no era el personaje. Lo difícil era hacerlo la primera vez. No estaba en plan “no me hables, no me mires porque me quitas la energía”, para nada. Sí mucha concentración. Siempre estar presente, nunca paré. Todo te obliga a estar en función y en pensamiento de la escena.
Transpolando esa lucha sobre el arte que tiene Piaf a tu vida, ¿cuál es la lucha que te toca batallar dentro de tu ámbito teatral?, ¿qué te cuesta, qué quisieras? Y no solo a nivel personal sino a favor del teatro para todos.
Creo que el hacer para el actor es algo que le cuesta mucho. Yo lucho ahora por ser fiel a mis propios proyectos a empujarlos para que salgan. Y no solo me refiero a la productora sino a los personajes a que quiero interpretar, qué es lo siguiente a “Piaf”, cómo ser mejor profesional, hacer mejores personajes con mayor calidad de lo que ya hice para ir creciendo. Esa es mi exigencia personal y es a lo que me enfoco día a día, preparándome. Y en un ámbito social, más amplio, creo que la innovación, que el compromiso con el arte, seguir adelante. Ahora me está pasando que las puertas se cierran. Mucha gente pensará que yo tengo todo fácil después de esto. Pero no y tampoco lo esperaba. Yo soy una actriz muy fiel. No digo “no” a nada. Y he tenido la suerte de poder hacer carrera en el teatro. Es muy difícil hacer carrera solo en el teatro y no me peleo con eso. A partir de eso, mi lucha tiene que ser por construir teatro, por hacer teatro, por impulsar teatro, por gestionar teatro.
Tu empezaste haciendo teatro en la calle, con proyectos en la periferia. Desde ahí, ¿cuál siente que es tu rol para desarrollar el teatro peruano?
El hacer es lo más complejo porque se antepone el miedo, la ansiedad, la duda, el “no, mejor no invierto”. Hay que hacer sea como sea. A partir de eso se va generando un nuevo público, nuevos espacios.
¿Descentralizar?
Honestamente creo que ahorita eso se lo debemos dejar a las grandes productoras. Ellos tienen la capacidad de tomar espacios y generar impacto a mayor escala que lo que nosotros individualmente podemos hacer. Que no se malinterprete, hay que llevar teatro a todas partes, no quedarse en un circuito, defender nuestras posibilidades, teatro en el barrio, en un bar, donde sea, no importa. Lo que sí tenemos que tener, ya en una política de Estado, es otro tipo de ideología sobre la cultura y el arte. Y la economía no tiene por qué ser un impedimento para el arte, no tiene por qué ser una condición. Míralo como una inversión porque es una industria. Nosotros los artistas somos la canalización de la ciudad, somos la energía que mueve la ciudad. ¿Cómo vas a saber cómo estamos como país si no vas al teatro? Salvando las distancias, somos como el cobrador de combi quien es el reflejo de nuestra ciudad. Él canaliza todas las energías: el que se sube malhumorado, el que no le quiere pagar, el que de milagro le dice “gracias”, el que no cede el asiento… él es un contenedor. Nosotros somos esos intelectualmente, culturalmente. Y si nosotros no tenemos el apoyo para poder drenar se va a hacer siempre lo mismo. Tampoco pidámosle al Estado que nos de todo. Nosotros también tenemos que arriesgarnos, invertir. Tú también hazte cargo, pues. Te va a costar pero lo hacemos porque creemos en esto. Créetela, pues. Hay que tener ímpetu. Así fue con “Piaf”, salió de nosotros, de nuestros bolsillos, los teatros nos cerraban las puertas. Es fácil quejarse. Ahora estoy en una etapa de motivar gente porque sí funciona y sí se puede. Pero cuesta. Ya luego llegaran los auspicios, las ayudas. Cuando me dicen “ay, qué éxito tienes”. No, no es éxito, es el resultado de un trabajo, yo trabajo mucho, me saco, nos sacamos la mugre. Agradezco que me lo digan pero yo no tengo éxito solamente hoy. Yo trato de tener resultados constantes en mi trabajo y si al resultado de ese esfuerzo se le llama éxito, sí pues, estoy teniendo éxito.
¿Te va a costar despedirte del personaje o ya lo necesitabas?
[Piensa una buena cantidad de segundos] Si bien creo que es la única función que haremos este año y la gente pide tercera temporada, pienso que no me despido del todo por si acaso. La cosa es poder hacer una o dos funciones donde la pidan. Tenemos pensado hacer una gira a Trujillo. Pero sí, en un momento dije “paremos esto, por favor” porque era agotador. Además todo el elenco tiene nuevos proyectos y supongo será difícil volver a coincidir en horarios como lo hemos hecho para esta función en Asia.
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ACTUALIZACIÓN – MAYO 2017
La obra «Piaf» regresa en una nueva temporada al Teatro Marsano del 26 de abril al 11 de junio.
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