EL CARNAVAL AGONIZA
Escribe Inés Bahamonde
Hablar de la familia Chiarella-Viale es hablar de la historia contemporánea del teatro en nuestra ciudad. Bajo el paraguas de Aranwa Teatro, donde tanto Celeste Viale como Jorge y Mateo Chiarella -destacados directores- fungen de educadores en su escuela de formación de actores, directores y dramaturgos. Y dentro de todas las labores que realiza ella, consideramos resaltar su trabajo como investigadora y dramaturga pues posee una sensibilidad y habilidad extraordinaria para retratar los problemas que nuestro país ha atravesado en diferentes momentos de su historia. Como ejemplo claro destacan textos como “En la calle del espíritu santo”, “Diario de un ser no querido” o “Un país más dulce”, una divertida varieté político carnavalesca, construido a partir de las letrillas, poemas y artículos de Leonidas Yerovi, su abuelo.
CANTARLE A LA INDIFERENCIA
Son los primeros años del siglo XX y el Perú vive los candores de su primer siglo republicano. Hoy es día de fiesta, de carnaval. El Centro Histórico de Lima se ve invadido por músicos, arlequines y colombinas, que se pasean entre las plazas y los clubes al ritmo de polkas, valses (y canciones propias compuestas con mucho tino por Mateo Chiarella). Uno de estos personajes tiene como misión entregarle una importante misiva al anacrónico libertador José de San Martín, así que procura no distraerse en el jolgorio que se va formando para cumplir con el encargo.
A esta primera premisa se le cruza la historia de López, joven periodista del diario La Prensa, uno de los medios impresos más importantes de ese entonces a pesar de su reciente lanzamiento. Empieza el día en la sala de redacción y mientras rima noticias, comenta los aconteceres políticos, va apuntando en su libreta las diversas comisiones con las que debe regresar antes del cierre de edición: entrevistar al presidente, a una actriz y realizar una crónica del día de carnaval. La soltura y encanto con la que se desenvuelve el actor Miguel Álvarez en su rol de reportero hacen que el espectador no pierda la sonrisa mientras lo observa consumar sus funciones, a la par que canta, baila con Santa Rosa de Lima o discierne sobre los excesos del Congreso y la división de los partidos políticos, en claro alusión a Yerovi mismo.
La dirección recae en las manos e inteligencia de Alberto Ísola, quien ha convertido esta pieza en un festín de simpleza. Cierto es que menos no podemos esperar de su extensa trayectoria. Pero cierto es también que el director condujo obras olvidable como “Lo que el mayordomo vio” o “Nunca llueve en Lima”. Sin embargo, “Un país tan dulce” es armoniosa dentro de ese espacio circular que es el Teatro Ricardo Blume. Resuelve con naturalidad los diversos espacios en que se desarrolla la trama (como Palacio de Gobierno, el Teatro Olimpo, el Club de la Unión, la calle) así como sus eventos (el carnaval, protestas sociales, el baile, la muerte). Sin ocultarlo, y sin necesidad de hacer mayores cambios de vestuario, el ensamble de actores va transformándose en comparsa y otros personajes frente a nosotros. La utilización de elementos escenográficos sencillos y sutiles, es otro gran aporte para el disfrute de la obra, cuya composición de movimientos y coreografía, así como la naturalidad con las que las canciones se suman a los diálogos. La habilidad de Ísola en este montaje nos recuerda a lo mejor de sus últimos trabajos, obras como “Casi Transilvania”, “Madre Coraje”, “¿Estás ahí?”, “Este hijo” o “El continente negro”, donde hay un claro discurso ético como estético.
SUSPIRO DE LIMEÑO
El texto de Celeste sabe rescatar lo mejor del material de su abuelo y en una suerte de collage consigue resumir sus poemas y textos periodísticos bajo un mismo hilo conductor: cuestionar la realidad social/política de nuestro país, interés catalizador de toda la obra del también dramaturgo. No es casual, entonces, la seguidilla de guiños a nuestra historia reciente, demostrando y sorprendiendo con su vigencia.
San Pedro mira con su catalejo si Lima está tranquila, si la dictadura tendrá buena sucesión. Santa Rosa es amenazada con desaparecerla del santoral sino hace felices a sus feligreses. El alcalde de la ciudad asiste a un ensayo teatral con afán de censurar su contenido pues “hay que limpiar el teatro de la inmoralidad”. Pero como lo que ve no le importa, sueña con hacer un túnel bajo el cerro San Cristóbal porque hay “calles por abrir, edificios por construir”. La burguesía y la servidumbre siguen en conflicto. Los sindicatos reclaman los mismos derechos que hoy, sacando músculo de tanto alzar inmensas banderolas. “¡Basta de abusos!”, reclama en la calle los trabajadores de la empresa del tranvía. Sin embargo, para los grandes señores el paro general no es impedimento para seguir con su cómodo estilo de vida: siempre podrán despedirlos para contratar a otros o, en todo caso, viajar, salir del país.
El público sonríe pero cuando entiende que la ficción sigue alimentándose de la realidad, ladea el gesto y se incomoda porque, como se versa en la carta final dirigida a San Martín, “¿qué hacemos mal?, cómo se echa a los hombres”, cómo se les corrige, cómo hacemos para que nuestras arcas no sigan financiando el festín de los poderosos, cómo hacemos para que la paz no dure instantes. Cómo conciliar la estancia cuando descubrimos que el nuestro no es un país tan dulce.
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