BREAKING THE LAW: CUANDO LA FICCIÓN PUEDE SOPORTAR TODO, HASTA LA MUERTE

Una de las obras más celebradas de la región estuvo en el FAE 2019, la argentina “Todo tendría sentido si no existiera la muerte”, escrita y dirigida por Mariano Tenconi. Entre lo épico y lo íntimo, entre el humor más absurdo y cotidiano, y el drama tenso, damos fe del valor de sus ciento ochenta minutos en que interrumpió nuestra vida.

BREAKING THE LAW: CUANDO LA FICCIÓN PUEDE SOPORTAR TODO, HASTA LA MUERTE

Escribe Karlos López Rentería

Todo ocurre en otro lugar y, quizá, en otro tiempo. La música extranjera, por decir algo distante, pero íntimo. Estas voces fuera de contexto intervienen el cotidiano más duro. También lo son las imágenes en movimiento, películas, telenovelas, series, relatos al fin, que nos pertenecen aunque seamos extraños perpetuos. Sonidos e imágenes se sumergen en nuestro inconsciente colectivo. Todo nos ocurre en otro lugar, en alguna zona del interior, siempre corridos del centro; y en otro tiempo, en los años ochenta por ejemplo y en una obra de teatro de tres horas de duración. Otro tiempo, otro lugar. Y en esa otredad la única certeza es que nos vamos a morir.

La Compañía Teatro Futuro pone en crisis esta sentencia con la obra “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” de Mariano Tenconi Blanco, autor que por segunda vez consecutiva participa del Festival de Artes Escénicas de Lima. Poniendo en el centro de su dramaturgia a la mujer y desde ahí, con gran pericia, atravesar los puntos por los que se moverá el espectáculo.

La obra construye un relato sostenido gracias a la sencillez de su acción: la última voluntad de alguien con una enfermedad terminal. Esta línea, bastante usada en cine, teatro y literatura, se enriquece gracias al uso de la figura ‘protagónica’: una maestra de escuela, madre soltera, y hace mucho sin pareja sentimental. Todo esto en un pueblo —perdón, ciudad— del interior de la Argentina ochentera.

Sin embargo, “Todo tendría sentido…” es también un experiencia muy compleja que debe su organicidad al entramado que plantea. Es decir, adicional a lo ya descrito (y que la obra comunica perfectamente), Teatro Futuro apuesta por la hipótesis de sentido centrada en la aventura formal. En palabras del mismo Tenconi: “Me hacía sentido la posibilidad de contar un periodo de vida muy extenso de una mujer y esto hacerlo con un alto nivel de detalle, por lo que el espectador iba a tener que permanecer mucho tiempo en el teatro. En virtud de ver qué sucedía con esta investigación, desarrollé una línea de avance de tiempo que a priori no era muy pertinente para el teatro”. Los ciento ochenta minutos que dura la obra, con diez de receso, delimitan el corpus constituido por: un solo escenario (la sala de la casa); música, series, películas de la época que filtran su presencia; provocación de estilo oscilando del melodrama al patetismo (uno muy latinoamericano), así como cortes a oscuro entre escenas y pausas dramáticas con mirada al horizonte; además de un fino y potente trabajo actoral que sostiene todo lo anterior.

 

PORNO – EVIDENCIA – SUBVERSIÓN
En “El erotismo” (1986) Francesco Alberoni nos decía que existen al menos dos lenguajes: el de los poetas y el de la pornografía. Siendo para el primero la metáfora parte de su gramática tradicional, opuesto a la descarnada literalidad de la segunda. De este modo, el sociólogo italiano concluía que operábamos nuestras fantasías sexuales en dos tipos de pornografía: los hombres disponían del modelo Playboy, con mujeres rubias cuya voluntad intelectual nunca es obstáculo para al acto coital. Las mujeres, en cambio, tenían la literatura rosa: las telenovelas, el idílico relato del enamoramiento en el que el personaje amado (siempre hombre) es imposible de alcanzar social y culturalmente. Lo pornográfico exalta el deseo hasta configurarlo como fantasía inverosímil.

Así, en la obra, María Concepción, la maestra de escuela, enferma de leucemia, tiene por última voluntad grabar una película pornográfica. “Una porno” para señoras que, como ella, gustan de ver en VHS los éxitos de la época. Ayudada de María Liliana, la chica del videoclub, convencen a Nora, hermana de la primera, de grabar este emprendimiento fantástico con Gino Potente, el actor porno nacional al que admiran. Esta clave se nos revela llegados los primeros sesenta minutos del espectáculo. Luego, inaugurando la segunda hora, llega la noticia determinante: la situación de María Concepción es terminal. Sin embargo, esta suerte de gancho temático (expuesto en todos los medios por los que la obra se ha comunicado) devela otras intenciones en el montaje: el orden, el lugar subvertido, incluso degenerado.

La subversión está en el cambio de tenor épico y a la vez íntimo. Lo heroico aquí es femenino, pero no niega lo masculino, sino que lo pone en crisis sacándolo de su lugar hegemónico. También es de-generada (literalidad pornográfica exquisita) la película en mención, aunque el comportamiento de la escena sea ‘telenovelesco’. Pero hay más, el nivel de diálogo se produce entre la línea de avance argumental y el movimiento disperso de lo que les sucede a los implicados. Todo parece tener su equivalente, como si la sola referencia de una categoría nos hable de su opuesto. Como si pensar en la muerte nos hiciera vivir más intensamente.

 

LO OTRO Y SU INFINITO DETALLE
Poco a poco atendemos el nivel de convivencia entre estos aparentes opuestos. El deseo aparece en varias perspectivas. En Guillermina, la hija de María Concepción, la iniciación sexual es la promesa de la experiencia. En cambio para su madre, la película es su último deseo. El resplandor antes del oscuro. Su primer y último orgasmo.

El nivel de detalle es delicioso, al punto de considerar una progresión en los polos —perdón, remeras (suena tan lindo)— que usa María Liliana. Primero usa los emblemas de las bandas Motorhead, luego AC/DC y finalmente Iron Maiden. Las dos primeras, signos de la dureza del macho headbanger, para mostrarla distante, pero luego de acompañar a la otra María a los exámenes médicos, lleva la camiseta de “la doncella de hierro”. Otro tiempo comienza para quebrar la ley.

Lo masculino, como decíamos, no está anulado, sino más bien, replanteado. Gino Potente, el actor argentino estrella de las películas porno para señoras, es cáscara, coraza de galán que rápidamente desnuda su soledad. Es la única presencia masculina en gran parte de la obra, hasta el segundo acto, en que aparece el temeroso Pablo, el tenso y torpe noviecito de Guillermina. Me equivoco; también está Raúl, el policía cuya torpeza es la eyaculación precoz. Raúl, está ausente, sabemos de él gracias a que Nora, la hermana de María Concepción, cuenta su infortunada relación.

Las mujeres de la obra son voluntades dispersas. Nora siempre recuerda a su madre ya fallecida. El pasado es su tiempo natural y en esa nostalgia sufre recordarles a los demás, la imagen de sus propias madres. La repetición es su melodrama, como lo es su relación con Gino Potente, cuyo nombre verdadero también es Raúl. Y la del videoclub repitiendo que “la vida es un infierno”, una mierda solo superada por la muerte. Su tiempo duele. Soportable solo con ‘merca’ barata. Dura como la realidad. El futuro es Guillermina. Y siendo ese futuro, puede abortar porque así lo decide. Ella y nadie por ella.

Llegado el momento final (la muerte de “María Concha”) los caminos antes dispersos convergen al lugar donde ocurrieron siempre: la sala de casa. Todos juntos miran por primera vez la película porno. Gino repite sus diálogos mientras se mira en el televisor. Hace mímica de sus líneas actuadas. Lo pornográfico es la repetición de una misma imagen. Ahora, esta singular familia reza un Ave María y no Padre Nuestro. Podríamos decir que la vida de esta María está pasando delante de sus ojos. El espectador acompaña, porque este fragmento de su existencia, también le pertenece. Lo ha visto pasar. Y mientras todos observan el televisor, Guillermina, su hija, prefiere mirar a su madre.

En tiempos en que los consejos de la burguesía del espectáculo son guiados por la norma estándar de las series y el microteatro, celebramos la propuesta de Teatro Futuro. No solo por su hazaña de duración sino por cumplir de algún modo el pensamiento borgeano de “encontrar la ficción en la realidad y no al revés”. Aplaudimos la fe que esta obra, dirigida por Mariano Tenconi, tiene en la ficción pura. La misma fe que María Concepción tiene al crear un objeto ficticio para sobrevivir a la muerte. Entonces, todo el sentido se ha desplegado.

 

DESCUBRIENDO SU ALEPH
Además de las dos funciones de “Todo tendría sentido…”, y un conversatorio con los directores peruanos David Carrillo y Fernando Castro sobre el humor en escena, Mariano Tenconi impartió una clase maestra divida en dos días en el Ministerio de Cultura. Ahí los interesados, aficionados y profesionales de las artes escénicas del medio nacional (pude ver a varios colegas de otras ciudades) conocieron los intereses y perspectivas de su trabajo en torno a el mito de origen del escritor, la voz particular en la dramaturgia, conceptos de postproducción según Nicolas Bourriaud, y nos permitió conocer el trabajo de distintos artistas, entre ellos, su admirado Jorge Luis Borges. “Siempre está atravesando mi imaginario la obra de Borges. Creo que hay algo del leitmotiv de la obra, que además a mí me conmueve y me genera mucha solidaridad afectiva, que sería lo que hace ella [María Concepción] en la obra, salir a resolver en la ficción un problema que tiene en la realidad. Esto vinculado al deseo y goce. Me parece muy borgeano. Claro, a nivel formal, está más cerca de la obra de Manuel Puig que de Borges, ya Manuel trabajó su obra más en el tono del melodrama”, explicó.

El año pasado, en el marco de este mismo festival, Mariano presentó “La fiera”. Es decir, conoce, de algún modo las condiciones del festival. “Para estas funciones realizaron la escenografía acá. Nosotros solo trajimos los vestuarios. Esto permitió que las funciones hayan sido de la más alta calidad, como en las mejores versiones de Buenos Aires. De hecho creo que fueron de las mejores que hemos tenido nosotros. En ese sentido, me parece importante valorar el trabajo de los realizadores de escenografía y las buenas condiciones del teatro La Plaza que permitieron que nuestro equipo técnico trabaje para que el espectáculo salga lo mejor posible”, concluyó.

Imposible pasar por el alto el elenco: Lorena Vega, Maruja Bustamante, Flor Dyszel, Juan Rozas, Bruno Giganti y Agustin Rittano. Redoble por su fortaleza y fino detalle actoral. Un lujo entre el sofocante calor limeño de estos días.

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