QUÉ IMPORTA LA GUERRA, HABLEMOS DE AMOR
Escribe Paloma Gamarra

Lika (Andrea Alvarado) baila la que tal vez sea su última pieza con Marat (Diego Salinas).
Sentados en las butacas del teatro del Centro Cultural Ricardo Palma conversamos con Diego Salinas, Andrea Alvarado e Ítalo Maldonado sobre los inicios de la obra, la cual forma parte del repertorio que entrega el director Roberto Ángeles en el segundo nivel de su taller de actuación. Lo curioso fue que cada uno la montó en distintos momentos e incluso egresaron con obras distintas. Y aunque una vez graduados cada uno siguió su camino, Diego y Andrea volvieron a coincidir en otro proyecto, sucediendo lo inevitable: “La promesa” volvió a sus vidas.
“A Roberto le gustaron mucho las muestras de nosotros. En varias oportunidades nos dijo que deberíamos hacerla a nivel profesional”, cuenta Diego, quien interpreta a Marat. “Cuando volví a ver con Andrea conversamos sobre lo que él nos había dicho”. En ese momento, casi sin dudarlo, decidieron contactarse con Ítalo y armaron un grupo de WhatsApp (así se hacen las cosas en tiempos de millennials) con el nombre “proyecto prometedor”.
En su primera reunión no tenían director, productor ni espacio; solo eran ellos tres. “Pero estábamos enamorados del proyecto”, continúa Diego. Eso bastó para arrancar con el proceso, sin importar que al inicio tuvieses que fungir de productores. Director no había. Roberto los ayudó recomendándoles algunos nombres pero, finalmente, quedó él a cargo. El orden fue llegando: encontraron lugar y productor. Pudieron ahora sí abocarse a lo suyo: actuar.
REALIDADES TRANSVERSAS

La promesa queda hecha. PH: Paloma Gamarra.
La obra, escrita en 1965, narra la historia de tres jóvenes que se conocen durante la Segunda Guerra Mundial en Leningrado (hoy San Petersburgo), y aunque el contexto nos parezca tan lejano en tiempo y espacio, hoy en Lima de 2018, la historia cobra completo sentido al tocar temas tan comunes (y no por ello menos vitales) en los seres humanos como el amor, la convivencia y el instinto de supervivencia.
“Al principio ensayábamos con acentos, pero los fuimos quitando, nos quedamos con lo más esencial que, para nosotros, es ese tono seco característico de países como Rusia o Alemania. Más allá de eso no hay posibilidad para un distanciamiento”, explica Andrea. Y tiene razón, pues a medida que la obra avanza el público reacciona, es notorio su involucramiento con las vidas de Lika, Leonidik y Marat. Y es que “La promesa” –coinciden los actores– invita casi al voyerismo, pues las escenas se suceden siempre en el mismo espacio, muy íntimamente. Cuando el telón sube las luces están dirigidas a una cama, luego a una bañera, pronto a una mesa. Bastan estos tres elementos para que los personajes vayan de la niñez a la juventud y, finalmente, a la adultez.
“La obra tiene un corte realista”, comenta Andrea; “tiene mucho que ver con el naturalismo y aunque sí hay una transformación al pasar de acto en acto, pues las edades de los personajes son distintas, tiene más que ver con la energía, con el peso que le damos, manteniendo siempre la misma esencia”. Sucede que estos transitan del durante al después de la guerra con una única misión: “sobrevivir”. Familiarizados con la muerte, el hambre y la soledad, esta se pierda, quedando con nada más que el afecto entre los tres, afecto que no están dispuestos a entregarle a la guerra.
Así como ellos, la obra tuvo también un proceso de madurez. Cuenta Ítalo que “al principio Roberto, Diego y yo hicimos una adaptación. Para ello leímos mucho, no solo la adaptación original de Alexei Arbuzov, sino otras más. Recortamos algunas cosas, pero lo que sí quisimos mantener, incluso enfatizar, fue el tema de la promesa”.
“Es lo que va a mover a que los personajes se sigan encontrando”, sostiene Diego; “hemos cuidado de tenerla presente en todos los actos. Es el desencadenante del drama pero también, el ajuste de cuentas que llega hacia el final de la obra”. Es así que somos testigos de cómo los personajes, a pesar de crecer, desarrollar vidas distintas, siguen conectados, confeccionando sus sueños, trabajos –incluso sentimientos– en torno a esa promesa, a cumplirla, a no fallarle. A no fallarse.
JURAMENTOS PENDIENTES

La adaptación teatral de Roberto Ángeles mantiene la esencia del texto original de Alexei Arbuzov.
Ítalo se excusa y asegura que “aunque suene a cliché, lo más particular de la historia es que en tiempos de guerra se hable del amor”. Arbuzov lo hizo y fue duramente criticado por eso. Sin embargo, su mensaje en el tiempo ha sido mucho más poderoso.
Empero, esta no es la típica historia de dos personajes luchando por su amor con final feliz. “Aquí la dificultad no es el amor –dice Diego– sino aprender a ser felices los tres, amándose”. Así, el triángulo amoroso que se forma va mucho más allá de la habitual “pelea por la chica”. Tal y como lo explican los protagonistas, tiene que ver con aceptar el amor existente entre los tres, ceder y aprender a convivir con ello.
Pero tal vez sea esta una de las interrogantes más interesantes que plantea la trama: ¿un hombre de verdad puede ser un hombre sin amor? A través de la guerra se nos muestra lo doloroso de la pérdida (ya sea por muerte, lejanía o trabajo) pero –y es este un pero gigante– cuando se pierde el amor, se hará todo lo imposible por recuperarlo, por tenerlo de vuelta. De no ser así –esboza la obra–no se está completo, algo siempre va a faltar. Por eso cuando se les haga la pregunta “¿eres feliz?” no podrán mentir. ¿Dónde más sino en la guerra para aprender amar? No importa la circunstancia, el amor siempre ha de prevalecer.
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Autoría de la foto de Roberto Ángeles en la portada: diario El Comercio.
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