MUJERES DE ESVÁSTICA
Escribe Paloma Gamarra
Basada en la investigación de Héctor Levy-Daniel, dramaturgo y director argentino, “Las mujeres de los nazis” fue la obra que Daniela Lanzara eligió para ser su ópera prima. “La inquietud de la Sra. Goebbels”, “La convicción de Irma Grese” y “El dilema de Geli Raubal” son las tres historias que la componen. Aunque unidas por el contexto de la II Guerra Mundial, cada uno posee su propia narrativa y dinámica. Hallarlas sin que pierda unidad fue el principal reto de la joven directora.
“Necesitábamos encontrar una estética que unificara sin quitarle independencia a las historias. Cada una me pedía un lenguaje distinto, eso fue lo más complicado, pero poco a poco fuimos encontrando elementos de unidad como también de separación”, comenta Daniela.
Una banca, una silla y un proyector fueron la única utilería que necesitó para vestir el escenario. Los espacios están representados con estos objetos que transportan al público a la Alemania nazi sin necesidad de ver las bombas, las ciudades destruidas, ni las miles de víctimas.
Continuando con la esencia minimalista, Lanzara encontró en las actuaciones de Macla Yamada, Lissette Gutiérrez e Iván Chávez, los personajes ideales para ir de una historia a otra. Ella asegura que nunca pretendió esconder que eran los mismos actores rotando papeles: “No hay que subestimar al público, los iban a reconocer. Por eso no había necesidad de que alteraran su voz o de más cambios, era su actuación lo que importaba”.
La potencia de la obra está en las sutilezas que la acompañan, pero sobre todo en las cargas detrás de cada vida. “La intención no era que el público se quede con la imagen de Hitler, o el nazismo”, dice con convicción Lanzara, “sino ver hasta dónde puede llegar la humanidad”.
SRA. ALEMANIA
Unas telas viejas cayendo desde el techo del escenario, una banca, la iluminación cálida y el sonido constante de los rieles: así nos adentramos en la primera historia que transcurre en el interior del vagón de un tren, uno que no va ningún lado, metáfora sutil para comprender la historia de Magda Goebbels (interpretada por Lisette Gutiérrez) en el limbo de su vida.
Ella es la mujer ejemplar del Tercer Reich, esposa del ministro de Propaganda y uno de los hombres más cercanos a Hitler. Magda se muestra como una mujer cruel: “No me interesa, no me importa”, le dice a Víctor (Iván Chávez), un judío con quien tuvo una relación años atrás, cuando este le cuestiona su comportamiento, develándola tan asesina como su esposo o cualquier otro nazi.
Víctor está ahí para contrastar el estilo de vida de Magda. Si la Sra. Goebbels es casi la realeza de Alemania, él representa todo lo contrario. Un hombre pequeño en esencia, cuya raza lo vuelve débil. Ante ella, una escoria. Y, sin embargo, se encuentran ambos en el mismo tren en el que van todos los niños a los que indirectamente asesinó. Pero ella no se inmuta, no se arrepiente. Qué importa ser asesina si eso le brinda estatus, visibilidad.
“El rol de la mujer no siempre ha sido el de un ser vulnerable”, explica Daniela haciendo referencia a esta faceta femenina poco explorada en el contexto de la guerra, que sitúa a la mujer como protagonista sin que eso sea sinónimo de debilidad.
Así lo entiende el personaje de Magda. Entiende que tuvo que envenenar a sus seis hijos y suicidarse para sopesar la vergüenza de la derrota nazi y la pérdida de todo lo que consiguió mientras tuvo poder. Es el final de su sofisticada vida como la esposa y madre ideal, pero no hay en ella pesadumbre, solo consciencia de lo que hizo con tesón por sus ambiciones.
EL ÁNGEL DE LA MUERTE
En la misma banca ahora esperan pacientemente tres personajes cuyas historias se irán entrelazando. Aunque la protagonista es Irma Grese (cobra vida en Macla Yamada), conocida como ‘El ángel de la muerte’, enfermera y mano derecha del director del campo de concentración en Auschwitz. A su lado, dos personas cruciales hacia el final de su vida: la enfermera que la ayuda a abortar (Gutiérrez) y el verdugo que la ahorcó (Chávez).
Para dar a conocer estos testimonios sin que se vuelva tedioso para el público, Lanzara propuso un orden para que las actuaciones sucedieran en turnos, entremezclando las historias una a una. “Solo son personajes contándote sus vidas”, aclara, “había que encontrar una manera que no sea aburrido”. Ir de una vida a otra, es lo que da ritmo y movimiento a esta escena.
A pesar de lo siniestro de sus personalidades, revelan fragilidad, atisbos de humanidad que parecieran imposibles si se sabe a Auschwitz como principal escenario de ejecuciones. “Quise que el público entendiera que estos seres humanos, imperfectos en su naturaleza, tuvieron que tomar decisiones en determinados momentos y que fueron juzgados por eso”, concluye Lanzara. Y aunque las fatales acciones no están justificadas, sí podemos percibir a los personajes con mayor grado de empatía.
El verdugo se convierte en un hombre que quiso seguir con la profesión que le heredaron. La abortista quería ayudar a cuantas mujeres pudiera para que no fueran asesinadas. Y finalmente, ‘El ángel de la muerte’, veintidós años y el anhelo de servir a su nación y convertirse en alguien de importancia.
LA MUSA DE DIOS
Aparecen fechas en el proyector, Geli Raubal (Yamada), sola en el escenario, con un vestido azul, nos mira y, como si leyera su diario, nos va narrando poco a poco lo que fue su juventud desde el interior de la casa del Führer. Admirada y envidiada, la preferida del líder nazi se mudó con su madre a los quince años a la casa de su querido “Tío Adolf”.
Obtuvo, desde ese momento, toda la atención que jamás imaginó y le encantaba. Los regalos, vestidos nuevos y las fiestas a las que iba del brazo de su tío nunca se sintieron mal, ni siquiera cuando este le pedía acompañarla al baño, verla tocarse.
Geli va contándonos sus confidencias, a veces aparece su madre (Gutiérrez) y otras Emil (Chávez), su primer amor y el chofer de Hitler, quien fue despedido cuando el romance se descubrió. Por momentos mira directamente al público, otras, se dirige a su mamá, inmiscuida en el trance de su historia. Poco a poco la narración va develando un cambio en la personalidad de la joven, viéndose cada vez más miserable con sus privilegios.
Ver el recorrido de las protagonistas, desde su siniestro encuentro con el poder hasta la caída del régimen más perverso que asoló Europa, es lo que expone la obra. Y la particular visión de Daniela Lanzara –una apasionada de la Historia– permite advertir sus pequeñas muestras de fragilidad. A pesar que ninguna muestra arrepentimiento, la precisión de la directora se encumbra al no juzgarlas. Hicieron lo que tuvieron que hacer para ser más. Más influyentes. Más poderosas. Más admiradas. Así eran las mujeres de los nazis.