(DES)CONCIERTO DE UNA GALLINA CLUECA
Escribe Gabriela Javier
En escena, un sujeto identificable como masculino se presenta como Josefina, una gallina que se jacta de ser “ponedora” y de cuidar con esmero los huevos que “nacen” de ella. Estos, siempre sin potencialidad de vida, como un resultado del momento, están contenidos en parrillas que cuelgan del techo del escenario, como si de un cielo se tratara. Debajo, un actor afirma conocerlos mejor que nadie: saber sus nombres, sus gustos, fechas de nacimiento e, incluso, sacarlos a pasear para compartir momentos en familia, situación que confirmamos con la proyección de fotografías que se realiza sobre la pared cubierta de papel craft, en la que también está trazado el mapa de su lugar de origen.
PROPUESTA POLISÉMICA
El espectador debe asumir el pacto ficcional y trabajar con el desconcierto que puede provocar el que un hombre se identifique como una gallina. Progresivamente, nos vamos dando cuenta de que se trata de un discurso autorreferencial, que la persona-actor José Flores lo ha construido sobre la base de su experiencia personal sobre lo que significa ser diferente y sobrevivir en una sociedad que violenta y somete a la sumisión a quienes escapen del orden “normal”.
Esta “normalidad” —generada por la dicotomía excluyente de lo masculino/femenino— es aquella que Jose(fina) reconoce como un espacio que no la deja ser el(la) misma. Sin embargo, esta no es la única interpretación posible. Otra mirada podría reconocer en el discurso que se trata de un hombre homosexual que se enfrenta a la mirada desaprobatoria de la sociedad y que debe generar su propio espacio para poder sobrevivir de acuerdo con su identidad. En todo caso, desde nuestra mirada, consideramos que la fábula de “Josefina la gallina puso un huevo en la cocina” se emparenta más con cómo tramita el personaje-sujeto-actor su relación con una sociedad que deja de lado lo que no encaja en ella. Esta lectura nos permite una mirada más amplia sobre un tema relevante y universal.
En escena, Jose(fina) cuenta con la presencia de un acordeonista (Alberto Rosas), cuya interpretación puntúa los momentos más relevantes de la puesta en escena y acompaña el tránsito de la gallina, que no solo es escénico, sino que retrata un movimiento espacial desde Ciudad Juárez hasta México D.F., lo cual es posible de leer como un viaje liberador, siempre visto con melancolía y emotividad, siendo que la violencia en su ciudad de procedencia resultaba abrumadora, llenándolo de miedo.
Este sentimiento, precisamente, es posible de ser identificado como un elemento que lo hace poner huevos. Y no solo el miedo, sino también el amor, la alegría, el dolor. De esta forma, los huevos constituyen una metáfora de los sentimientos (los que cuida con esmero), de cómo tramita con ellos, cómo los procesa y cómo se readapta a una sociedad violenta y excluyente. Esos huevos son un modo de recordar cada emoción vivida.
Por otro lado, el desplazamiento/viaje es llevado a escena mediante un trabajo corporal del protagonista que revela una dramaturgia escénica no tradicional. Así, la naturalidad de los movimientos del hombre que desea bailar de un modo más libre, o de la gallina que se acicala, tanto como el empleo de los elementos dispuestos en el escenario, aportan una marca estética del colectivo Vaca 35.
LA FRAGMENTACIÓN DE LA IDENTIDAD EN ESCENA
Josefina la gallina habla desde un espacio escindido, desde un lugar que ella misma ha creado para sí como única forma de asegurar su sobrevivencia. Su viaje, tanto físico como espiritual, que ha construido su identidad, es expresado estructuralmente a través de una dramaturgia fragmentada, que no es lineal, y que obliga al espectador a ubicar puntos de anclaje para procesar el hecho escénico. Entonces, este se ve afectado más por la fisicalidad que expresa la vulnerabilidad del intérprete, que intelectualmente.
Desde nuestra perspectiva, esta es una de las mayores deficiencias de la puesta en escena. Si bien el trabajo físico de Flores es notable, el discurso no consigue trascender más allá del momento, como si de una fotografía se tratara. Tal y como lo son sus “huevos”. Los temas abordados no logran contundencia y la abundancia de imágenes y de lecturas posibles alejan al espectador, quien puede quedarse sin puntos de anclaje, quizá, debido a la marca subjetiva propia de esta puesta en escena que, si bien toca un tema universal, lo hace desde el lugar de enunciación del protagonista. La honestidad, que en un inicio de la puesta en escena resultaba elocuente y constitutiva de la obra, encantadora, termina por desbordarse y debilitar el discurso.