1968: UNA ODISEA PERUANA EN EL ESPACIO
Escribe Eder Guardamino Cavezas
Desde su primer despegue, “Astronautas” (2011) ha logrado perfilarse como una de las obras más lúcidas de la dramaturgia peruana del nuevo siglo. En pocos años esta comedia con toques de drama y ciencia ficción sondea con su mirada madura y peruanista los esquivos dilemas de la identidad nacional.
Tras dos temporadas previas (una en el Museo de Arte de Lima entre 2011 y 2012 y otra en el Teatro de la Universidad del Pacífico en 2018), el Festival de Artes Escénicas de Lima la trae a escena por tercera vez en una versión que pone a prueba las pautas aplicadas en su proceso creativo.
La obra es un grato ejemplo de escritura colectiva liderada por Jorge Castro, quien, además, dirige la puesta, juntando a Mateo Chiarella, Héctor Gálvez, Gino Luque y Gerardo Ruiz Miñán para crear una delirante fábula —la conquista peruana del espacio— en una época poco explorada en las tablas: el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.
Para narrarlo “Astronautas” traza, sin intermedios, dos episodios marcados por la realidad y la ficción. En el primero se despliega un trabajo de contextualización histórica y cronológica, que se apoya en los recursos audiovisuales, que aporta verosimilitud a la trama y que sostendrán la segunda parte, más ficticia e utópica.
HÉROES PERUANOS
La historia inicia en 1968. Los autores delinearon un marco espacio-temporal coherente amparado en los años del gobierno revolucionario del general Velasco Alvarado y la carrera espacial entre la URSS y Estados Unidos, y personajes escénicamente esquemáticos y funcionales.
Aparecen aquí Ayar Manco, Ayar Uchu y Ayar Cachi, protagonistas acordes al pensamiento de reivindicación nacionalista del alto mando. Irónicamente, cada uno proviene de un estamento diferente: casi impermeables entre sí por sus creencias y, sobre todo, por su origen étnico.
Manco (Eduardo Camino) es un piloto de la Fuerza Aérea, cuya determinación y temple no cuestiona el acatamiento de una orden superior. Camino domina un personaje con implacable severidad y una energía marcial que pretende impartir a sus compañeros casi sin pestañar.
Uchu (Óscar Meza), por su parte, es comando de supervivencia del ejército con estudios en medicina. Este rol, que en el elenco original fuera interpretado por un rudo Pietro Sibille, no amilana a Meza, quien añade dosis de histrionismo y sensibilidad al único personaje mestizo, lo que devendrá en el eje de los conflictos más álgidos de la obra. Y Cachi (Manuel Gold) es el ‘genio’ de la tripulación.
De sus conocimientos de física y matemática dependerán las coordenadas que logren llevar la misión a la Luna. Gold aplica aquí toda su experiencia ganada en comedias en favor de un personaje encantador y grácil que rescata ciertos clichés habituales del nerd para aportar en el éxito de la odisea.
PERDIDOS EN EL ESPACIO
Así, las buenas caracterizaciones de Camino, Meza y Gold ayudan a construir la idea de equipo y, al mismo tiempo, el imaginario de nación. Este factor sostiene la segunda mitad de la obra que, inspirada por la épica fantástica, guía la historia hacia una narración episódica, a veces, demasiado detallada.
Aunque la puesta gana en emoción y detalles, pierde algo de su buen ritmo. Aquí los elementos técnicos cobran una estética singular y funcional. Las luces, por ejemplo, marcan el sendero de estrellas que guía a los expedicionarios, mientras la música incidental tiñe la travesía de un tono futurista y enigmático.
Las estructuras metálicas bastan para marcar idóneamente los ambientes (desde un vestuario a una nave sideral) sin opacar la fluidez en los cambios de escena. A siete años de su estreno, “Astronautas” busca en los infinitos confines del universo, alguna señal que aterrice nuestro pospuesto proyecto de país.
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