NO ERES TÚ, SOY YO
Escribe Paloma Gamarra
Sube el telón y frente al público están de pie Priscilla y Manuel. Saludan, se presentan y dicen cordialmente que lo que estamos a por presenciar es, precisamente, a ellos actuando. Lo que veremos, pues, es un intento por develar qué significa el amor o cómo se reinterpreta este afecto en estos tiempos, a través de siete historias (siete parejas) sentimentales, disímiles entre sí.
“Me entregan estas historias sueltas de diferentes autores y nacionalidades –cuenta Rodrigo Falla, director de la obra– y lo que no me motivó es que no tuvieran ninguna conexión. Yo quería un reto para los actores, los quería a ellos contando siete historias en siete mundos, pero, además, que el público los vea en riesgo, cambiando de vestuario y pasando de un personaje a otro”.
Lo que Falla consigue con esta estructura, es un ambiente natural entre el público y los actores, exponiendo frente a los primeros el trabajo de los segundos: la rapidez con la que cambian de vestuario, los segundos de proceso entre una risa histriónica y una mirada triste, la modulación vocal para saltar de un personaje a otro, entre otros detalles que demuestran su pericia técnica. Pero, tras la destreza, se advierte a los seres humanos que comparten ese espacio mágico en el que todo ocurre.
Al fondo del escenario, dos biombos en cada extremo y un colgador con siete cambios de ropa que van desapareciendo a medida que las historias transcurren. Y aunque no hay momento de pausa, durante la transformación el público es testigo de sus interacciones. “Siempre te queda genial ese papel de histérica”, le dice riendo Manuel actor a Priscilla actriz. “¿Sí, no?”, responde ella mientras siguen cambiándose tan rápido como pueden. Así, en ese breve interludio, en esa suerte de agujero negro vestido de metateatralidad, pasan de ser una pareja de recién casados a una relación tóxica, de unos jóvenes que siguen intentando encontrar la pareja ideal a otros que han perdido la pasión; y seguimos contando.
UN ARQUETIPO LLAMADO AMOR
El amor, tema universal por antonomasia, gozado y sufrido por todos, afronta hoy cierto rechazo y estigma en cuanto su demostración pública. Una actitud romántica puede considerarse cursi, desatando la burla y risa colectiva. Este fue uno de los principales retos que enfrentó Rodrigo al trabajar en clave comedia, buscando no quedarse en la superficialidad ni el facilismo. “No pensé que era amor” divierte, pero sus diversas aristas reflejan realidad: la infelicidad en pareja a causa de uno mismo, la ironía de quien quiere ser tan miserable como su madre, amar a quien nos hiere, entre otras situaciones.
Estos universos que nos presenta, con “demasiada hipérbole” –como denota Falla–, son en los que mejor se esconde la verdad: escenas de mucha crudeza, donde la realidad golpea y la sinceridad de la interpretación se superpone. “Me enfoqué en que sea vea como una parodia de nosotros mismos, gente que busca, por ejemplo, a la persona que lo hará infeliz, de esas veces que es escandalosamente notorio que te hace daño, pero tú lo quieres”.
Asegura que darle sentido a cada situación es lo que hace que un texto, que de por sí es cómico, no se sienta forzado, obligando a la risa y ni que empalague al espectador. Reírse de uno mismo es una máxima en la vida del director e intenta, a través de la obra, de contagiarlo al público. “Es una manera de que la gente aprenda a reconocerse en el escenario y reírse de eso, de las cosas que hace y dice cuando está enamorado”.
Estas parodias están llenas de arquetipos que nutren las variantes del amor. Engloba en estos famosas frases que anticipan el quiebre de una relación, como “tenemos que hablar” o “¿y ahora quién se queda con el perro?” Falla cree que estos no son clichés sino parte de nuestra cotidianidad de pareja, lugares comunes que, gusten o no, finalmente usamos y que, para él, permiten un vínculo de identificación con los que van a ver la obra.
DEJAR DE IDEALIZAR
En la vida, a diferencia del teatro, no podemos repetir escenas, no hay un botón mágico que retrocede diez segundos hasta encontrar la frase perfecta para agradarle al chico o chica que nos gusta. Vivimos épocas en las que creemos más en el divorcio que en el matrimonio. Aprender a no idealizar y aceptar que el amor no siempre será una experiencia agradable ayuda a enfrentar la realidad con más ligereza.
Lo que el filósofo polaco Zygmunt Bauman denominaba “amor líquido”, que –resumiendo– enfatiza lo fugaz que se han vuelto nuestras relaciones y la dificultad que encontramos hoy en día para entablar vínculos sólidos con otros, a lo que también denominó el “fin de la era del compromiso mutuo”, es lo que Falla matiza en estas siete historias. Sin embargo, el director posee una perspectiva mucho más optimista, situando al espectador ante la idea de que el amor no es tan grave ni una cosa sagrada que cuidar y proteger, pero sí un trabajo de “inagotables esfuerzos” si queremos que funcione.
Con una estructura fragmentada, una actuación honesta y un equipo joven, la obra baja del pedestal al amor, no lo glorifica, sino que lo desviste y entrega al público. Priscilla y Manuel nos dicen que el amor no siempre es excepcionalmente bueno. Comprendemos así que, si acaba, sufriremos un rato pero que eventualmente retornará a nosotros, y en el camino se nos permite reírnos.
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