MÁRTIR CLANDESTINA
Escribe Eliana Fry García-Pacheco (*)
César De María pasa, como todos, ocho horas de su día en una oficina. Pero a él, las ideas lo rondan constantemente. La resolución de una de sus obras o las intrigas de sus personajes pueden llegar en medio de una reunión de directorio. Su cerebro, incansable, articula varios textos dramáticos a la vez, así que cerrar uno de ellos puede tomarle años. “Más que hacerla, me tomo años de pensamiento para darles capas y encontrar alguna referencia de la cual yo pueda ser tributario. Cuando trabajas con apuro no puedes tener ese tipo de aporte o de libertad. Por eso una obra me puede tomar cinco, ocho años”, explica desde la confianza de su método de escritura.
¿Y cómo no repetir ideas, conflictos o características de sus protagonistas trabajando tantas historias a la vez? “Hacer varias me ayuda, justamente, a encontrar sus particularidades –explica-. Me digo: esta es con hombres, esta con mujeres o esta con estructura brechtiana. Además me sirve para contrastar todo lo que escribo. A veces estoy en algo violento o terrible y necesito escribir algo inocente. Pero yo no soy quién para decir si está bien o mal lo que escribo, mis obras se tiene que defender solas.”
EMPIEZA EL VIAJE
Por asuntos laborales, en el 2010 De María terminó en una mina en Moquegua. Fue en su visita a esta ciudad del sur que conoció los restos de santa Fortunata, cuyas reliquias fueron enviadas desde Cadiz, España, en 1796 y que demoraron dos años en atravesar continentes hasta llegar al Perú. “La historia me maravilló y me removió la fe. Pero también me pregunté si era cierta la forma en que llegó al país así que me inventé esta historia paralela con dos protagonistas dedicados al teatro ya que la comitiva original se dedicaba a asuntos no tan santos”, asegura divertido el dramaturgo.
Siempre tuvo decidido que Juan del Camino fuese actor. Luego, nos explica, agregó la capa de la culpa con la muerte de su esposa a causa de sus mentiras. “Eso lo acerca a Dios pero luego me pregunté si ha creído realmente. Por eso empecé a voltearlo hacia la platea para que cuente lo que va pasando y proyecte sus dudas. Después sumé más recursos irreales. Pensé que podía hacer lo que quisiera si iba a ser narrado por una banda de actores en gira; puedo tener un naufragio, caníbales, puedo permitirme cosas, más de esos eventos grandes que el actor puede explotar con la corporalidad, con la voz y con demás imágenes que tiene los directores. Solo me faltó la erupción de un volcán, hasta ahora sigo pensando dónde ponerla pero ya parecería demasiado jalado de los pelos”, y ríe con la cabeza hacia atrás, llenando de jocosa sonoridad el espacio donde conversamos, hasta entonces muy silencioso.
EL PERIPLO DE LA FE
De niño, César era religioso que, aclara, no es lo mismo que ser creyente. Para él, hay personas que tienen total fe en Dios como hay quienes no creen en absoluto. “Yo siento que estoy como al medio. Quisiera poder afirmar tajantemente que sí creo o que no creo. Pero creo, por ejemplo, en el milagro que un santo le hizo a una gran amiga mía. Creo en esa santidad pero no en toda la iglesia ni en Dios. No sé si eso sea posible, creer en una y no en la otra.”
Lo mismo pasa con el español Juan del Camino y Tomaso Malespina, el especialista en efectos teatrales más importante de Italia, quienes transitan entre la fe y la duda según cómo la vida se comporta con ellos. Para el autor, es el mismo símil que se utiliza cuando un avión va a caer a tierra: no queda ni un ateo abordo. “Pasan por tales peripecias que podrías pensar que creen en Dios por todo lo que les sucede. Pero, a la vez, podrías tomar esos sucesos como milagrosos y eso, para mí, es lo más bonito de escribir: que la gente se quede tan emocionada como pensativa.”
Así, “El viaje de la santa” constituye una crítica muy dura al accionar de la iglesia como organización, como fuente de poder, como eje de dominación popular. Arguye César que “estamos hablando de una iglesia que intriga políticamente. Ahora son evidentes muchos tejemanejes que en ese momento no eran notorios. Es como con el grupo Chavín de Huántar, uno tiene que castigar a los verdaderos culpables y no a todos los miembros. Si queremos que haya Policía, acusamos a los ‘coimeros’, no a todos. Si queremos que haya Ejército, entonces acusamos a los asesinos infiltrados en esa organización. Si queremos que haya una Iglesia que haga el bien y que funcionen sus cosas buenas, acusas a los malos o a los que extreman su punto de vista. Sino habría que postular la desaparición de la Iglesia y no sé si es para tanto, ¿o sí? De repente sí. ¿Ves? Eso es algo que hay que discutir con el espectador”.
DRAMATURGIA ESCÉNICA
Lo divino puede ser oculto y eterno, igual que el teatro. “El teatro tiene una magia oculta y eterna como la devoción”, delibera el autor, recayendo en el significado de sus propias palabras. “El teatro es una devoción, es una forma de creer en algo, de congregar a la gente para creer todos en lo mismo, para compartir la misma emoción, codo con codo, aunque no nos conozcamos. Siempre he pensado esto y recién esta obra me da lugar para hablarlo.”
Mientras César escribía, en su imaginario rondaban referentes muy claros: “Allpa Rayku” de Yuyachkani, “El sol bajo las patas de los caballos” que montó Cuatrotablas y “Érase una vez un rey”, del grupo chileno Ictus, formado en 1955. “Más que un gran montaje con barco de verdad y con obispos, esto es una reunión de personajes esperpénticos haciéndose pasar, con lo poco que tienen, por piratas y sacerdotes”, comenta César, para quien la dirección de Teresa Ralli resultó precisa. “Quiero que la haga todo el mundo, colgarla en Internet aunque mi primer interés es que la haga el grupo Olmo, de Marco Ledesma, en Trujillo, quienes ya han trabajado varios de mis textos”.
No importa si para Malespina, su acercamiento al dogma surge como resolución de manotazo de ahogado pues para ambos personajes, la formación de la duda cristiana puede transpolarse al arte y leerse en esta duda, en esta inconformidad, en esta búsqueda contante de nuevos lenguajes, al catalizador de creatividad que todo artista necesita. “El viaje de la santa” traspasa el sesgo metateatral sobre el que se construye para convertirse en un verdadero homenaje al teatro. Las líneas finales de la obra lo explican mejor: “Si alguno con esta historia ha dejado de creer que se consuele pensando que algún otro halló la fe. Porque la verdad no es más que una mentira desnuda y el teatro es nuestro puente entre la fe y la duda.”
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(*) Escrito originalmente para el Festival Sala de Parto 2016.
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