EPISODIO 1 – EMANUEL SORIANO
Escribe Eliana Fry García-Pacheco
Dos actos y tres horas de función después –las cuales ni se sienten-, la obra termina. La sala entera se pone de pie y aplaude largamente a Emanuel Soriano. Se lo merece. A sus veintiochos años ha hecho cine, televisión y, por supuesto, teatro. Mucho teatro. Teatro para niños, teatro para adultos, teatro con prevalencia en el texto, teatro de trabajo físico. No ha dicho ‘no’ a nada y ha sabido abrigar con talento cuanta propuesta le hiciesen. Si el éxito existe pues se consigue trabajando. Nada es gratuito. Como tampoco lo es que la luz cenital lo alumbre directamente en uno de los teatros más importantes del circuito oficial de nuestra ciudad.
En medio de las grabaciones de “Django 2”, conversamos con él sobre la larga preparación que le significó construir al personaje de Cristóbal, un adolescente con autismo, en “El curioso incidente del perro a medianoche”. El trabajo empezó desde el año pasado junto a su directora Nishme Súmar, quien sumó al equipo al psicólogo y terapeuta Pedro Sánchez, especialista en niños con Asperger. Juntos se internaron en el colegio Áleph a observar el comportamiento de dos niños con las mismas características extraordinarias que el magnífico Cristóbal posee. Pero, como bien detalla Emanuel, no fue solo un espectador del cotidiano de estos alumnos sino que pudo interactuar con ellos: amistar, conversar, jugar. Lo mismo con la profesora de prosodia, quien lo instruyó en la correcta pronunciación y acentuación de las palabras. “Tenía que tratar de hablar como ellos sin caer en el estereotipo, lo mismo con los movimientos. En las exploraciones solía tensar mucho las manos o el cuello. Pedro me explico que ese era una acción real pero solo cuando se encuentran en una situación extrema”, explica el joven actor. “Tomé la oportunidad con responsabilidad.”
La oportunidad de conocer en la intimidad el mundo que le tocaba representar lo había apabullado de información. Ahora había que bajarla al cuerpo, interiorizarla para materializarla. Pasaban los ensayos y cada vez se hacía más tangible la necesidad de ser fiel a un tema casi inexplorado en nuestro teatro. El reto aumentaba en tanto entendía que la verosimilitud que anhelaba alcanzar dejaba de responder a una necesidad estrictamente actoral: de su trabajo (no el suyo solo; el teatro es un sustantivo singular que siempre refiere pluralidad, al conjunto, al todos) dependía empezar a quebrar paradigmas sociales, incluso a construir una mejor ciudad/sociedad. Suena utópico y hasta pretensioso. Pero así de determinantes debieran ser los estímulos de los creadores.
SELVA METROPOLITANA
Como es sabido, la obra en cuestión es idea original del libro homónimo escrito por el inglés Mark Haddon, adaptada al teatro por el dramaturgo -también inglés- Simon Stephens y vuelta a adaptar en Lima por Daniel Amaru Silva. En esta decisión reside el éxito de la propuesta montada en el Teatro La Plaza. Si bien el trabajo de Emanuel es tan preciso como sutil y delicado, el público logra realmente conectarse con esta historia cuando reconoce como suya esa ciudad caótica y egoísta tan bien representada por el ensamble de actores que acompaña al protagonista. Entre ellos se encuentra Óscar Meza, quien indica que “la obra nos cuestiona sobre cuán preparada está Lima no solo para recibir a gente con estas características sino a la gente en general si somos agresivos o carecemos de empatía”. Y Daniel Amaru Silva, cuyo trabajo dramatúrgico se caracteriza por saber fragmentar situaciones humanas tan complejas y obscuras en estados de sensibilidad y verdad, acertó con proeza al adecuar la narrativa a nuestra realidad: desde los nombres de los personajes (incluyendo a Cueto, el perro) hasta el detalle de los ambientes y situaciones, pasando por los referentes (como el juego de frases). Otro aporte es el uso del aparte (característica de las narrativas monológicas) y de los coros, refrescando ambas formas para romper de tanto en tanto la cuarta pared.
Subirse a un bus. Salir de casa. Pasear por el parque. Prepararse la cena. Todas situaciones regulares, diarias a las que puede enfrentarse un adolescente neurotípico (“normales” como nosotros, glosando el término). Y se da por sentado que lo haga, que las realice. Sin embargo, cada una de estas tareas significa para Cristóbal un verdadero desafío, casi un viaje. Y es consciente de ello, sabe de su condición y las diferencias que tener Asperger supone. Empero, es un niño autista de alto funcionamiento, situación poco común que implica que puedan, entre otras características, hablar con mayor facilidad y desarrollarse casi solos.
Todos estos conceptos fueron introducidos por el supracitado especialista, cuya colaboración fue imprescindible para que el grupo alcanzara verosimilitud. Así, Sánchez no solo compartió con Emanuel el detalle de una serie de casos (“muchos de ellos extremos”, recuerda) sino que se preocupó porque el ensamble entendiera todos los esfuerzos por los que atravesaba Cristóbal. Su sensibilidad extrema frente al mundo que lo rodea, sus manías (como odiar el color amarillo) y ser patológicamente incapaz de mentir, implicaba que los actores reconsiderasen que los conflictos del protagonista eran más intrincados que los que proponía el texto per se.
Por ejemplo, en la primera escena, cuando un policía interroga a Cristóbal por el cadáver del perro de la señora Suárez, debían tomar en cuenta una serie de rasgos físicos y psíquicos: a Cristóbal le cuesta empatizar o vincularse con desconocidos, procesa más lento y detalladamente toda información que se le brinde, por tanto demora en responder. A ello sumarle una serie de factores exógenos que lo mortifican: la bulla, la rapidez con la que habla quien lo interpela o que intenten tocarlo. “Nuestro mundo tiene demasiada información para Cristóbal –agrega Óscar-. Nuestro trabajo era al revés y consistió en que nosotros captáramos todos los detalles y sensaciones que travesaba él, descubrir nuevos obstáculos. En los ensayos tratábamos de poner a Emanuel siempre al límite.”
EL ARTE DE LA OBSERVACIÓN
Así se titula un largo escrito de Bertolt Brecht en el que trata de enfatizar por qué la labor de observación del actor es tan importante. Y no se limita, como puede parecer obvio, a ser real con lo que éste ve e interpreta. Leamos: “Tú, actor, antes que cualquier otro arte debes dominar el arte de la observación. Porque tu apariencia no importa, importa lo que has visto y lo que muestras. Merece ser conocido lo que sabes. Te observarán para ver el grado de perfección con el que tú has observado”.
Si Emanuel consigue acercarse a la tan anhelada “verdad” (esa suerte de Santo Grial perseguido por los actores en cada proyecto escénico al que se abocan) es gracias al trabajo arduo de la directora Nishme Súmar, quien ha sabido jugar y desafiar a todos los actores por igual, creando sin utilización de escenografía y casi nada de utilería, las diversas atmósfera por las que viaja Cristóbal. Ha sido capaz de crear ambientes e imágenes tan poéticas como caóticas. Ha sabido dejarse acompañar y aconsejar por Diego Gargurevich y Ana Chung, dos grandes bailarines con los que compuso el diseño de movimiento y las coreografías.
Con un ensamble variado en técnicas teatrales pero sostenido en nivel, es gratificador ver a una experimentada Sofía Rocha transformándose de una vendedora ambulante a una ocurrente directora de escuela o a Grapa Paola, cuya vecina es inolvidable. En el ensamble ninguna figura resalta individualmente sobre el resto pues todos han entendido la importancia de contener, estimular y darle confianza a Emanuel. Sin duda, ha sido fundamental que él haya trabajado anteriormente con casi todos (por mencionar algunos ejemplos, Nishme ya lo había dirigido en “Pinocho” y en “El mundo invisible”; Gonzalo Molina también lo dirigió en “Peter Pan”, además de compartir tablas en “Crónica de una muerte anunciada”, también protagonizada por Emanuel; con Óscar Meza estuvo en “¿Quieres estar conmigo?” y “Número reales”; con Anaí Padilla, en “Simón el topo”; con Sofía Rocha, en “Nuestro pueblo”). En suma, actores al servicio de la historia.
Resulta importante destacar también el trabajo logrado con Gianella Neyra y Fiorella de Ferrari, madre y profesora de Cristóbal respectivamente. Dos relaciones complejas para el protagonista puesto que la figura de la madre intempestivamente desaparece sin mayores explicaciones (y si resulta difícil entenderlo para un adolescente, lo es más para un niño autista). La tutora, a su vez, forja un vínculo de confianza importante para Cristóbal. Su interés por su desarrollo y asombro frente a sus inmensos logros es real y, en cierta manera, suple momentáneamente la ausencia materna. Ambas actrices consiguen desempeños conmovedores. Ello se debe a que la directora supo catalizar el trabajo de personaje desde lo que cada una es y posee sin enturbiarse en construcciones complejas: Fiorella es educadora de profesión y Gianella acaba de ser madre, información necesaria y con la que debía trabajar.
CONCEBIR
En su libro «La imaginación creadora y la vida», Jacobo Kogan, filósofo de la estética, menciona que “la imagen surge ante nuestra visión como una síntesis de nuestros sentidos. Las impresiones que recibimos del exterior son múltiples, variadas y meramente subjetivas. (…) Para que surja la imagen de un objeto, la imaginación tiene que organizar estas impresiones en esquemas para que sean percibidas externamente”. Así, el montaje exige un espectador atento y abierto a aceptar una propuesta no realista y metateatral, espera un espectador dispuesto reorganizar la información brindada para potenciar las imágenes y fortalecer el discurso (que, afortunadamente, no tropieza ni con el positivismo exacerbado ni la cursilería), busca un espectador que crea en la ilusión y se deje amansar por la armonía del caos propuesto.
El resultado son personajes sinceros en el escenario como consecuencia de entender la relación entre director y actores como un acto de amor capaz de dar vida a una obra. Seguidora acérrima de la obra del poeta Jorge Eduardo Eielson, Nishme Súmar viene asumiendo riesgos importantes y disímiles en cada una de sus creaciones, demostrando no solo que es capaz de desafiarse a sí misma sino que tiene una clara búsqueda estética y conceptual. Desde la divertida “Doña Desastre”, pasando por la hermosa y poética “Soñadores”, hasta la violenta “Creoenunsolodios”, en “El curioso incidente del perro a la medianoche” consigue conjugar con armonía los estadios por los que ya transitó y domina.
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No se escucha nada, solo la licuadora.
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