EL BRUTAL SILENCIO DE COMERSE UN CORAZÓN
Escribe Eliana Fry García-Pacheco
En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche,
una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
—Alejadra Pizarnik—
El señor Icchal intuye bien: lo que Atahualpa trae en su pequeña talega es el corazón de Pichca, su sabia amiga, acólita quien de él se despidiera no hace mucho en sueños, indudablemente asesinada por las huestes del inca en ciernes en un urgido y vengativo acto por corromperlo. Pero ahora Icchal, el sacerdote, no duda ni teme a Atahualpa porque también intuye su final. Parado impávido frente a él recibe el corazón, lo siente entre sus manos como quien recupera el amor, como quien trata de asir la importancia (recién comprendida) de todo lo enseñado por su compañera. Y se lo come. Lo mastica parsimoniosamente sin quitarle la mirada al otro que, impasible, aguarda a que culmine. Tragado por completo, Icchal —mientras se limpia las lágrimas del rostro— se acerca al apu Catequil, procede con el ritual de consulta al oráculo que, por tercera vez, responde negativamente.
TERCER OJO
¿Por qué Atahualpa necesitaba con tanta urgencia la confirmación de su victoria por las divinidades de la naturaleza si para ese entonces ya había capturado a su hermano Huáscar? ¿Por qué insistir tres veces con el oráculo de una huaca menor? ¿Y por qué ninguna huaca ha querido predecir su victoria a pesar de las evidencias? Sobre estas preguntas construye Rafael Dumett la primera capa semántica de “Camasca”, su última obra de teatro. A esta anécdota llegó mientras revisaba “Suma y narración de los incas” del cronista Juan de Betanzos, importante documento que le sirvió de pauta en la escritura de su descomunal primera novela “El espía del inca”.
“Hubieron varias historias que encontré mientras leía ese libro y “Adivinación y oráculos en el mundo antiguo” de Marco Curatola. No todas pudieron estar en la novela. Esta me llamó particularmente la atención —recuerda el escritor—, pero no fue hasta el día en que Kuczynski indultó a Fujimori que decidí escribir una obra de teatro sobre el respecto. Esta situación fue algo que me enfermó físicamente, yo quería sacarme de encima toda esa sensación, tenía mucha mierda dentro. Quería provocar… me primero y, luego, en el potencial espectador, una catarsis en el sentido médico de la palabra, una purga, un enema, digamos, emocional, físico y moral.”
AMA QUELLA, AMA SUA, AMA LLULLA
En la ficción es el año 1532 y faltan pocas semanas para que Atahualpa sea capturado por lo españoles en Cajamarca. En la realidad estamos a un año de celebrar el bicentenario de nuestra independencia, pero parece que poco hemos escarmentado sobre el nivel de corrupción de las altas esferas de poder por las que divagan nuestros gobernantes.
Paradójicamente, “Historia de la corrupción en el Perú” de Alfonso Quiroz figura, desde 2013, dentro de los diez libros más vendidos en la Feria Internacional del Libro de Lima. Y aunque este devela nuestra eterna putrefacción a nivel estatal, Dumett demuestra que desde mucho antes de la Colonia existían intentos sistemáticos de corrupción. Verdad no obstante sabida por los historiadores peruanos, mientras que la educación formal y el chauvinismo quieren instaurar en el imaginario colectivo aquel mito imberbe que asegura que nuestros antepasados eran honestos y que fue recién con la llegada de los españoles que nuestros inmaculados valores se trastocaron. Falso.
Por ello Rafael prefirió no reseñar contemporáneamente el suceso político que tanto asco le causó/le causa (nunca sabremos conjugar correctamente el tiempo de los verbos en estas circunstancias). “Me pareció que la historia de un inca que intenta corromper a un sacerdote para obtener de él a toda costa un oráculo era muy potente para hablar sobre el hartazgo general en el que nos encontramos ahora —afirma. Durante mi investigación me topé con varios casos de corrupción en el incanato (desde evasión de impuestos, negociaciones con las élites jerárquicas, hasta quipus desanudados con la intención de ocultar información, nos explicará a lo largo de la charla). Es que yo vi todo en mi cabeza cuando lo de Fujimori, pensé en todo lo que sería capaz de hacer Atahualpa para lograr sus objetivos, así como los dilemas morales que debe enfrentar este sacerdote para mantener su integridad, para tratar de sostener su carácter de vehículo espiritual.”
CARA O SELLO
La obra ha sido sorprendentemente bien dirigida por el inglés Daniel Goldman, quien llegó a Lima como parte de la primera Residencia de Artes Escénicas del Británico Cultural. Cree Dumett que “Daniel ha optimizado la ventaja de ser, de tener, una mirada extranjera sobre algo tan propio para nosotros. Un director peruano creo que habría sido como más cuidadoso con esas decisiones. Pero, ojo, él se ha informado e investigado muchísimo. Además, estuvimos en constante contacto”.
Aunque respetuoso del texto, el director asumió algunos riesgos más que interesantes escénicamente. El más resaltante es el inicio de la obra: ya que esta supone una danza constante entre las fuerzas naturales y las terrenales, el albur se convierte en un personaje tangible. Así, los actores Marcello Rivera y Juan Carlos Morón dejan a la suerte quién de los dos interpretará a Atahualpa y a Icchal.
Y así como ellos juegan cada noche a ser el poderoso, ¿en quién podríamos reconocer a Atahualpa hoy? Hablamos, además, de un heredero inca despótico, casi rechazado por su padre, quien no entiende por qué no se puede hacerse su voluntad. No dejando Huayna Cápac heredero alguno, emprende una sangrienta guerra contra su hermano que divide el imperio incaico en bandos. “Atahualpa era una persona cruel, sí; pero inteligente, que tenía una finura, sofisticación, además de una vulnerabilidad acontecida de la inseguridad permanente sobre sí mismo. Quiere saber qué puede haber pensado su padre que ni quiso someter su nombre a los oráculos”, dice el dramaturgo en un intento de comprensión de la intencionalidad de su antagonista.
Pero Atahualpa no posee ‘camac’. La política, tampoco. Esta fuerza vital que anima a los seres vivos, a los animales, a las plantas es un privilegio poseído por aquellos capaz de recibir esta fuerza que anima a las cosas para vincularlas, canalizarlas. Aquellos con el don de que la naturaleza “hable por mi garganta y por mi lengua sin intervención” (como dirá Icchal en escena) serán denominados ‘camasca’.
¿Es este un drama histórico? ¿Hay un intento consciente de “construir memoria”, ese espacio de contingencia que la dramaturgia limeña ha tomado con apremio? “Me es difícil usar esos términos”, asegura Rafael y yo en él solo veo el verídico esfuerzo por describir la geografía de su impotencia. “Siento una cosa dentro de mí y me la quiero sacar de encima. Siento que puedo provocar a los espectadores. Solo sé que es un drama que transcurre en el pasado para tratar de hablar del presente.” Hay, entonces, un propósito real de reivindicación histórica, le digo. “Es que estos son los temas que me gusta tratar, que van a ser un puñete para el espectador: un puñete espiritual, un puñete histórico, un puñete social, un puñete emocional. Soy más útil concentrándome en los proyectos que sé hacer porque hay gente mucho más inteligente que yo haciendo cosas que considero necesarias, como oponerse a la construcción del aeropuerto de Chincheros o hacer la batalla a ciertos sectores de volver al oscurantismo. Uno tiene que elegir bien sus batallas. Pero esta es mi respuesta: antes que generar un debate o una discusión acerca de la independencia, de si somos realmente independientes o no; desde aquí hablo yo.”
Parece difícil liberarse del hastío, asaz abundante. Pero verlo continuar me hace recordar cierto apotegma del crítico francés George Steiner: “la incomprensión se ha transformado en amor, en fertilidad, en acto de confianza hacia algo que se me escapa”. Y eso es exactamente lo que Dumett construye desde y para el teatro.
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Ficha técnica | |
Dramaturgia | Rafael Dumett |
Dirección | Daniel Goldman |
Asistencia de dirección | Jorge Robinet |
Elenco | Marcello Rivera, Juan Carlos Morón, Irene Eyzaguirre, Verony Centeno, Iván Chávez, Anaí Padilla |
Asistencia de investigación | Gabriela Yepes |
Diseño de escenografía | Eduardo Camino |
Diseño de vestuario | Roger Loayza |
Diseño de iluminación | Lucho Tuesta |
Diseño de sonido | Rosa María Oliart |
Temporada | Del 7 de junio al 5 de agosto, 2019 |
Lugar | Teatro Británico: calle Bellavista 527, Miraflores |
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(¡!) Este texto, en una versión editada, se publicó originalmente en la edición 89 de la Revista H.